No hay palabra que les parezca más siniestra a los progres que "mercancía" y sus derivados. La fuerza de trabajo no es una mercancía, proclaman los sindicalistas. Los libros no son meras mercancías, dijo una ministra de Cultura. Podríamos multiplicar los ejemplos. Hace unos días leí que en el centro de Madrid, unos colectivos se oponían a la "mercantilización" del barrio de Universidad. El motivo era que algunos comerciantes se han organizado para limpiar las calles de prostitutas y drogadictos favoreciendo la implantación de tiendas y locales de calidad.
Siempre que alguien habla del mercado y de las mercancías como cosas intrínsecamente perversas, no falla: Quiere restringir la libertad de las personas a intercambiar productos. Los sindicatos se oponen al derecho elemental de cualquier trabajador a ofrecer su fuerza de trabajo en las condiciones que él mismo decida. Aquella ministra de cultura, cuyo nombre no recuerdo ahora, estaba en contra de que puedan venderse los libros que no sean de texto por debajo de un precio mínimo. La asociación del barrio exige a la administración que ponga trabas a la apertura de comercios en determinadas calles.
Dicen que quieren proteger a los trabajadores, a los libreros o a los vecinos, pero lo que consiguen es justamente lo contrario: Que haya más paro, se vendan menos libros, el barrio se degrade. Y luego, adivinen a quién culparán de ello. Exacto: al mercado.