Oír o leer este latiguillo tan desgastado y mediocre de "la derecha pura y dura", al igual que otros muchos (la derecha cavernícola, la derecha casposa, etc) me deja bastante indiferente a estas alturas. Pero sí que me sorprende haberlo leído en el contexto de un ensayo más que notable que recomendaba el sábado, Els bons salvatges, de Ferran Sáez Mateu.
El filósofo catalán emprende en este libro una crítica devastadora del mito del "buen salvaje", que según él constituye el núcleo de gran parte del pensamiento que actualmente pasa por "progresista". Aunque se trata de una obra dirigida a un público relativamente amplio, sin notas bibliográficas ni otros formalismos propios de trabajos estrictamente académicos, su carácter de producto culto es innegable. De ahí que la aparición, bien avanzado el libro, del exabrupto mencionado, resulta tan anómala como si hubiera empleado algún coloquialismo fuera de lugar. Este es (traducido) el párrafo al que me refiero:
"Hacia finales de la década del 1980, la gente se reía abiertamente de la gauche divine. (...) La inercia contestataria, puramente estética, les llevó a partir de entonces a aventuras en las cuales el inevitable resentimiento se transformaba en patetismo, como un resorte fuera de control. Muchos acabaron atrincherándose en los recovecos más marginales del nacionalismo español, de la derecha pura y dura, de las emisoras de radio que escuchan los taxistas..." (Ed. Mina, pág. 117)
Descalificar a la COPE (es obvio que se refiere a ella) con el "argumento" de que la escuchan los taxistas, no es representativo en absoluto del nivel intelectual del libro, que -insisto- es muy robusto. Pero se puede interpretar de dos maneras, no mutuamente excluyentes. O bien Sáez no ha escuchado realmente nunca esta emisora, y desconoce por tanto que muchas de las ideas que expresa en el libro son compartidas por varios de los periodistas y escritores que hablan habitualmente en ella; o bien, a pesar de su actitud aparentemente desacomplejada frente a los tabúes políticamente correctos que manifiesta en muchos otros párrafos, no ha podido escapar del todo al mal que aqueja a tantos intelectuales, al cual se refirió Jean-François Revel afirmando que "siguen preguntándose en primer lugar no qué deben pensar sino qué van a pensar de ellos."
Uno puede ser un enfant terrible, incluso criticar ferozmente a la izquierda. Mientras deje claro que no le gustan Federico Jiménez Losantos o César Vidal, podrá seguir volviendo a su pequeño pueblo leridano e impartir clases en la Ramon Llull sin que ningún energúmeno le raye el coche o le dedique una pintada amenazadora, o sin que su carrera profesional se vea afectada por la desafección de los colegas y los medios de comunicación catalanes. Es tan fácil evitarse problemas...