No importa que la ministra de Agricultura, Elena Espinosa, sea licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales. Al parecer, por encima de todo es socialista, lo que le lleva a padecer una inclinación compulsiva a reprender a las empresas alimentarias por subir precios. Por lo visto, las subidas no serían una consecuencia de la oferta y la demanda, sino de turbios intentos de "enriquecimiento" y "pactos de precios".
Cualquier empresario lo que desea es realizar muchas ventas. Lógicamente, lo hace con el fin de enriquecerse. Pero para ello debe ofrecer unos productos que o bien por su calidad, o bien por su precio, o ambas cosas, sean lo más atractivos posibles para los potenciales compradores. Fijando unos precios arbitrariamente altos, no sólo no se enriquecerá, sino que lo más normal es que acabe viéndose obligado a cerrar el negocio a causa de la lógica espantada de clientes.
Esto no funciona así, sin embargo, en el caso de los monopolios u oligopolios, en los que una empresa o un número reducido de ellas ha eliminado a la competencia, con lo cual los consumidores ven anulada o restringida su capacidad de elegir dónde adquirir determinados productos. Ahí teóricamente a mayores precios habrá mayor beneficio, con la única limitación del poder adquisitivo -o la resignación ante el abuso- que se atribuya a los consumidores.
¿Cómo pueden existir monopolios? Parece ser que la principal manera de impedir que en un determinado sector productivo se dé la natural situación de libre competencia, sin distorsiones, es que intervenga un poder coactivo, es decir, generalmente, el gobierno. Se comprenderá entonces por qué nos parece curioso que un miembro del gobierno critique al mercado por las subidas de precios. Es como si el lobo reprendiera la severidad del perro pastor con el rebaño, erigiéndose en defensor de las pobres ovejas. Por eso los conocimientos de economía no son problema para un socialista. Incluso los lobos más ilustrados no dejan de ser lobos.