La diferencia fundamental entre los Estados Unidos y Europa es que en los primeros existe una sociedad civil poderosa, organizada y sin complejos frente a las elites políticas y culturales, mientras que en Europa, al margen del establishment político, académico y mediático es difícil promover iniciativas que no sean tachadas como populistas o incluso antidemocráticas. Bruce Bawer, en su genial libro Mientras Europa duerme, lo explica de manera insuperable.
Un ejemplo habitual de esto es la diferente actitud frente a la seguridad en una u otra orilla del Atlántico. Mientras los norteamericanos defienden con pasión su derecho a portar armas de fuego, en Europa, cuando las tasas de delincuencia en una determinada zona residencial, ante la ineficacia policial, alcanzan niveles insoportables, basta que los ciudadanos se organicen en patrullas defensivas para que se disparen todas las alarmas, y –entonces sí– la policía se vea obligada a intervenir. La aversión casi unánime de los políticos y su coro mediático a que la sociedad civil descubra que puede valerse por sí misma, por mucho que se encubra con impertinentes lecciones de exquisito garantismo, no puede ser más patente.
Por supuesto, el desparpajo de la sociedad civil frente a la elite intelectual tiene también algún inconveniente. Uno de ellos es el fenómeno del creacionismo, una teoría seudocientífica basada en el relato bíblico de la Creación, para la que algunos defienden la misma consideración en la enseñanza que la teoría evolucionista. En España, donde el antiamericanismo es casi un atributo nacional, nos gusta sin embargo importar lo peor de la odiada superpotencia, mientras nos mofamos de aquello que deberíamos imitar, que no es poco. Es así como estos días se ha organizado una serie de conferencias bajo el título de “Lo que Darwin no sabía”, a las que ya se refirió –mostrando su apoyo- el blog de Manchego hace poco. En Tabula Rasa se ha producido un interesante debate sobre si el veto de dos universidades, las de León y Vigo, a que se pronunciaran en ellas algunas de las conferencias, se puede considerar un atentado contra la libertad de expresión.
Mi opinión, coincidente con Eduardo, es que una universidad es libre de elegir los conferenciantes que acoge, por lo que hablar aquí de censura me parece caer en un victimismo injustificado. Otra cuestión es si los padres tienen derecho a que sus hijos sean educados en estas teorías. El blog Diarios de las Estrellas, en la entrada Que aprendan creacionismo, argumentaba inteligentemente a favor de ese derecho, desde su posición inequivocamente escéptica hacia doctrinas tan disparatadas. Nada que objetar. Que aprenda creacionismo quien quiera. Pero eso sí, no nos dejemos colar el gol de darle estatus científico a doctrinas que no lo merecen. Este no es otro caso análogo al del cambio climático, donde efectivamente muchos científicos serios disienten de la tesis antropogénica “oficial”. Y sobre todo, defender el creacionismo es algo por completo distinto de defender el derecho a su difusión, es simplemente un descomunal paso atrás del pensamiento, que se volverá contra quien incurra en él. Hay mil maneras infinitamente más fundadas de epatar a los progres.