El mayor peligro que corre hoy Europa es la islamización, debida a la nula integración de la inmigración musulmana en nuestra cultura y nuestro sistema democrático. A este proceso contribuye sin duda la difusión de esa ideología evanescente que se conoce como buenismo, es decir, la concepción de que no existen verdaderos problemas que no se deriven de la mutua incomprensión. El sostener esta visión de las cosas conduce necesariamente, puesto que es imposible negar que existen conflictos, a culpar de éstos a quienes discrepan de ella. Así, el problema no es que la mujer musulmana esté sometida al hombre, sino que quienes señalamos esa realidad somos islamófobos y racistas.
La Alianza de Civilizaciones de Zapatero, objeto sin duda merecido de toda clase de mofas, es una propuesta mucho menos inocente de lo que algunos pudieran pensar. Inspirada como es obvio en el título del famoso libro de Huntington, El choque de civilizaciones, viene a coincidir, posiblemente sin saberlo, con una de las tesis principales de éste, y es que no tendría sentido hablar de unos valores universales, sino que sólo podemos referirnos al sistema de valores occidental, islámico, chino, hindú, etc. La diferencia es que Huntington fundamenta en ello una oposición radical al multiculturalismo (si todas las civilizaciones defienden orgullosamente su identidad: ¿por qué Occidente debe ser la excepción?), mientras que Zapatero llega a la conclusión opuesta: Debemos respetar incluso a aquellas culturas que no respetan la nuestra. En realidad, la cultura occidental es la única que no sólo puede ser criticada, sino que debe serlo, y además es la culpable de todos los males.
No incidiré en la defectuosa lógica del actual jefe de gobierno. La cuestión fundamental es que la tesis de partida me parece insostenible y contraria tanto a la evidencia científica como al mero sentido común. Los seres humanos compartimos todos el mismo código genético, con una tasa de variación irrelevante. Cualquier hombre o mujer de cualquier lugar del globo preferirá el bienestar a la pobreza, la libertad a la servidumbre, pagar menos impuestos a pagar más, etc. Curiosamente, el pesimismo de Huntington -en la línea de La decadencia de Occidente de Spengler- resurge en el momento histórico en el que la globalización se ha convertido en un fenómeno palpable, que percibimos a cada instante a través de la pantalla del ordenador o de las estanterías del supermercado. Huntington, al contrario de lo que creen quienes no le han leído, no es un imperialista: es un nacionalista, que defiende unos Estados Unidos mucho más cerrados en sí mismos.
Porque el nacionalismo es, al igual que el islamismo, otra forma de reacción contra la globalización. En España padecemos ambos problemas, lo que lleva al agravamiento del principal. La balcanización de nuestro país sólo conduciría a la aceleración del proceso de islamización. Los que están obsesionados con sus identidades liliputienses, trabajan en realidad a favor de aquellos que subordinan todo sentimiento nacional al de pertenencia a la comunidad religiosa. Pero su ceguera es tal, que con tal de borrar el castellano de todos los ámbitos posibles, son capaces de dar preferencia al árabe o al bereber.
Necesitamos más personas valientes como Xavier García Albiol, que se opone rotundamente a la construcción de una mezquita en suelo público en Badalona. Pocos políticos conozco que se atrevan a hablar sin miedo de estos temas. La mayoría, al igual que ocurre con el problema lingüístico en Cataluña, prefieren fingir que no hay tal problema, pintar bucólicos paisajes de convivencia y hablar de lo pacífico que es el Islam y de que todos nos queremos y somos muy simpáticos. Pero tarde o temprano hay que enfrentarse a la realidad.