Samuel P. Huntington (QEPD) en su libro más famoso, El choque de civilizaciones, se mostró escéptico ante la posibilidad de que culturas diferentes de la occidental fueran compatibles con las libertades individuales, la democracia y el estado de derecho. Para evitar los conflictos que inevitablemente acarrearía esto, él era partidario de dos cosas: Primero, renunciar al multiculturalismo. Occidente (que él identifica con los valores liberales) es sólo una cultura más, y por tanto, tiene el mismo derecho que cualquier otra a defender su propia identidad. Segundo, Occidente debía, al mismo tiempo, respetar la idiosincrasia de las otras culturas en sus áreas geográficas históricas, lo cual significa renunciar hasta cierto punto a querer extender la democratización y los derechos humanos. Es decir, Huntington no era una neoconservador, no creía (al menos por lo que se deduce de su libro más famoso, escrito unos años antes de la guerra de Iraq) que los Estados Unidos tuvieran ningún tipo de obligación moral ni estratégica de implantar la democracia en Oriente Medio u otros lugares.
El resto es bien conocido. Los seudoprogresistas y los funcionarios de la ONU sólo leyeron el título del libro, y su contenido se lo inventaron. Huntington era según ellos un imperialista (un neocón) que defendía exactamente lo contrario de lo que acabo de resumir, la superioridad de los valores occidentales (o más exactamente, estadounidenses) sobre los del resto del mundo, mientras que las personas progresistas serían quienes se oponían a esa visión etnocéntrica.
En realidad, Huntington no está tan lejos del relativismo progre. La diferencia es que él es más coherente al denunciar el multiculturalismo. Si el etnocentrismo es una característica de todas las culturas, carece de sentido que Occidente deba ser diferente de las demás. Debe respetar el statu quo en el exterior (o por lo menos intervenir en él sin idealismo) y hacerse respetar en el interior.
En mi modesta opinión, el profesor de Harvard estaba equivocado en lo esencial, aunque acertara en algunas de sus conclusiones. Las civilizaciones no son esos universos cerrados e incomunicados que concibió Spengler en La decadencia de Occidente. Ciertamente, la posición de Huntington es más matizada (como trata de exponer sobre todo en las últimas páginas del libro) pero en el fondo, no anda lejos de esa visión romántica. Yo creo que los valores del estado de derecho y la libertad individual han surgido casualmente primero en Occidente, pero en realidad son universales, y la mayoría de seres humanos pueden compartirlos, sean cuales sean las diferencias culturales. En este sentido, estoy más cerca de los neocón, aunque desde un punto de vista táctico no le falte cierta razón a Huntington en algunas de sus cautelas y recomendaciones geopolíticas.
En cuanto al multiculturalismo, creo también que es un error fatal, pero por razones muy distintas a las de Huntington. Por decirlo rápido, yo creo en los individuos, no en los colectivos. Me preocupa más la defensa del individuo, venga de donde venga, que no la de nuestra cultura, aunque bien es cierto que a veces van unidas, en la medida en que los conceptos de libertad y de responsabilidad individual son consustanciales a Occidente. Pero conviene no confundir una cosa con otra. En este sentido, me parece profundamente extraviada la postura de Huntington en su último libro ¿Quiénes somos?, en el cual se opone a la influencia de la cultura hispana en Estados Unidos con argumentos que rozan el racismo. Para este profesor, se diría que los nacidos en México o en Colombia son congénitamente incapaces de asimilar determinados valores (el esfuerzo, la responsabilidad, etc) que él juzga inherentes a la cultura anglosajona.
En resumen, Huntington dijo algunas cosas juiciosas, y advirtió certeramente, años antes del 11-S, que la mayoría de conflictos en el mundo están provocados por los musulmanes. Pero sus supuestos teóricos resultan harto problemáticos. Se aproximan ora al relativismo, ora a la ultraderecha racista, fenómeno menos paradójico de lo que pueda parecer, pensemos una vez más en Spengler. Flaco favor se le hace, en definitiva, a los valores liberales defendiéndolos desde supuestos románticos. Aunque desde luego peor es defender los valores antiliberales fingiendo hacer lo contrario, que es lo que hace la izquierda.