Una campaña privada, patrocinada entre otros por el científico y escritor Richard Dawkins, adorna los autobuses de Londres con el siguiente mensaje: "There's probably no God. Now stop worrying and enjoy your life." ("Probablemente, Dios no existe. Así que no te preocupes y disfruta de la vida.")
Se dan aquí, en muy pocas palabras, dos errores típicos. El primero consiste en asignar una probabilidad a la existencia de Dios. En ningún sentido riguroso nadie ha podido demostrar que eso sea posible. Anteponer el adverbio "probablemente" a cualquiera de nuestras opiniones no les presta mayor empaque científico. Siguen siendo eso, meras opiniones. Esto me recuerda más bien a aquel eslogan que aseguraba: "probablemente, la mejor cerveza del mundo". Como hallazgo de marketing no estaba mal, pero no dejaba de ser por ello una afirmación perfectamente discutible.
El segundo error, enunciado implícitamente, hace referencia al estereotipo de las personas religiosas como masoquistas patológicos que se pierden lo mejor de la vida autoinfligiéndose sufrimientos inútiles. Aunque personas así existan, no es nada evidente que el perfil del creyente normal se corresponda con ellas. Desde los tiempos homéricos, al menos, las prácticas religiosas han constituido uno de los más apreciados pretextos para fastuosas celebraciones gastronómicas, pensemos si no en las fiestas navideñas que tenemos a la vuelta de la esquina. En cuanto al sexo, San Pablo recomendaba la abstinencia, pero añadía que era mejor casarse que "abrasarse" (Corintios I, 7, 9). Todo indica que la mayoría de cristianos han optado por la opción menos drástica, de lo contrario se hubieran extinguido hace tiempo.
En todo caso, quizás sería aconsejable que los ateos se aplicaran el cuento a ellos mismos: "Probablemente hay gente que cree en Dios y todo tipo de supersticiones absurdas. Pero eso ¿qué más te da? Disfruta de la vida." No puedo evitar la sensación de que todos estos empresarios de la "liberación", en plan Madonna (la cantante), que se preocupan tanto por emanciparnos de la represión clerical, sufren algún tipo de trauma por culpa de la educación religiosa y se consuelan pensando que a los demás nos sucede lo mismo. Desde luego, el negocio que hacen con ello consuela a cualquiera.
Un artículo de El País que se hacía eco de la campaña atea de los autobuses, abundaba en similares tópicos banales. Así, citando a un escritor, proponía "creer" en la ciencia como alternativa a la religión, lo cual es hacerle un flaco favor a la primera. La ciencia se diferencia de la religión precisamente en que, más que un cuerpo de verdades establecidas, es un método para cuestionarlas. Y contraponer a los creyentes con la gente "que valora la razón y la ciencia" cae ya de pleno en la burda manipulación, como si no existieran científicos creyentes, o ateos profundamente irracionalistas y reaccionarios. Tampoco resulta serio que se presente como única alternativa a la teoría de la evolución el literalismo bíblico. Hay quien cuestiona a Darwin sin necesidad de defender una interpretación al pie de la letra del Génesis. Y por supuesto, también hay (yo mismo, sin ir más lejos) quien no ve ninguna incompatiblidad esencial entre el evolucionismo y el teísmo. De hecho, sigo teniendo en mucha estima El gen egoísta, de Dawkins, que muchos -a derecha e izquierda- se empeñaron en malinterpretar groseramente.
En esta línea confusionista destaca también el artículo de Antonio Golmar en Libertad Digital. En una hábil inversión de los hechos, nos presenta el caso del colegio de Valladolid, que se ve obligado a retirar los crucifijos de las aulas por una sentencia judicial, como todo lo contrario, como una ilustración de la intolerancia de los fanáticos que imponen esos símbolos religiosos y no estarían a favor de la libertad de elección de cada colegio. ¡Por lo visto, el juez que se la acaba de cargar sí que está a favor de ella! Se trata del mismo tipo de argumento por el cual aquellos nacionalistas que aspiran a separarse de España, consideran que la guardia civil y la policía nacional son "fuerzas de ocupación". Obviamente, que algo afecte a mi delicada sensibilidad no lo convierte necesariamente en una imposición de nadie.
Más enjundia tiene su mención de Leo Strauss. Admito que comparto con Golmar su escasa simpatía hacia este autor. Personalmente, sus elucubraciones me recuerdan demasiado a esa crítica elitista de la cultura de masas practicada por algunos teóricos marxistas de la Escuela de Frankfurt, cuyo influjo hace tiempo que superé, felizmente. Ignoro qué hay de cierto en la leyenda según la cual Leo Strauss profesaba un ateísmo nietzscheano esotérico, que sólo manifestaba dentro de un reducido círculo de discípulos elegidos. En todo caso, la vieja doctrina según la cual el pueblo debe ser mantenido en la superstición para que no deje de respetar las normas morales, parte de un error esencial, que es confundir el ámbito de la conducta individual con el político. La mayoría de la gente no necesita una fundamentación intelectual para obrar moralmente. En realidad, es exactamente lo contrario: La moral se encuentra tan profundamente enraizada en nuestra naturaleza, que necesitamos "ideas", es decir, pretextos (de más o menos consistencia intelectual) para quebrantar lo que nuestro sentido moral nos dicta.
Ahora bien, en el ámbito de la política, las cosas son muy distintas. Las masas han apoyado ideologías atrozmente inhumanas a pesar de que la mayoría de los individuos que las componían hubieran sido incapaces de aplicarlas personalmente sin gran repugnancia. La mayoría de los alemanes del periodo 1933-1945 no eran en absoluto unos sádicos embrutecidos como los miembros de las SS. Y sin embargo, si las ideas nazis acerca de los judíos y demás no se hubieran popularizado notablemente, los SS no habrían podido cometer sus crímenes, al menos no en esa escala.
La idea tan bienintencionada de que para hacer el bien no se necesita creer en Dios, aunque quizás minusvalora en exceso la influencia de las creencias, es sin duda válida en el nivel de las relaciones personales, porque la gente no rige su conducta particular por ideas abstractas. Pero no por ello la fundamentación de la moral deja de ser un problema filosóficamente irresuelto -acaso irresoluble. Y ello sí que tiene consecuencias políticas.
Bertrand de Jouvenel, en Sobre el poder (uno de los libros más lúcidos escritos en el siglo XX) señaló como una causa fundamental del crecimiento de los Estados el desprestigio del cristianismo entre las elites ilustradas, que inevitablemente deja el campo despejado para la proliferación de ideologías (o religiones más agresivas, pienso en el Islam) que permiten a los gobernantes saltarse todos los límites sin que los gobernados se escandalicen demasiado. Jouvenel por cierto no defendía un regreso a épocas pretéritas ni nada parecido, simplemente señalaba, de manera desapasionada, la existencia de ese proceso.
Ahora bien, podemos colaborar en acelerar dicho proceso o no. El ateísmo y el laicismo militantes lo hacen con un entusiasmo no exento de inocencia. Están en su derecho, desde luego, pero conmigo que no cuenten.