miércoles, 11 de junio de 2008

Relajación moral

No me ha sorprendido que la sociedad española no reaccione apenas ante el escándalo de toda una presidenta del Tribunal Constitucional prestando consejos particulares a una acusada de asesinato. Si ha renovado en su cargo a un presidente del gobierno que ha mentido de forma flagrante en asunto de tanta gravedad como sus negociaciones con una organización terrorista, esperar otra cosa sería pecar de ingenuidad.

Se puede ver ahora con claridad cómo la relajación moral, al contrario de lo que se suele creer, es la gran enemiga de la libertad. Un pueblo que está dispuesto a tolerar o relativizar conductas que chocan con principios morales elementales que todos hemos aprendido de niños, y que algunos además intentamos transmitir a nuestros hijos, difícilmente se escandalizará ante el incumplimiento de la ley o la falta de independencia del poder judicial. A duras penas comprenderá que eso pueda tener tanta importancia.

A una sociedad así se le tomará el pelo una y otra vez, porque en el fondo, como a los cornudos, no le importa ser engañada. Carece de dignidad, que es de donde nace el orgulloso sentimiento de la libertad.

Por eso la izquierda estatista lleva trabajando con seguro instinto desde hace décadas en sustituir la moral tradicional (¿cómo podría haber sobrevivido la civilización sin una tradición moral?) por unas nuevas prescripciones mucho más laxas, basadas en la falacia naturalista, que es la que está tras la creencia de que basta actuar guiado por los propios sentimientos para ser buena persona, sin que sean necesarios ningún tipo de autodisciplina ni de respeto por las instituciones.

Con ello se consigue crear una sociedad de adolescentes, que creyendo no aceptar consejos de nadie, se dejan llevar por quien sabe halagarlos mejor, esto es, una sociedad mucho más dependiente del Estado, la cual ha llegado al extremo de identificar el ánimo reivindicativo con exigirle a la administración que le solucione todos los problemas: ¿Cuántas veces hemos oído aquello de "el gobierno debería hacer algo"? Ninguna frase resume mejor la íntima conexión entre la atonía moral y la renuncia a la propia autonomía -y pocas me parecen más plebeyas, en el peor sentido del término, el de la plebe que los césares alimentaban a base de pan y circo. Es, además, el equivalente exacto a meterse un gol en propia puerta, como hacen todos aquellos que dicen apoyar las reivindicaciones de los transportistas en huelga -o sea, que los subvencionen con el dinero que el Estado sacará de su propio bolsillo. Al final, hasta las neuronas se relajan.