Esquerra Republicana de Catalunya, integrante del gobierno municipal en Tarragona, ha conseguido, con el apoyo de su socio el PSC y también el de CiU, que se retire del salón de plenos del Ayuntamiento un retrato de Felipe V (1683-1746). Sólo el Partido Popular se ha opuesto a semejante ridiculez, al igual que hizo en anteriores ocasiones, siendo el único partido de la oposición que mantiene la coherencia.
Durante la Guerra de Sucesión, las fuerzas leales a Felipe V relevaron en Tarragona a las imperiales más de un año antes de la rendición de Barcelona (el famoso 11 de setiembre de 1714) y sin apenas resistencia. De hecho, el nombre de Ayuntamiento fue una aportación del nuevo régimen borbónico, que además aumentó el territorio (corregimiento) que dependía administrativamente de la vieja capital romana. Así que mucho hablar del centralismo de Barcelona, pero al final resulta que los dirigentes locales se rigen no por lo que significó Felipe V para su ciudad, sino por acontecimientos que sucedieron en otras partes, y muy escasa repercusión tuvieron en la mayoría de tarraconenses, que al igual que hoy no eran magistrados ni notarios.
La retirada del cuadro, sin embargo, es algo más que una manifestación risible de ignorancia. Es un error político profundo del alcalde socialista Ballesteros. Cree, al igual que Montilla, y al igual que Zapatero, que cediendo en la cuestión de los símbolos puede mantener el apoyo de ERC por un coste muy bajo. Pero en realidad, el coste es muy alto, aunque no se perciba a corto plazo. Poco a poco, los independentistas van dominando el imaginario colectivo, eliminando todo lo que recuerde a España, tergiversando la Historia y construyendo un Estado catalán virtual que es la antesala del real, y en el que los principios liberales clásicos de limitación del poder tendrán una existencia muy precaria, porque habrá nacido a espaldas de ellos.
Porque no se trata de una lucha entre nacionalistas españoles y nacionalistas catalanes, entre monárquicos y republicanos, sino, como siempre, del combate entre quienes defendemos la libertad del individuo y la de quienes quieren supeditarla a un ente metafísico (es decir, a ellos.)