El filósofo Ferran Sáez, en su último e interesante libro Els bons salvatges, define el romanticismo como "una de las peores enfermedades que ha padecido nunca la cultura occidental". Más adelante también califica al romanticismo como "catástrofe cultural".
La verdad es que no puedo estar más de acuerdo con esta opinión. En sentido coloquial, se entiende por romanticismo dar más importancia a los sentimientos que a la razón, a la subjetividad que a las normas, mientras que en una acepción culta, generalmente se piensa en Brahms o en Mahler. Ambas acepciones son muy insuficientes. En primer lugar, Hume ya expuso la falacia que se encierra en la contraposición entre sentimientos y racionalidad. Lo que se suele dar en realidad es un conflicto entre sentimientos distintos. Por otra parte, el uso culto del término no puede hacernos perder de vista que el romanticismo impregna toda la cultura popular actual. Jim Morrison o los Guns N'Roses son también claros ejemplos de artistas románticos, tanto desde el punto de vista biográfico como estrictamente musical.
El romanticismo me parece muy bien en el arte, pero nefasto en la vida. Muchos artistas han compuesto valiosas obras bajo los efectos de las drogas (una forma extrema de encerrarse en la propia subjetividad) pero no por ello sus vidas han dejado de ser menos desastrosas. Y ¿qué sería de la literatura y el cine sin las infidelidades y los triángulos amorosos? Pero en la vida real, la ruptura de una pareja, y no digamos una familia, por razones "sentimentales" es una grave irresponsabilidad y una frivolidad. El inmerecido prestigio de la pasión amorosa, frente a la conducta burguesa y ordenada de la mayor parte de las clases medias, es una de las claras manifestaciones del componente romántico de nuestra cultura.
Sobre todo, donde el romanticismo me parece más peligroso es en la política. Algunos autores han asociado el irracionalismo con patologías extremas de la vida social, con regímenes populistas o fascistas, pero en la medida en que el romanticismo es la expresión moderna por antonomasia del irracionalismo, su presencia en la política es un fenómeno cotidiano. En otro lugar he criticado una campaña publicitaria del gobierno extremeño, por razones ajenas al tema presente. Pero no ha dejado de llamarme la atención que en unos anuncios pagados por la administración para supuestamente promocionar una región, se hable insistentemente de "romanticismo" y de "pasión". Incluso resulta cómico que al jugador de baloncesto José Manuel Calderón le hagan recitar un texto donde contrapone la pasión y el sentimiento con "las reglas y los tiempos establecidos" (¡sin los cuales no habría deporte!).
Esa apelación al sentimiento, que en el caso de esos anuncios puede parecer trivial, mera palabrería hueca -y en cierto modo lo es- coincide con la retórica de tantos líderes políticos o activistas sociales que arremete contra la competitividad y toda una serie de valores que podríamos denominar burgueses, que están en la base de nuestra civilización. Cuando decimos que el romanticismo está contra la civilización, no tratamos de hacer una frase dramática, sino que describimos una de las características esenciales que cualquier manual de historia del arte podría apuntar. La idealización de la naturaleza, de lo rural, el odio hacia la civilización industrial, hacia el comercio y lo "material": son características del movimiento romántico, que traducidas a la esfera política se suelen identificar con formas de la reacción más rudimentaria, pero sin que debamos olvidar el componente mucho más sutilmente regresivo de las ideologías ecologistas y socialistas.
La utilización de los sentimientos por parte de movimientos y partidos supuestamente "progresistas" obedece, en suma, a algo más que una mera técnica política. La izquierda es por naturaleza romántica, y además presume de ello. Muchos de los lemas buenistas y contestatarios del Mayo del 68 ("imaginación al poder", "prohibido prohibir", etc) son inequívocamente románticos, y todavía hoy ejercen su influencia en artistas, intelectuales y oradores. Suenan muy bien a mucha gente, por mucho que no dejan de ser mala literatura, y tienen tanta conexión con la realidad de las cosas como la novela rosa con la realidad de la vida. Y además suelen tener otra cosa en común: una inenarrable cursilería.