Me apunto a la idea de dos bloggers, Paco Sánchez y Nacho de la Fuente, de escribir una entrada contra la pornografía infantil el 20 de noviembre, Día Universal del Niño. El objetivo es que los depravados que introducen en los buscadores estas palabras (pornografía, infantil) a fin de recrearse en sus repulsivas inclinaciones, sepan que les escupimos a la cara.
En su novela La náusea (1938) Jean-Paul Sartre muestra un odio destructivo hacia todo lo burgués. Es necesario haber leido este libro temprano para comprender el vínculo entre el Sartre existencialista de entreguerras y el maoísta de los sesenta. Resulta especialmente sintomática la reacción del protagonista cuando sorprende en una biblioteca pública a un pedófilo entablando contacto con unos niños. En lugar de tratar de impedirlo y denunciarlo, el narrador prefiere dialogar con el pervertido, mostrarle incluso su comprensión. (Éste sin embargo se asusta al verse descubierto y huye.) El desprecio del "orden burgués" del protagonista llega a tal extremo que no puede evitar sentir cierta simpatía por uno de los individuos más detestables que existe, aquel que abusa de los niños.
Puede parecer que me voy muy lejos para tratar de mostrar una vaga conexión entre la tolerancia hacia la pedofilia y el radicalismo de izquierdas. Detengámonos, pues, en una obra más reciente, de 1979, El libro rojo del cole, traducción castellana de un texto pedagógico danés, con ilustraciones de Romeu (sí, el de El País) y que constituye un claro precedente de los actuales manuales de Educación para la Ciudadanía, en los cuales se mezclan política y sexualidad de manera característica. La comunista Cristina Almeida participó activamente en la difusión por los colegios de este manual que, hablando de "los obsesos y los sádicos", trataba de prevenir a los niños sobre el tratamiento del tema por los medios de comunicación: "Se dice y se repite, aún hoy a menudo, que estos obsesos sexuales son peligrosos. Es raro el caso en que es así. No son criminales sexuales, sino hombres que han carecido de suficiente amor." (Negritas mías). Y más adelante añade: "Ocurre a veces que todo esto termina en golpes, violacion o muerte. Pero es muy poco frecuente, y en general, es debido a que el hombre ha tenido miedo." Vamos, que prácticamente tenemos que compadecer al pederasta que viola o mata a sus víctimas para que no le denuncien.
Más cerca del presente, en 1995, la última legislatura de Felipe González elaboró un nuevo Código Penal en el que quedaba eliminado el delito de corrupción de menores. Al poco tiempo, gobernando ya el PP, hubo que volver a introducirlo, pero las leyes penitenciarias que seguimos sufriendo, y que son herederas directas del mandato constitucional de la reeducación y la reinserción -una clara concesión a las irresponsables cretineces progres- garantizan que un monstruo como Nanysex, condenado a 58 años, saldrá con toda seguridad mucho antes, siendo aún joven y con todas la posibilidades de reincidir.
Mi propuesta es sencilla. Que los delincuentes en general, y los delincuentes sexuales en particular, cumplan las penas a las cuales son condenados. ¿Reinserción? No es imposible, pero no se puede dar por descontada. Si un padre mata al asesino de su hijo, sería deseable que se le redujese la condena. Pero terroristas, violadores, pedófilos, toda esta gentuza que sabemos que no se rehabilitan jamás, que no se arrepienten o carecen de todo sentido moral, deben pudrirse en la cárcel. Y a la mierda las monsergas progres que digan lo contrario.