Cervantes confiesa en el Quijote que leía hasta los papeles que encontraba por el suelo. Se deduce que en aquellos tiempos la producción editorial era mucho más reducida, porque hoy en día estamos obligados a ser drásticamente selectivos, a fin de evitar que la torre de libros pendientes, apilados en la mesita de noche, adquiera una altura peligrosamente inestable. Por ello es de agradecer que el Partido Popular haya tenido el detalle de ahorrarnos la lectura de su programa (el del 2004 sobrepasaba las cuatrocientas páginas) elaborando un resumen de apenas cincuenta titulado Con Rajoy es posible.
Estructurado en 234 párrafos breves, el documento fija en 16 los Principios del PP (§ 7 a 22), prosigue con una interpretación de la presente situación (§ 23 a 94) y dedica los restantes a exponer sus objetivos o propuestas, que enumera del 1 al 12. En cambio, los Principios, curiosamente carecen de numeración propia, como si se temiera proclamarlos con excesiva rotundidad. De hecho, el primero de ellos (§ 7) afirma:
“Somos una formación política de centro. Defendemos los valores de la libertad, la igualdad, la concordia y la justicia que inspiran nuestra España democrática.”
Mal comienzo. Por lo del centro, me refiero. Renunciar a definirse como de derechas es dejar pasar la ocasión –una vez más– de una ofensiva ideológica en toda regla, es decir, de rehabilitar el término que, utilizado como espantajo, le proporciona los mayores réditos a la izquierda. Si se consiguiese neutralizar e incluso volver del revés las connotaciones negativas que décadas de propaganda comunista y socialdemócrata han conseguido asociar a la palabra derecha, el daño infligido a la izquierda sería devastador. En cambio, hablar de centrismo equivale a darle la razón, significa tirar la toalla antes del combate.
El siguiente Principio (§ 8), con todo, desvanece en parte el mal sabor de boca al asumir “la tradición del liberalismo español surgida de la Constitución de Cádiz.” (¡bien!) Le siguen la defensa de la libertad como “fundamento de la dignidad de la persona y (...) motor del progreso y el bienestar” (¡muy bien!), la igualdad ante la ley, la unidad de España y la defensa de la Constitución. El noveno Principio (§ 15) reivindica los conceptos del “deseo de superación, el mérito y el trabajo”, cuyo estímulo debe ser uno de los principales objetivos de la educación.
Pero en § 17 ya volvemos a las andadas centristas:
“Abogamos por el reformismo como garantía de progreso y bienestar y de la igualdad de todos los españoles dentro de una economía libre. Defendemos una economía libre y socialmente avanzada, que concilie la libertad con el desarrollo de políticas que hagan más justa la prosperidad.”
Es decir, dicho en plata, que la libertad por sí sola genera injusticias que los políticos tienen la misión de corregir. ¿Y hasta donde pueden llegar en su intervención correctora? Pues eso queda a su arbitiro, evidentemente, con lo que nada garantiza que la libertad no saldrá perdiendo. Los siguientes Principios siguen más o menos en la misma línea de “nosotros también somos sensibles como la izquierda”, para terminar con la mención final –se veía venir– al cambio climático.
Cuando los Principios se formulan pensando en el qué dirán, es decir, cuando no se tienen claros, se nota porque la retórica política se llena de “paquetes de medidas”, “planes nacionales de (lo que sea)”, “eficacia” y demás acumulación de ocurrencias inconexas, vaguedades y cursiladas. Y demasiado gasto.
El siguiente capítulo es una exposición de los problemas a los que se enfrenta España, en gran parte provocados o agravados por el actual gobierno. Llamarlos “desafíos” o “retos” introduce un indeseado tono de frivolidad, como si aquí no estuvieran en juego valores fundamentales, sino que se tratara de algo así como cruzar el Estrecho a nado, y que me perdone David Meca. La jerga política actual desde luego hace muy difícil que la gente pueda tomar en serio a los políticos. Pero vayamos al contenido. Se trata aquí en primer lugar del terrorismo, refiriéndose por supuesto al de ETA, pero también al islámico:
“En el mundo en el que vivimos nuestra seguridad se encuentra amenazada por el terrorismo islamista. Debemos luchar contra esta amenaza desde la defensa de los valores de libertad”, etc (§ 30). Muy bien.
A continuación (§ 31), una certera alusión a los nacionalismos:
“Los españoles debemos recuperar lo que nos une a todos. Cuando se anteponen supuestos derechos colectivos a la libertad individual (...)” Sí señor. Supuestos derechos colectivos. Muy bien dicho.
En § 40, 41 y 42 se trata el tema de la inseguridad ciudadana, para la cual se proponen dos remedios, uno equivocado, en mi opinión, como es aumentar (¿¡aún más!?) los recursos destinados a las fuerzas policiales, y otro en la línea acertada, que es plantear “reformas legales y penitenciarias” a fin de que las leyes no protejan a los delincuentes más que a los ciudadanos (bueno, esto lo digo yo).
Siguen unos párrafos dedicados a la política exterior, que ZP ha dejado hecha unos zorros, donde quizás se echa en falta una mención explícita a la restauración de nuestras relaciones con Estados Unidos. Después se pasa a las cuestiones económicas, donde cabe destacar dos párrafos dignos de aplauso:
“La globalización es la gran oportunidad de progreso en el siglo XXI. A través de ella, la humanidad está avanzando en libertad económica y social, en la democracia y en más oportunidades para todos. El desafío es conseguir una globalización más justa [esto, aparte de sonar muy bonito, ¿quiere decir algo?] y con mayor democracia.” (§ 51)
“España debe apostar por una economía abierta y libre, rechazar el proteccionismo y el intervencionismo, y aprovechar mejor las oportunidades de la globalización. Reducir impuestos, controlar el peso del sector público en la economía y garantizar un mercado interior único y no fragmentado constituyen una apuesta por la libertad económica.” (§ 59).
¡Cuando quieren, bien que se saben el temario!
Siguen unas consideraciones igualmente sensatas acerca de la educación, criticando un modelo educativo que tiende a “premiar la mediocridad y penalizar el esfuerzo”. A continuación, tras unas reflexiones un tanto vagas sobre el apoyo a la familia o las pensiones, y de rendir el consabido tributo al nuevo ídolo climático, se toca el tema de la inmigración. Aquí en esencia se defiende con bastante claridad un modelo asimilacionista frente al multiculturalismo. Muy loable. Por último, se dedican unos párrafos al tema del bienestar (sanidad, vivienda), bastante insustanciales.
De la aplicación de los Principios antes mencionados a los problemas actuales, surgen unas propuestas que, esta vez sí, se enumeran de la 1ª a la 12ª en el único párrafo largo del documento (§ 96), y se desarrollan con más detalle en las páginas restantes. Son las siguientes:
- Derrotar al Terrorismo.
- Construir España entre todos.
- Mejorar la calidad de nuestra democracia.
- Hacer de España un país seguro.
- Recuperar nuestra voz en el mundo.
- Hacer de España una de las cinco economías más avanzadas del mundo.
- Alcanzar el pleno empleo.
- Conseguir uno de los mejores sistemas educativos.
- Una sociedad con mayor igualdad. (“Las únicas diferencias justas serán las que nazcan del trabajo, del esfuerzo y del mérito.”)
- Proteger el medio ambiente.
- Conseguir la plena integración de la inmigración (“...un nuevo modelo de integración basado en el respeto a nuestros principios y valores constitucionales.”)
- Aumentar el bienestar social.
¿Qué reparo puede hacerse a estos objetivos? A primera vista ninguno. ¿Quién no va a querer proteger el medio ambiente o aumentar el bienestar? Sin embargo, especificar estos objetivos como independientes y separados de otros como son los que van del 6 al 9, en los que se defiende la competitividad y la meritocracia, sugiere que para lograrlos el Estado debe intervenir sin que se expliciten unos límites claros, y en eso no se distingue la derecha de la izquierda.
Lo dicho. Que la principal virtud de este documento es que nos permite ahorrarnos la lectura del programa in extenso. De todos modos, me quedo con aquellos párrafos que he citado en negrita, y otros que no he transcrito, porque detallan los aspectos más conocidos de la política del PP. Son aquellos que resumen bastante bien por qué, pese a todo, votaré otra vez, como ya hice en 2004, a Mariano Rajoy.