No he seguido a Enrique de Diego con regularidad. Leí hará dos o tres años su brillante Los nuevos clérigos, y más tarde lo redescubrí en el estupendo programa de Intereconomía TV, "El gato al agua", al que me aficioné durante una temporada, pese a mis hábitos escasamente televisivos. Luego he sabido de sus decepcionantes posiciones gallardonianas en relación con las investigaciones del 11-M. Ello no obsta para que su último libro, El manifiesto de las clases medias (Ed. Rambla), me parezca un lúcido panfleto (en el mejor sentido del término), cuya lectura recomiendo encarecidamente.
Enrique de Diego caracteriza a las clases medias como aquellas que aspiran a vivir de su propio trabajo, contraponiéndolas a "las castas que han hecho del parasitismo fiscal su modo de vida". De Diego incluye dentro del concepto de clase media desde la mayor parte de los asalariados ("el proletariado nunca existió", llega a afirmar) hasta los pequeños empresarios, pasando por el funcionariado básico de lo que sería un Estado mínimo (policía, militares). En cuanto a los parásitos que pretenden vivir del presupuesto, se trata de un grupo no menos heterogéneo, que abarcaría desde la clase política hasta todos aquellos empresarios que han optado por arrimarse al poder político para enriquecerse, saltándose las reglas del mercado, y pasando por el mundillo de los artistas, ONGs, y demás vividores del cuento.
Las clases medias, para prosperar, necesitan de la libertad, el imperio de la ley, la justicia independiente, y de hecho habrían hecho mucho más por el triunfo de estos ideales que todas las disquisiciones de los teóricos. En cambio, las castas parasitarias, defensoras del Estado intervencionista, encuentran en el socialismo su gran coartada ideológica. "Ser de izquierdas -afirma De Diego- consiste en tratar de vivir del sudor de los otros".
Para ello, es indispensable "mantener a las clases medias amedrentadas. Frente a la evidencia de los beneficios de la libre iniciativa, el socialismo se aprestó a sostener de continuo la ética superior del intervencionismo". El éxito del socialismo sería impensable sin la interiorización por parte de la mesocracia del complejo de culpa y el autoodio, que se complementa con el discurso antioccidental.
¿Qué propone el autor para luchar contra el avance del socialismo? De Diego enumera al final doce medidas concretas, como son la abolición del impuesto progresivo, de la práctica totalidad de las subvenciones, la reducción del sector público, etc. En definitiva, el desmantelamiento del llamado Estado del Bienestar. Son todas ellas medidas radicales, con las que no puedo estar más de acuerdo, pero me pregunto si no sería más realista empezar por objetivos más modestos, más gradualistas. El autor parece rechazar este método. De hecho, critica las pequeñas reformas liberalizadoras emprendidas por la derecha como una forma de apuntalar a la socialdemocracia, cuyo núcleo no se pondría en cuestión. Algo de verdad tiene este juicio tan duro. Pero me recuerda a la crítica que hacían ciertos marxistas, en sentido contrario, según los cuales las medidas socialistas aplicadas sobre todo en Europa, aunque también en Estados Unidos, sólo servían para reforzar al capitalismo. Ambos análisis simétricos, aun cuando no enteramente infundados, me parecen esencialmente erróneos. Por un lado -y el libro de Enrique de Diego es una excelente exposición de ello- el intervencionismo estatal si algo ha conseguido a lo largo de las décadas es minar gravemente nuestra civilización basada en la libertad individual. Cada intromisión aparentemente benévola que el Estado añade a su interminable lista, nos aleja cada vez más del ideal de una sociedad libre. Por tanto, del mismo modo, cada medida aplicada en sentido contrario, por tímida que sea inicialmente, no deja de ser un freno a ese proceso. No lo detendrá por sí sola -no desde luego si no tiene una continuidad- pero la experiencia demuestra que a veces pequeñas reducciones de impuestos -por ejemplo- producen efectos notables, y sobre todo marcan el camino a seguir, introducen la duda en el pensamiento hegemónico antiliberal.
Eso sí, los pequeños pasos son erráticos si se pierde de vista el norte. El manifiesto de las clases medias es, sin discusión, una excelente brújula. Ya sabemos que la oposición no lo va a convertir mañana en su programa, desgraciadamente, pero lo importante por ahora -lo realista- es aprovechar su fuerza polémica, como ejemplifica la frase que he tomado prestada como título de esta entrada, para sacudir a estas clases medias de su sopor.