En Cataluña es bastante habitual oír en la calle aquello de "yo voto al que barre más para casa", en alusión a CiU. Quien esto afirma cree situarse de esta manera en una posición de astuto realismo superior. Pero yo me pregunto si barrer para casa es conseguir que cada vez más empresas prefieran instalarse en Madrid y no Barcelona, para evitarse las molestas intromisiones de la política lingüística. Me pregunto si barrer para casa es empeñarse en que todo lo catalán suscite una antipatía creciente en el resto de España, nuestro principal mercado. Si barrer para casa es tener que costear una burocracia autonómica siempre en aumento. Si barrer para casa es que el experimento lingüístico esté conduciendo a los peores índices de fracaso escolar de Europa, con consecuencias letales para la competitividad. Y si barrer para casa es la promulgación de un Estatuto socialista que limitará el crecimiento económico y nos hará más pobres a todos los catalanes.
Todo ello, desde luego, por limitarnos a la cuestión de la pela. Lo que hay que reconocer es que el éxito propagandístico del nacionalismo sólo es comparable al del socialismo. La mayoría de la gente cree que los nacionalistas son quienes mejor defienden la propia región, idea análoga a que los socialistas son quienes más defienden a los pobres. Igual que una patada en el estómago, claro. Pero lo esencial no son los resultados económicos del nacionalismo. José García Domínguez, en su blog compartido, ha rescatado una interesantísima entrevista a Josep Pla, el más grande escritor catalán del siglo XX. En ella el ampurdanés afirmaba que los catalanes siempre han sido españoles, pero que ahora (1976), hay quien quiere que dejen de serlo. Y apunta, sin desarrollarla, una interesante reflexión.
Cataluña, según Pla, ha sido uno de los países más democráticos (en el sentido de igualitario) de Europa. Carecía desde hacía siglos de una aristocracia de la tierra que hubiera modelado el carácter de las elites y del pueblo. Por eso el catalán -sentencia- es tan "grosero". Sin embargo, esa igualdad (aquí la reflexión ya es mía) no ha estado complementada por instituciones liberales. Las Cortes y los privilegios estamentales del Antiguo Régimen, a diferencia de lo ocurrido en el mundo anglosajón, no llegaron a evolucionar en ese sentido. Quizás podrían haberlo hecho, como muestra con magnífica erudición Víctor Ferro en El Dret Públic Català (1987). Éste es un libro que sirve para ilustrar de manera admirable la lucha entre el Estado y las instituciones tradicionales que con tan fina percepción nos han explicado Tocqueville y Bertrand de Jouvenel. Pero los ejercicios de ucronía son estériles. Lo cierto es que no hubo tal evolución. Y como también nos han enseñado estos autores, la igualdad puede ser una aliada formidable del poder. En un terreno perfectamente aplanado, el Estado encuentra menos obstáculos a su expansión. La unanimidad y la uniformidad trabajan en su favor.
El carácter aparentemente inamovible con el que el nacionalismo se ha instalado en el poder es un tema que merecería ser investigado en la dirección de estas meditaciones. Mientras tanto, me conformo con que la apelación al bolsillo de los catalanes se revele como lo que es: Un monumental engaño, destinado a encubrir que si es legítimo barrer para casa, nuestra casa siempre ha sido España.
miércoles, 30 de enero de 2008
Barrer para casa
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