sábado, 4 de enero de 2014

Quiero vivir en un país anormal

Se trata de una oración condicional frecuente: si este fuera un país normal -nos dicen- no se habría permitido la celebración del acto de expresos etarras en Durango. Si fuera un país normal no se toleraría, desde el gobierno central, que Artur Mas hubiera puesto fecha a un referéndum separatista. Y del otro lado, también son muy aficionados a eso de la normalidad. Los etarras reclaman la "normalización política democrática", que significa soltar a todos los presos de ETA, con o sin el pretexto de Estrasburgo, y permitir la separación del País Vasco y la anexión de Navarra al nuevo estado socialista-feminista-gay-lésbico-ecologista de Europa. En Cataluña, por su parte, la organización independentista Òmnium Cultural, generosamente subvencionada por la Generalidad, promueve la campaña "Un país normal", basada en una serie de eslóganes que insisten machaconamente en convertir la normalidad en la máxima aspiración del ser humano: "es normal querer un país normal", "es normal que la gente pueda decir lo que piensa", "es normal que un país gestione sus recursos", "es normal que un país decida su educación", etc.

Entre quienes pretenden subvertir el estado, la moral o ambas cosas, el concepto de normalidad cumple la función que podríamos denominar "piel de cordero". Declarar que uno quiere ser normal es una forma de presentarse como un moderado, como alguien que sólo aspira a ver realizadas aspiraciones ya no meramente legítimas, sino además bastante modestas y elementales, como poder "decir lo que piensa" o "casarse con quien quiera". O dicho de otro modo, se pretende sugerir que, si la constitución de un estado no permite que los secesionistas organicen un referéndum, es que la gente no es libre de decir lo que piensa. O que si no existe el reconocimiento de una cosa llamada "matrimonio homosexual", es que la gente ya no puede casarse con quien quiera. O que si se ponen unos mínimos requisitos legales a la liquidación de un feto humano, es que no se permite a las mujeres "decidir sobre su propio cuerpo".

En el caso de quienes exigen cosas tan extravagantes como que se cumplan las leyes, el concepto de normalidad tiene un sentido distinto. Es un pobre argumento que denota poca confianza en las propias convicciones, como si el criterio de lo correcto fuera simplemente lo que hacen los demás. Porque en muchos países supuestamente normales suceden cosas que sólo un sentido moral desviado por décadas de lavado de cerebro masivo puede considerar normal: por ejemplo, que existan leyes permisivas con el aborto.

Si lo normal es abortar, yo no quiero pertenecer a un país normal. Si lo normal fuera que en una democracia occidental hubiera un "colectivo de presos y presas politicos vascos"; si lo normal fuera que al salir de la cárcel, los etarras calificaran sus crímenes terroristas de "ciclo armado" (y no de errores de los que se arrepienten), que exigieran al estado que liberase a todos los asesinos en nombre de la patria vasca y que acatara el programa político de ETA; si esto fuera lo normal, les aseguro que preferiría mil veces pertenecer a un país anormal.