El consenso socialdemócrata consiste en sustituir el aserto evangélico "la verdad os hará libres" (Juan, 8, 32) por "el Estado os hará libres". Se empieza, como Pilato, preguntándose "¿qué es la verdad?" (Juan, 18, 38). Se empieza sintiéndose, no sin considerable presunción, un escéptico de vuelta de todas las certezas (que, ya se sabe, son cosas propias de fanáticos que no utilizan champú anticaspa). Y se acaba pidiendo que el estado se ocupe de casi todo, y por supuesto, demandando aborto libre y eutanasia para los viejos e inútiles que tienen el detalle colaborador de no querer vivir más. (Los embriones y fetos humanos aún son más amables: ni siquiera opinan.)
No se trata, claro está, de cargarse totalmente el mercado libre, porque conviene que siga habiendo ilusos que inviertan y paguen los impuestos resultantes de su productividad. Cada día me sorprende más que se sigan creando miles de empresas en un entorno regulatorio y fiscal tan asfixiante como el de la Unión Europea, y particularmente el español. (No hablemos ya del catalán, donde te pueden denunciar anónimamente por poner "macarrones" en el menú, en lugar de macarrons.) Pero la cuestión es que el estado sea el mayor empresario y proveedor de servicios.
El intervencionismo avasallador y multiplicador del sector estatal (mal llamado "público", lo que sugiere que son sinónimos) se complementa de maravilla con la ingeniería social, cuyo objetivo es tratar de desacreditar y debilitar cada día un poco más la institución familiar, último bastión que le queda por conquistar totalmente al estado socialdemócrata. Ello se consigue introduciendo la ideología de género en la educación y promoviendo la promiscuidad sexual sin apenas limitaciones.
Si las diferencias entre hombre y mujer no son más que construcciones culturales, y si un embrión o un feto humano no son más que "agregados de células", el concepto tradicional de familia formada por la madre, el padre y los hijos conviviendo en el hogar común, se disuelve en una algarabía de relaciones efímeras y de escasos niños que (si tienen la suerte de haber sobrevivido en un entorno tan desprotegido legalmente como el vientre materno) se enfrentan a un futuro incierto, conviviendo con los diferentes compañeros sexuales (incluyendo homosexuales) de su madre o de su padre biológicos -si es que los conocen. El resultado viene a ser que la única referencia firme de los pocos niños que nazcan será... lo han adivinado: el estado.
En este modelo del estado que nos viene a liberar de nuestra responsabilidad individual, de tener que pensar por nuestra propia cuenta y de poder decidir cómo educamos a nuestros hijos (cargas ciertamente difíciles de sobrellevar, sobre todo en cuanto uno se acostumbra a que las lleve otro), encaja perfectamente la ingeniería nacionalista aplicada durante décadas en el País Vasco y Cataluña. Su lema podría ser: "La independencia os hará libres". Naturalmente, no debe escapársenos que sólo se trata de una variante de "el Estado os hará libres". Cuando el ciudadano está ya convenientemente maduro para esperarlo y hasta exigirlo todo del gobierno, cuando cualquier espacio que quede sin regular se considera un "vacío legislativo" inadmisible, cuando nos manifestamos en la calle, si es necesario, para que nos den unas cadenas más nuevas y más bonitas, estamos sin duda preparados para que el estado nos pregunte qué nombre (España, Cataluña, Euskal Herria o Unión de Repúblicas Socialistas de los Países Catalanes) y qué símbolos queremos, lo que no hará sino vincularnos todavía más a él.
Un amigo me explicó el truco que utilizaba para que sus hijas pequeñas se bebieran la leche sin rechistar. No les preguntaba si querían un vaso de leche, sino "¿de qué color queréis la cañita?" Al decidirse por el verde, el azul o el amarillo, sin darse cuenta las niñas habían otorgado su asentimiento a la propuesta láctea del solícito padre.
El estado socialdemócrata detesta íntimamente las porras y los cañones de agua, porque no hacen más que recordarle, cuando se ve obligado a utilizarlos, que todavía no ha conseguido sus objetivos últimos. La esclavitud perfecta es aquella en la que los esclavos son felices, y por ello ni siquiera sueñan con liberarse. Simplemente están contentos de que les pregunten de vez en cuando de qué color quieren las cadenas. Qué felices seremos cuando nos suba los impuestos una Hacienda catalana, y cuando nos podamos manifestar para que el estado catalán imponga más regulaciones y asuma todavía más gastos, que le obliguen a seguir aumentando la presión fiscal. Qué felices serán las mujeres tras abortar voluntariamente a su hijo con cargo al Servei Català de la Salut y cuando Otegui sea el presidente de un Euzkadi socialista y LGBT.
Hay quien sigue sin enterarse (o haciendo como que no se entera) y que por ejemplo reprocha a la Generalidad su "ejecutoria neoliberal". Esto incapacita a Enrique Gil Calvo para entender algo, conduciéndole a peregrinas explicaciones antropológicas del "caso catalán". Supongo que algunos entienden por "neoliberal" dejar de pagar a los farmacéuticos para seguir endeudándose y subvencionando los medios de comunicación del conde de Godó. En realidad, la política de Artur Mas es tan liberal como la de Mariano Rajoy; es decir, nada. La diferencia es que el primero ha conseguido que una parte de los ciudadanos exija que se profundice en los mismos errores socialdemócratas, con bríos renovados por las estelades ondeantes.
Los más inteligentes entre los políticos socialdemócratas (una Rosa Díez, un Albert Rivera) proponen reeditar el mismo modelo de "el Estado os hará libres" huyendo de un separatismo de consecuencias como mínimo muy inciertas; baste recordar lo que se desató en Sarajevo hace cien años. Por el contrario, unos pocos pensamos que la verdadera esperanza es acabar con la idolatría del estado y volver a defender la familia, el mercado y la nación española, cosas todas ellas que existían antes de 1978, e incluso de 1812. Qué digo: antes de 1714.
miércoles, 1 de enero de 2014
El Estado os hará libres
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