domingo, 10 de febrero de 2008

Defender al Doktor Montes


Hay que reconocer a los asesores de imagen del partido socialista la capacidad de síntesis. Están llenando Cataluña con vallas de la Chacón sobre un fondo rojo como el de las camisas de Chávez, con el lema "la Cataluña optimista". Ahora, los también amigos de Chávez, que se sienten tan cómodos actuando en Venezuela pese al veto que sufre alguno de sus colegas por atreverse a criticar al tirano, apoyan a Zapatero con una canción que habla de la defensa de la alegría.

Siempre he pensado que si tuviéramos que definir en muy pocas palabras las diferencias entre derecha e izquierda, podrían ser más o menos las siguientes: La izquierda se basa en cómo se cree que debería ser el mundo, mientras que la derecha, en cómo se cree que es. Esta definición tiene la virtud -o el defecto, según se mire- de que podría contentar tanto a tirios como a troyanos. A los llamados progresistas ya les gusta verse a sí mismos como unos idealistas que anhelan cambiar el mundo, mientras que a los conservadores tampoco les desagradará esa imagen propia de personas sensatamente realistas.

Thomas Sowell las denominó Visión Utópica y Visión Trágica. Otra ventaja de esta forma de comprender las diferencias entre ambas es que pone de relieve las razones del éxito de la izquierda. Es mucho más agradable imaginar que "otro mundo es posible" (especialmente si no nos detenemos demasiado en sus detalles) que tener que enfrentarse a la dura realidad de las cosas.

La construcción intelectual más sofisticada de la izquierda hasta ahora ha sido el marxismo. Éste se caracteriza en esencia por la identificación del deber ser con el ser, es decir, considera los valores éticos como una simple función del sentido de la Historia, que sólo los marxistas saben interpretar adecuadamente, de manera muy similar a como las antiguas castas sacerdotales se arrogaban el conocimiento de los designios divinos.

El marxismo, aunque aparentemente ha sido abandonado por la izquierda, sigue gozando de una influencia enorme, porque se ha diluido en gran medida en nuestras leyes, instituciones y mentalidades. El hecho de que casi nadie lo reivindique ya formalmente hace aún más difícil combatirlo, porque parece que criticarlo es atacar a un fantasma, a un enemigo imaginario.

La situación a que nos lleva esto no puede ser más paradójica. Mientras la izquierda trata de convencernos de que el sentido de la Historia coincide con la naturaleza inmanente de las cosas, y que debemos dejar llevarnos por esa corriente fatal que nos arrastra, la tarea de la derecha -si no quiere convertirse en una segunda marca de la izquierda- lejos de equivaler a una obstrucción del cambio, sólo puede consistir en una transformación profunda de unas instituciones basadas en unas premisas tan utópicas como nocivas. Porque quien desconoce la verdadera naturaleza de las cosas, y especialmente la naturaleza humana, colabora inconscientemente con la concentración del poder político. Éste siempre se esfuerza por endulzarnos nuestra esclavitud, o al menos los escasos beneficios que nos reporta su dominio, pintándonos un mundo mejor de lo que realmente es.

El gobierno actual que padecemos pretende hacernos creer, contra la más flagrante evidencia, que en asuntos como la economía o la política antiterrorista, sus resultados son muy superiores a los del anterior gobierno. Por suerte, todavía no hemos llegado a una situación como la descrita por Stanislaw Lem en Congreso de futurología, donde nos describe cómo en el año 2039, la utilización de las drogas más avanzadas permite que toda la población experimente vivir en un estado de bienestar paradisíaco, cuando en realidad se halla sumida en la miseria.

Por el momento, la tecnología química apenas sirve para algo más que suprimir los sufrimientos más intolerables -y procurarnos una muerte dulce. Pero no deberíamos despreciar la capacidad de la propaganda para crear un mundo virtual. Cuando se niega la trascendencia de todos los valores, incluido el de la vida, absorbidos por la marcha imparable de un Progreso elevado a nueva religión, las consecuencias pueden ser, por ejemplo, que cualquier iluminado que se atribuya una especial clarividencia en la interpretación de ese progreso decide el momento de la muerte de un anciano ingresado en urgencias. Y los que lo denunciamos, somos por supuesto unos insensibles reaccionarios y supersticiosos que estamos a favor del sufrimiento. Representamos el torvo oscurantismo frente a la alegría de la luminosa razón.

Eso sí, como dice la panfletaria canción de los amigos del Poder, se trata de defender la alegría "como una trinchera".
Resulta cuando menos curioso cómo les gusta a estos pacifistas la iconografía frentepopulista de nuestra Guerra Civil. Nos llaman imbéciles, teócratas y qué sé yo, y a la que nos descuidemos nos prescriben la sedación obligatoria, que es más discreta que el paredón. Ojo con estos hijos de mujer de vida alegre.