miércoles, 2 de enero de 2008

El pecado de la alegría

¿Hay algo más triste, más sombrío que esas pinturas del realismo socialista, que nos muestran fornidos obreros o campesinos en actitudes heroicas, sobre el fondo de poéticos amaneceres? No es que inspiren tristeza por el contraste con la realidad gris y miserable del socialismo real, que también, sino que algo en ellas contrarresta por completo su intención animadora, y es la falsedad esencial de sus paisajes de cartón-piedra y sus sonrisas heladas.

En las economías capitalistas, por el contrario, digan lo que digan los críticos neopuritanos de la publicidad comercial y la estética de luces de neón, el entorno es mucho más alegre, hay vida y bullicio en las calles de las grandes ciudades. A mí al menos me gusta ese ambiente de urbe cosmopolita, anuncios luminosos por doquier, reclamos abigarrados y cambiantes. Soy así de plebeyo.

Naturalmente, expresar estas sensaciones es políticamente incorrecto. Las luces navideñas deben apagarse por la noche, para demostrar que nos creemos las profecías agoreras del cambio climático. La rotulación y cartelería publicitaria debe limitarse para proteger no sé qué cualidades del paisaje urbano (¿hay algo más urbano que los anuncios?) Por supuesto, los anuncios no deben mostrar señoras demasiado atractivas, porque eso es sexista.

Hay que sustituir el pavo o el cordero por conejo en Nochebuena, debemos utilizar transporte público (qué es esa depravación de viajar confortablemente en el propio vehículo), no gastar agua del grifo, no fumar, no beber, no comer grasas hidrogenadas, y un largo etc.

En una caja de ahorros me regalan un calendario del 2008. Otros años, cada mes venía ilustrado con bellas fotografías paisajísticas, o de monumentos de distintas ciudades del mundo, u obras de arte, qué sé yo, se me ocurren mil cosas agradables de ver. Este año han optado por promocionar fotografías de niños o ancianos con distintas minusvalías físicas o psíquicas, en entornos terapéuticos o laborales que pretenden ilustrar la obra social de la entidad que edita el calendario.

Lo que diré ahora no me granjeará muchas simpatías, pero me importa un bledo. No me gusta ese calendario. Me parece muy bien que se ayude a las personas con problemas, no me considero ningún monstruo insensible, pero estoy harto de esa socialización del dolor y la miseria que lo invade todo. No creo que ayudemos más a las personas disminuidas porque cada día añadamos focos sobre ellas. Quizá se sientan halagadas por un momento, pero estoy convencido de que cualquier persona con algún impedimento físico o psíquico es más feliz en la medida en que puede olvidarse de ello, lo cual pasa, desde luego, por facilitarle la vida en lo posible, no por abrumarle con nuestra impertinente concienciación.

Tampoco creo que la administración esté legitimada para recomendar medidas de sobriedad a los ciudadanos, cuando no existe mayor despilfarrador que ella.

La propaganda socialista pretendía, con escaso o nulo éxito, infundir alegría en la población, a fin de que se conformase con el estancamiento de su nivel de vida. La propaganda políticamente correcta de las sociedades de economía más o menos libre, parece empeñada en lo contrario, en aguarnos la fiesta difundiendo mala conciencia, censurando que tratemos de ser felices a nuestro modo plebeyo y consumista. Pero su finalidad se diría que es la misma: A base de estropearnos nuestro disfrute de los logros del capitalismo, se nos quiere reconciliar con el intervencionismo estatal. La corrección política es la gran venganza de la izquierda contra un sistema que ha tenido la insolencia de ser mucho más eficaz y humano que el socialismo. No nos convencerán de que los cubanos son más felices que nosotros, pero al menos conseguirán jodernos un poco.