Según el ministro de Exteriores francés, Bernard Kouchner, la desastrosa situación de Zimbabue es un fracaso de Europa. Bien, yo abrigo la peregrina idea de que es un fracaso de los zimbabuenses. Tras cuarenta años de independencia, el hecho de que lleven padeciendo desde entonces un régimen dictatorial, que sólo de palabra abandonó el socialismo -y acto seguido expropió a miles de propietarios blancos; el hecho de que como consecuencia de delirantes políticas populistas y dirigistas padezcan la mayor hiperinflación del mundo; todo ello es culpa básicamente de los pobladores del país africano.
Se podría hablar de fracaso de Europa si los males de Zimbabue fueran atribuibles a una incapacidad congénita de los zimbabuenses para gobernarse y salir adelante por sí mismos, es decir, si estuviéramos hablando, por decirlo con crudeza, de una raza inferior. Entonces sí que Europa tendría una responsabilidad difícil de eludir, y no podría moralmente desentenderse de personas tan necesitadas de asistencia y de guía.
Pero naturalmente, yo no creo que Kouchner haya querido decir eso. Su historial en defensa de los derechos humanos indica lo contrario, que cree que todos somos esencialmente iguales. Y si él no, yo al menos sí lo creo. Mugabes puede haberlos en todas partes. De hecho, la cultísima Europa ha sufrido toda suerte de dictaduras fascistas y socialistas. ¿Fueron acaso un fracaso de los Estados Unidos? Pues no, fueron evidentemente un fracaso de Europa, nuestro verdadero fracaso. A cada uno lo suyo.