Una ONG muy conocida ha anunciado que en lugar de la tradicional recogida navideña de juguetes para los niños más necesitados, este año, al menos en Tarragona, se dedicará a sensibilizar a los pequeños a fin de que rechacen juguetes bélicos y sexistas. Es decir, se sustituye la caridad (eso tan carca) por el adoctrinamiento (que debe ser el colmo de la modernidad).
Con ello se conseguiría iniciar a los niños desde la más tierna edad en la doblez y la hipocresía, animándolos a fingir, delante de los mayores, que no quieren jugar con pistolas, espadas o aviones de combate, al mismo tiempo que se crearían sentimientos de culpabilidad en las niñas que experimenten el inconfesable deseo de jugar con muñecas.
Si lo que pretenden los educadores es cambiar las mentes, salvo que apliquen drásticos métodos pavlovianos, al estilo de La naranja mecánica de Burgess/Kubrick, no lo lograrán. Pero en cambio, la indiferencia e incluso la ingenua aprobación que acostumbran a suscitar iniciativas de este tipo, les permite siempre dar un paso más en su labor sorda y constante de arrinconar cualquier manifestación de crítica al papanatismo políticamente correcto.
Una sociedad que pretende ignorar la existencia del componente agresivo de la naturaleza humana (en lugar de canalizarlo) o reducir el instinto maternal a mero rol cultural, acabará estrellándose tarde o temprano con la realidad.
Las “anacrónicas guerras culturales” emprendidas por Zapatero (según la expresión de The Economist) no serían posibles sin el trabajo previo de esa guerrilla cultural cotidiana e infatigable, llevada a cabo por una nutrida mayoría de educadores y comunicadores, cuya fuerza reside efectivamente en que no suele encontrar contestación, por su propia naturaleza engañosamente inofensiva. Es cediendo día a día ante las memeces y ocurrencias del seudoprogresismo como una sociedad termina por tener el gobierno que se merece.