domingo, 30 de marzo de 2014

Loca

Me entero por la columna de Pilar Rahola en La Vanguardia de que Shakira ha cantado en catalán y de que algunos disfuncionales la han insultado por ello en las redes sociales.

No vamos a descubrir a estas alturas que internet está poblado de imbéciles y de psicópatas. Yo he visto en Twitter a defensores de los animales alegrándose por la cornada sufrida por Enrique Ponce en Valencia. He visto también a gente burlarse salvajemente de las víctimas de ETA, o desearles a las mujeres que se manifiestan contra el aborto que sean violadas.

Ahora bien, nunca se me ocurriría extrapolar estos ejemplos de vileza desquiciada a grupos más amplios. Es decir, nunca se me ocurriría decir que todos los defensores de los animales son unos malnacidos, porque algún tarado se alegra de que un torero haya sufrido graves heridas.

Sin embargo, porque Shakira ha sido insultada en alguna red social, Pilar Rahola ha escrito que "España es un país con un ADN alérgico a nada que no sea castizo, no en vano ha dedicado miles de leyes, durante tres siglos, para (sic) intentar destruir el catalán." Y concluye: "puede que en las cuevas de los cerebros FAES se entienda el ataque a una cantante por cantar en un idioma. Pero fuera de España, sólo es la expresión más torera, ergo más primitiva, de la intolerancia."

Rahola titula su artículo, irónicamente, "Locos por Shakira". Análogamente, podríamos decir que ella está loca por España. Porque hay que sufrir una obsesión preocupante para referirse a todo un país de 47 millones de habitantes en términos tan despectivos y ferozmente caricaturescos. Aunque lo de mezclar sin venir a cuento a FAES y a los toros con los insultos a Shakira es, si cabe, todavía más tramposo. Es como si ante los berridos de los filoetarras, alguien se pusiera a despotricar del Orfeón Donostiarra o del bacalao a la vizcaína.

Desafío a la señora Rahola y a quien sea a mostrarme un sólo insulto contra los catalanes que haya salido de algún estudio de FAES; o a rebatirme que los toros han disfrutado, históricamente, de una gran popularidad en Cataluña.

Claro que si argumentar contra las ideas nacionalistas y separatistas, como se hace desde FAES y otras instancias intelectuales, políticas y mediáticas, es insultar a todos los catalanes, será difícil que nos entendamos. Si del hecho de que algunos hinchas de fútbol, entre otras eminencias, se meten con la novia de Piqué, inferimos que los españoles en conjunto odian la lengua catalana, entonces cada vez que Homs abre la boca se podrá decir, en justa reciprocidad, que los catalanes en conjunto no decimos más que sandeces; y tendremos poco derecho a quejarnos.

Sospecho que esto es lo que, tras su meliflua retórica sobre el "diálogo", desean los nacionalistas en el fondo: que desde fuera de Cataluña se considere a todos los catalanes como una masa monolítica de fanáticos irreductibles, del mismo modo que la vehemente tertuliana ve a todos los españoles como una caterva uniforme de imperialistas casposos y con aliento a brandy barato. Casi tan barato como la retórica de Pilar Rahola.

sábado, 29 de marzo de 2014

El diagnóstico liberal-conservador

En el mundo hay 7.200 millones de habitantes. Un 15 % vive en países donde existe amplio acceso a los productos de consumo, la vivienda, la medicina y otros servicios, y en los que existen paz y libertades políticas consolidadas. La mitad o más de la población mundial habita en territorios, principalmente en Asia, donde se han alcanzado parcialmente esos objetivos a lo largo de las últimas décadas, aunque frecuentemente con unos niveles de libertad política mucho más precarios o incluso inexistentes, como es el caso de China. Por último, en el tercio restante de la humanidad se da un conjunto heterogéneo de situaciones: desde países que, pese a todas la dificultades, gradualmente están saliendo adelante, hasta otros que permanecen hundidos en la miseria, las guerras y las dictaduras.

Lo que caracteriza a los países del primer grupo es la existencia de instituciones políticas y económicas liberales, como son un potente sector empresarial privado, elecciones libres, justicia independiente, libertad de expresión, etc. Por tanto, en principio parece lógico deducir que la prosperidad material de la que disfrutan Norteamérica, Europa, Japón, Corea del Sur y Australia está relacionada con estas instituciones liberales. También parece razonable admitir que la mitad de la población que poco a poco se está acercando a niveles de bienestar material como los de Occidente y otros países, en gran medida debe este progreso a la importación de algunas de estas instituciones, al menos del mercado libre.

Por el contrario, es empíricamente constatable que los países que se han cerrado a la importación del modelo liberal occidental, o que se ha alejado de él, permanecen en la pobreza o han retrocedido a ella, como es el caso dramáticamente actual de Venezuela.

No obstante, partiendo de estos hechos, los antiliberales (generalmente socialistas progresistas, aunque también la extrema derecha y los anarquistas) proponen una interpretación notablemente distinta. Por un lado ponen de relieve que incluso en los países del 15 % más próspero persisten injustas diferencias de renta y discriminaciones hacia las mujeres y ciertas minorías, al tiempo que atribuyen el bienestar social (que después de todo no pueden negar) a la existencia de un amplio sector público, el cual ven amenazado por los intereses económicos. Y por otro lado señalan que la riqueza occidental procede de la expoliación del resto de la humanidad y de la depredación de la naturaleza, a través de las multinacionales que explotan mano de obra barata y esquilman los recursos. Este orden injusto sólo puede mantenerse mediante la coerción, principalmente mediante el astronómico gasto militar de los Estados Unidos; y por ello es profundamente inestable, pues provoca guerras, terrorismo y desastres ecológicos.

Aunque algunos de los hechos que aducen los antiliberales o progresistas son ciertos, su interpretación se sostiene sobre flagrantes exageraciones, invenciones y omisiones. Frases tan manidas como que “los pobres cada vez son más pobres y los ricos más ricos” son fácilmente refutables con datos objetivos. La pobreza en las sociedades más industrializadas es relativa y variable, y con frecuencia las estadísticas incluyen en el mismo grupo tanto a auténticos pobres como a jóvenes que perciben bajos salarios, pero cuyas expectativas de ascenso social son muy considerables. También se reputan como injustas las diferencias laborales entre sexos, sin ofrecer pruebas empíricas (y no premisas ideológicas a priori) de que sean debidas a discriminaciones y atavismos machistas, y no a las actitudes y preferencias naturales de los sexos.

Sobre el sector público (como denominan al sector estatal), los progresistas olvidan el pequeño detalle de que se sostiene enteramente mediante las aportaciones fiscales y financieras del sector privado. Si el sector estatal crece en términos relativos, sólo puede hacerlo a costa de la inversión y el ahorro privados, con lo cual se pierde en productividad, y el resultado es una economía menos sostenible. En cambio, la disminución del estado (hasta un mínimo que asegure servicios esenciales, como la seguridad, la defensa y la protección de los más débiles) sólo implica liberar energías productivas, que pueden ofrecer los mismos servicios con mayor eficacia.

En cuanto a la supuesta explotación del Sur, lo cierto es que el volumen de la inversión y del comercio dentro de los países del 15 % más rico es abrumadoramente superior al que existe entre estos y los más pobres del Sur, por lo que esa teoría es un simple mito. La riqueza no se genera, salvo en una medida puramente residual, en plantaciones o minas de repúblicas bananeras, sino en países que ya son ricos en infraestructuras, tejido industrial y capital socioeducativo. Si algo se le puede reprochar a Occidente no es que pague salarios de miseria a los habitantes más pobres del planeta (que en todo caso son superiores a los salarios locales), sino que no cree más empleos aún, y que no comercie a mayor escala con el llamado “tercer mundo”, eliminando las barreras arancelarias. Lo cual es algo muy diferente de la idea de un Norte parasitador o vampirizador del Sur.

Respecto al gasto militar, hay que recordar que, históricamente, la aplastante superioridad de los Estados Unidos tiene su origen en la Segunda Guerra Mundial y en la guerra fría, es decir, que es un producto de la lucha contra los mayores sistemas totalitarios de la historia, el nazismo y el comunismo. Por supuesto, un desarme unilateral sería una entrega estúpida de Occidente a manos de potencias asiáticas con arsenales nucleares y otros estados de tendencias poco tranquilizadoras. Debe añadirse también que el terrorismo es un fenómeno que nace invariablemente de ideologías nacionalistas, socialistas o islamistas, radicalmente contrarias a los principios liberales, cuyo mecanismo psicológico no requiere en absoluto la existencia de ninguna razón objetiva para el resentimiento, sino que son perfectamente capaces de fabricar o hiperbolizar agravios por sí mismas.

Por último, respecto a la supuesta depredación de la naturaleza, lo cierto es que los países que más reducen la contaminación ambiental, gracias a su carácter democrático y legalista, y a su desarrollo tecnológico, son los más ricos. Y las agoreras predicciones de agotamiento de materias primas, o de calentamiento global debido supuestamente a las emisiones humanas de CO2, hasta ahora han tenido un acierto predictivo inversamente proporcional a su éxito propagandístico.

Lejos de nosotros pretender que en el mundo liberal todo sea color de rosa. Pero son precisamente los auténticos problemas e iniquidades que existen en los países ricos aquellos que los progresistas ignoran o se empeñan incluso en negar. Entre ellos, el crecimiento desmesurado del sector estatal, debido a irresponsables promesas de políticas demagógicas, que amenaza con truncar el crecimiento económico, condenando a los más pobres a quedar estancados en su situación. Pero lo más grave (aunque presenta claras conexiones con este problema), es la decadencia moral que aqueja a Occidente desde los años setenta. Esta decadencia se manifiesta de manera singular en la baja natalidad y el relativismo cultural (cuyo fenómeno singular más repulsivo es la permisividad legal ante el aborto), que socavan las raíces judeocristianas y clásicas de las instituciones cívicas, desarmando a la cultura occidental ante la irrupción del tribalismo islamista. Incluso aunque esta amenaza externa no existiera, el destino de una civilización que está dejando de reproducirse, que opta por el aborto, la “muerte digna” y la equiparación de toda forma de sexualidad no reproductiva, eludiendo cualquier sacrificio y contención, es sencillamente la extinción.

Cabe en este punto preguntarse si esta decadencia civilizatoria no está estrechamente relacionada con las concepciones progresistas que desdeñan las instituciones liberales o incluso las consideran responsables de la pobreza y de la violencia en el mundo. En efecto, una cultura en declive es una cultura que ha dejado en cierto modo de respetarse a sí misma, de tener unos objetivos que vayan más allá del “comamos y bebamos, que mañana moriremos”. Es una cultura que cae en el autoodio nihilista, racionalizado falazmente como una crítica del etnocentrismo (pero curiosamente, todas las culturas tienen derecho a ser ciegamente etnocéntricas salvo la propia), y que está dispuesta a dilapidar e incluso escupir sobre su propio legado.

¿Cómo podemos detener y revertir este proceso? No hay una respuesta fácil, pero en primer lugar, evidentemente, siendo conscientes de él, lo cual pasa por una crítica contundente de las nociones antiliberales y relativistas que, amparadas en la estética “progresista”, sólo contribuyen a acelerar la descomposición, a disolver la responsabilidad individual y los vínculos tradicionales y espontáneos, sustituyéndolos por una burocratización esclerotizante. Expresado en términos positivos, esto supone defender la moral judeocristiana, la familia, la empresa privada, la libertad educativa y las organizaciones de la sociedad civil. Todo aquello que los progresistas tachan, en el mejor de los casos, de “conservador”. Ahora bien, si ser conservador es defender el humus moral y cultural en el que han enraizado las instituciones liberales, no sólo no tiene nada de malo, sino que es una actitud más necesaria que nunca.

viernes, 28 de marzo de 2014

Falso conflicto

Según Santiago Navajas, existen dos posiciones minoritarias y opuestas sobre el aborto que son la del cardenal Rouco Varela y la de Izquierda Unida. El primero sostiene que una vida humana debe protegerse desde el instante de la fecundación, mientras que para la formación neocomunista, debería permitirse su eliminación hasta el noveno mes de embarazo. Navajas cree que ambas posturas son maximalismos del "todo o nada", pues no comprenden que hay un conflicto entre el derecho de la mujer "a elegir qué hacer con su propio cuerpo" y el derecho a la vida del "individuo no nacido", ambos igualmente legítimos.

En realidad, tal conflicto no existe, porque por definición, desde el momento que reconocemos que hay un derecho a la vida del no nacido, estamos admitiendo que es algo distinto del cuerpo de la embarazada. Un principio básico del liberalismo es que mi libertad termina donde empieza la de los demás. Por ejemplo, es falso, como se dice a veces, que el derecho de los jóvenes a divertirse practicando botellón a altas horas de la noche entra en conflicto con el derecho de los vecinos a descansar. Desde el momento que mi "diversión" impide dormir a una persona a las dos de la madrugada, mi derecho se ha terminado, por lo que dentro de esas circunstancias sólo queda un derecho en pie, que es a dormir por la noche. Que en esta sociedad haya quienes pretendan encontrar la manera de "conciliar" ambos derechos, equiparando el valor del coma etílico voluntario al descanso de quienes deben ir a trabajar a la mañana siguiente, es sólo un síntoma de lo bajo que hemos caído, moral e intelectualmente.

Del mismo modo, que una mujer pueda disponer de su cuerpo como quiera, es un derecho que se termina en cuanto afecta a una tercera persona, se pueda esta valer o no por sí misma, o sea cual sea su grado de consciencia. Sólo faltaría que las personas dependientes o mentalmente disminuidas no tuvieran derecho a vivir. Otro ejemplo: yo tengo derecho a conducir vehículos de tracción mecánica, pero no tengo ningún derecho a pasar delante de una escuela a cien kilómetros por hora. No hay conflicto alguno entre mi derecho a la conducción y el derecho a la seguridad de los escolares, incluso aunque fueran equiparables, porque el derecho del conductor sencillamente no existe en esas circunstancias. Los derechos humanos encuentran sus limitaciones naturales en la medida en que su ejercicio perjudica directamente a los demás, lo cual hace que realmente no tenga sentido hablar de conflictos, sino de violaciones que se disfrazan de derechos.

La cantinela del conflicto beneficia sobre todo a quienes tratan de restringir derechos más allá de sus límites naturales, como sucede en el supuesto conflicto entre el derecho a la vivienda y la propiedad privada, que permite a gobernantes demagogos imponer tasas confiscatorias a los propietarios de casas, o incluso expropiarles.

El único conflicto auténtico es el que se produce entre la moral y el ansia del poder por conseguir votos a cualquier precio. Los políticos que explotan los conflictos reales o imaginarios suelen decantarse por la parte que les va a reportar más votos. En el caso del aborto, el cálculo es sencillo, porque los seres humanos en edad de gestación no votan, y ni siquiera protestan.

No es coherente presentarse frente a los "maximalistas" como la persona abierta de mente que no cierra los ojos ante la existencia de un conflicto de derechos, y sostener luego que en realidad no hay derecho a la vida antes del nacimiento, o antes de la viabilidad extrauterina, o antes de la sensibilidad nerviosa al dolor; es decir, que no habría objetivamente tal conflicto.

Lo realmente abierto de mente sería admitir que hay otra forma de cuestionar la existencia de ese conflicto, que es negar el derecho de una mujer embarazada a eliminar a la criatura que porta en su seno, por muchas incomodidades que eso pueda acarrearle. Cualquier persona que no se deje condicionar por sus intereses (por ejemplo, los padres de una adolescente que temen que esta les llegue un día a casa preñada) o por algo mucho peor, que son las ideas abstractas, admitirá que no se pueden poner al mismo nivel el bienestar subjetivo de una mujer y la vida de un ser humano.

Dicho sea de pasada, yo soy renuente a llamar a esta equiparación liberalismo. Es significativo que Santiago Navajas acuda a libertarios extremistas como Ayn Rand y Walter Block (este, defensor de los contratos de esclavitud), y al mismo tiempo a un socialdemócrata como John Rawls (que niega que la libertad de mercado sea una "libertad básica"; véase A Theory of Justice, 1999, cap. 11, 2). Pero no discutiré sobre etiquetas. Lo importante no es si el aborto encaja o no con nuestra ideología favorita, o si más o menos países lo admiten legalmente, sino si es moralmente defendible.

Roger Scruton ha señalado que una de las estrategias habituales de los defensores del aborto consiste en trasladar la carga de la prueba a quienes se oponen a él. Es decir, somos quienes defendemos la vida quienes debemos demostrar que hay un mal mayor en el aborto que el provocado en la salud mental de las mujeres a las que se les prohíbe. Naturalmente, esto es imposible. "Si se retira -dice Scruton- el sentido común y la costumbre se podrá demostrar cualquier cosa y ninguna (...) Por supuesto, nada puede ser demostrado anticipadamente; incluso de manera retrospectiva, después de ser testigos de la escala genocida que están tomando los abortos en Estados Unidos [y en Europa] (...), es tentador señalar que no era necesaria ninguna prueba." (Usos del pesimismo, Ariel, Barcelona, 2010, pág. 161.)

No se puede demostrar que un embrión humano tenga alma, pero tampoco que la tenga un ser humano plenamente desarrollado. Quienes exigen argumentos para salvaguardar la vida de "un conjunto de células" olvidan imprudentemente que todos somos un conjunto de células. Y todo por resolver un conflicto que nunca ha existido más que en su imaginación.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Vox en Tarragona

Esta tarde hemos asistido unas ochenta personas a la presentación de Vox en Tarragona, donde se han escuchado las intervenciones del coordinador provincial, Álex de Anta, del presidente provisional del nuevo partido y cabeza de lista para las elecciones al parlamento europeo, Alejo Vidal-Quadras, y de otros dos integrantes de la candidatura, Iván Espinosa de los Monteros y Cristina Seguí.

Éramos pocos, pero los discursos valieron la pena. Me sorprendió gratamente el muy elaborado de Álex de Anta, a quien no tenía el gusto de conocer fuera de su cuenta de Twitter. El coordinador del partido en Tarragona desarrolló, hablando tanto en catalán como en castellano, una interesante diferenciación entre la catalanidad (fundada en los elementos hispanorromano, cristiano y familiar) y el catalanismo, definido como una ideología totalitaria que en realidad atenta contra los valores de la catalanidad.

Siguió la intervención de Cristina Seguí, que empleó un tono personal para recordar los principios que inspiran a Vox, empezando por la cuestión decisiva de la defensa de la maternidad.

En tercer lugar, tuve el placer de descubrir a un excelente orador, a Iván Espinosa de los Monteros. El cofundador de Vox incidió en la batalla de las ideas contra el pensamiento único socialdemócrata, concluyendo con una elocuente defensa de la capacidad emprendedora de los españoles, ahora atrofiada por un estatismo asfixiante.

Por último, la intervención de Vidal-Quadras no defraudó lo más mínimo; arrancó aplausos y risas y se metió al público en el bolsillo. El veterano político empezó arremetiendo contra el disparate separatista, definiéndolo como lo que es, como algo que no tiene cabida en el estado de derecho. Rechazó también la falsa solución federalista, pues sólo tiene sentido para unir lo que previamente estaba separado, y defendió como objetivo a largo plazo la eliminación de las autonomías. De ahí pasó a la parte central de su discurso, una brillante y didáctica crítica del insostenible sector público que padecemos. Vidal-Quadras señaló que no sólo los partidos establecidos son incapaces de afrontar la indispensable reducción de las administraciones (porque ello pasaría necesariamente por deshacerse de sus respectivos "pesebres") sino que ni siquiera ninguno de los nuevos partidos defiende seriamente tal reducción. Vox es la única formación que aboga realmente por encoger el volumen estatal, pasando del 47 al 40 por ciento del PIB en una legislatura.

En suma, fue una reunión en la que se atacó explícitamente el consenso socialdemócrata. Por esto, Vox será tachado (lo ha sido desde el primer momento) de ultraderechista. Buena señal, porque hoy cuestionar el pensamiento único progresista es anatema. Queda sin embargo lo más difícil, romper esa "espiral del silencio" a la que se refirió Álex de Anta. En Cataluña, como demuestra la modesta asistencia tarraconense, será una labor especialmente ímproba, porque la combinación de progresismo y nacionalismo resulta especialmente potente. Pero sucede que sólo si cuaja en esta región de España, podrá tener verdadero éxito.

En las redes sociales se ha discutido sobre la idoneidad de que Vidal-Quadras permanezca en Bruselas; yo mismo he expresado mis dudas sobre si no sería mejor tenerlo más cerca, en la política nacional. Pero en este momento lo que conviene es que Vox arraigue, que obtenga un buen resultado en las elecciones europeas; y con Vidal-Quadras como cabeza de lista, las garantías son claramente mayores. Basta escucharle para desterrar cualquier duda, al menos en mi caso.


domingo, 23 de marzo de 2014

La desinformación de TVE

Este domingo ha muerto Adolfo Suárez; descanse en paz. La noticia se ha conocido a los pocos minutos de haber empezado el informativo de las tres de la tarde del primer canal de TVE. Sin embargo, antes de ello, por los titulares ya sabíamos de lo que no iba a hablar la televisión pública del gobierno de Mariano Rajoy. Para empezar por lo más vergonzoso, ni una palabra sobre esto:



"Esto" sucedía el sábado en Caracas.

La política informativa de TVE sobre Venezuela, desde que el mes pasado empezaron las masivas protestas de la sociedad civil contra el régimen socialista, es sencillamente repulsiva. Un régimen socialista, por cierto, que ha arruinado el país, que conculca los derechos humanos y que encubre la violencia de sus matones permitiendo uno de los mayores índices de criminalidad del mundo, mientras encarcela a líderes opositores. Un régimen que por parte del ente público de un gobierno supuestamente de derechas como es Televisión Española, recibe un tratamiento exquisito, acaso para salvaguardar los intereses de nuestras inversiones. Es decir, para salvaguardar que nuestras empresas sigan siendo, como en Cuba o en Argentina, rehenes de regímenes donde no existe seguridad jurídica, y en cualquier momento el tirano de turno las pueda expropiar o someter a cambios arbitrarios de regulaciones.

Por supuesto, era de esperar que TVE tampoco dijera ni pío de Alejo Vidal-Quadras, elegido ayer democráticamente, en elecciones primarias, para encabezar la candidatura de Vox a las elecciones europeas. Pero no por previsible deja de resultar miserable que, con criterios de mero periodismo profesional, no se considere siquiera digna de ser incluida, en un informativo de más de una hora, la noticia acerca de un eurodiputado de larga trayectoria en la política española. Una figura que se acaba de marchar del partido en el que ha militado durante décadas por graves desacuerdos con su línea política, y que se presenta ahora a unas elecciones por un nuevo proyecto. Si esto no es noticia (ya no digo noticia relevante), ¿qué lo es?

Desde mi punto de vista liberal, una televisión pública no tiene justificación, y mucho menos con el nivel de endeudamiento público que soportamos. Pero ya que no se suprime, por lo menos sería de comprender que un gobierno elegido por mayoría absoluta hubiera puesto fin a que los impuestos de sus votantes sigan sosteniendo el sesgo izquierdoso de los informativos de máxima audiencia. Todas las televisiones públicas tienden inevitablemente a favorecer al gobierno. Pero con el PP, esto se pretende encubrir regalando torpemente a la izquierda todo lo que no sea la información estrictamente partidocrática, con un cortoplacismo ideológicamente suicida del que sólo es capaz una derecha intelectual y moralmente corrompida.

viernes, 21 de marzo de 2014

Los progres no cambian

El progresista es una persona con gran fidelidad a determinadas ideas y recetas, por muchas veces que los hechos se empeñen en contradecirlas. Así, por ejemplo, es admirable cómo se aferra a la idea de que la violencia (y en particular el terrorismo) es una consecuencia de la pobreza, pese a los abrumadores indicios que la desmienten. Un progre de manual como George Lakoff, en su conocido opúsculo No pienses en un elefante, nos asegura que "si se acaba con esa pobreza, se acaba con lo que alimenta a la mayoría de los terroristas, aunque los terroristas del 11-S tenían dinero". Lo cual es como si yo digo que todos los bigotudos son tontos, aunque Einstein tenía bigote. Basta anteponer un "aunque" a cualquier hecho que venga a estropear mi teoría favorita, y ya puedo defender hasta que el socialismo es un sistema mucho más justo que el capitalismo, aunque sean los cubanos los que se empeñen en escapar a Florida y no al revés.

Otro ejemplo se refiere a los trágicos casos de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas masculinas. Los progres tienen ya una explicación previa a cualquier estudio empírico: estos asesinatos se deben a una cultura machista que pretende que la mujer debe limitarse a un papel de sirvienta doméstica. Así lo afirma al menos Miguel Lorente (expreboste del Ministerio de Igualdad) en un artículo titulado "Ellas están cambiando; ellos, no", donde nos asegura que "los hombres no cambian y permanecen en esa idea de que «su mujer» debe hacer lo que se espera de ella, es decir, ser ante todo «una buena esposa, madre y ama de casa»".

Pasemos por alto el carácter desfasadamente paternalista del artículo ("las mujeres están cambiando"), como si la presencia femenina en la educación superior, en los tres poderes del estado, en los medios de comunicación y en general en todos los sectores económicos, fuera una "conquista social" de las dos legislaturas de Zapatero, tras el derrocamiento de la bigotecracia aznariana. Pasemos por alto también el entrecomillado del sintagma "mi mujer", como si cualquier otra expresión que no fuera "la ciudadana Paula" debiera ser investigada por la Policía del Pensamiento:

-¿Cree usted que una muñeca es un juguete adecuado para una niña?

-Bueno, no sé qué tiene que ver...

-¡Conteste sí o no!

Lo que no podemos pasar por alto es que el propio autor inicia su artículo con la confesión de un asesino, que reconoce que mató a su mujer porque rompió con él: "si me dejas te mato, le advertí". Esto por lo pronto es algo distinto de afirmar que ese sujeto mató a su pareja porque no estaba dispuesta a asumir un papel de sumisión. Puede que esa fuera a su vez la causa de la ruptura, pero sostener que esto es así en la mayoría de casos es una hipótesis que debe ser contrastada como cualquier otra. Lo que sí demuestran las estadísticas son dos hechos:

1) Un gran número de muertes de violencia doméstica se producen durante o después de una separación que el hombre se niega a aceptar.

2) La violencia de mujeres contra sus parejas masculinas no es ni mucho menos anecdótica, pese a que no tenga la misma repercusión mediática ni política.

Lo segundo ya fue cuestionado por Miguel Lorente en un artículo anterior, titulado "Hombres asesinados y mentiras resucitadas", en el que afirmaba que ciertas cifras de muertes de varones a manos de sus parejas femeninas estaban infladas burdamente, pero al mismo tiempo reconocía que el Ministerio de Igualdad y otros organismos afines no contabilizaban las víctimas masculinas porque su cometido es precisamente "actuar sobre la violencia que sufren las mujeres", del mismo modo que la DGT no contabiliza los accidentes laborales. Ahora bien, esto es precisamente lo que nos lleva a cuestionar los registros oficiales de violencia ejercida por mujeres. Basta consultar las hemerotecas para comprobar que no existe correspondencia entre tales registros y un mero recuento de los casos aparecidos en la sección de sucesos, como divulgó Arcadi Espada en su blog.

Lorente venía a decir que, en todo caso, las cifras de hombres muertos a manos de mujeres son insignificantes comparadas con la mayoría abrumadora de varones que son víctimas de conflictos armados y luchas entre bandas criminales, mayoritariamente protagonizados por el sexo masculino. No obstante, si hablamos de violencia doméstica, aludir a las guerras y al pistolerismo es salir por peteneras; hábito por lo demás muy extendido entre los progres, que si te muestras contrario al aborto te recuerdan que no te vieron enarbolando una pancarta de "Aznar asesino" en las manifestaciones contra la guerra de Iraq.

Pero la cuestión decisiva es la que nos revela el primer hecho, la relación entre la violencia intersexual y las rupturas sentimentales. Que tras estas haya un sordo conflicto por el reparto de las tareas domésticas es una generalización de un cierto regusto marxista, que todo lo reduce a economía, y que habría que demostrar con datos. Mientras esto no se haga, otras hipótesis pueden ser igual de respetables. La mía es la siguiente: en una sociedad donde se rinde culto al hedonismo, la inestabilidad de las relaciones de pareja tiende a aumentar, debido a los incentivos para cambiar de rutina y de amante, así como a cierta insatisfacción artificial que en algunas personas puede generar la difusión de fabulaciones eróticas. Esto trae consigo los consabidos celos amorosos, fundados o infundados, que en algunos casos pueden acabar en comportamientos violentos.

La culpa es siempre de quien comete una agresión. Pero si nos empeñamos en trazar un retrato del hombre como una especie de fiera a la que hay que reeducar, a fin de erradicar sus atavismos machistas, dilapidamos energías que podrían orientarse a tratar de defender una concepción menos individualista de los vínculos entre hombres y mujeres, en la que ambos sexos salgan ganando, renunciando voluntariamente a una parte de su libertad para dedicarla más a la vida familiar.

El feminismo ha inculcado a varias generaciones de mujeres que tienen que imitar, paradójicamente, a los hombres: salir más de casa, tanto para trabajar como para irse de parranda con las amigas. Tenemos indicios sobrados para suponer que se trata de un mal consejo. La alternativa no es, como pretende la caricatura interesada, que la mujer se quede preparando la cena mientras el golfo del marido se solaza en el bar a la salida del trabajo. La alternativa consiste precisamente en que tanto hombres como mujeres dejemos de ser adolescentes y concibamos el hogar como el espacio sagrado de la vida conyugal y la crianza de los hijos, asumiendo plenamente nuestras responsabilidades.

Pero por el momento, el discurso dominante seguirá ahondando en la relativización de la familia, aunque la violencia doméstica siga siendo una lacra. Y es que los progres no dan señales de estar cambiando.

lunes, 17 de marzo de 2014

El mantra de confiar en uno mismo

En cualquier librería, grande o pequeña, encontraremos la nutrida sección de "Autoayuda", generalmente al lado, o incluso confundida con la sección "Espiritualidad". El principio fundamental de la clase de libros así etiquetados, tanto los de vertiente más psicológica o filosófica como los de tipo burdamente comercial, es el "confía (o cree) en ti mismo", así como un sinfín de variantes más o menos equivalentes: "quiérete a ti mismo", “búscate a ti mismo”, "aprende a perdonarte", "porque tú lo mereces" y toda la retahíla de "autos": "autoestima", "autorrealización", "autoayuda"...

Y pensar que no hace tantas décadas, uno de los libros que más frecuentemente podía hallarse en cualquier hogar era la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, donde se pueden leer cosas como:

"El que bien se conoce, tiénese por vil..." (I, II)

"No confíes en ti, sino en Dios." (I, VII) 

"El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se busca a sí mismo, sino que desea que Dios sea glorificado en todas." (I, XV)

"El propósito de los justos más depende de la gracia de Dios que del saber propio (...). Porque el hombre propone, pero Dios dispone; y no está en mano del hombre su camino." ((I, XIX)

"Cuanto más te perdonas a ti mismo y sigues a la carne, tanto más gravemente serás después atormentado..." (I, XXIV)

"No debemos confiar de nosotros grandes cosas, porque muchas veces nos falta la gracia y la discreción." (II, V)

“Si en todo buscas a Jesús, hallarás de verdad a Jesús, mas si te buscas a ti mismo, también te hallarás pero para tu daño." (II, VIII)

"Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada. Si hiciere gran penitencia, aún es poco. Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos; y si tuviere gran virtud y muy ferviente devoción, aún le falta mucho, le falta (...) que, dejadas todas las cosas, deje a sí mismo y salga de sí del todo, y que no le quede nada de amor propio." (II, XII)

"Nada tienes de que puedas alabarte, pero mucho de que humillarte; porque eres más flaco de lo que puedes pensar." (III, IV)

"Te es más útil y más seguro encubrir la gracia de la devoción y no ensalzarte ni hablar mucho de ella ni estimarla mucho, sino despreciarte a ti mismo y temer, porque se te ha dado sin merecerla." (III, VII)

"No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu." (III, XIII)

"¡Oh Señor, cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios, donde no me hallo ser otra cosa que nada y nada más que nada!" (III, XIV)

"Y si llegares al perfecto desprecio de ti mismo, sábete que entonces gozarás de abundancia de paz, cuanto cabe en este destierro." (III, XXVI)

"Hijo, no puedes poseer libertad perfecta si no te niegas del todo a ti mismo." (III, XXXII)

"El que se atribuye a sí mismo algo bueno, impide que la gracia de Dios venga sobre él; porque la gracia del Espíritu Santo siempre busca el corazón humilde." (III, XLII)

"Señor Dios (...), sé Tú mi fortaleza y toda mi confianza, pues no me basta mi conciencia." (III, XLVI)

"Así como no desear nada exterior produce la paz interior, así el negarse interiormente causa la unión con Dios." (III, LVI)

Cada una de estas sentencias es como un escupitajo a la conciencia moderna. Hoy es mil veces más probable que en una mesita de noche haya un libro de Ken Follet que el Kempis. Y es que las ciencias avanzan una barbaridad... Recientemente, un premio Nobel de Física ha reeditado el estribillo: "Si miras el mundo desde la perspectiva científica, no necesitas la religión". Claro. Tampoco la necesitas desde la perspectiva gastronómica, musical o metalúrgica. Cuando me como una tortilla de patatas, no suelo pensar en Dios, pecador de mí. Pero creo que si lo bendijéramos más a menudo, con cualquier pretexto, hasta una humilde tortilla nos sabría mejor.

Hoy sabemos mucho más que en tiempos de Kempis, y por eso descreemos de Dios o nos fabricamos un dios a nuestra medida, una "energía cósmica", al estilo de la "Nueva Era". (Aprovecho para recomendar encarecidamente el libro del sacerdote católico Gonzalo Len, New Age. El desafío, Stella Maris, Bacelona, 2014.)

Sin embargo, por muchas cosas que sepamos, hoy no somos más inteligentes que en el siglo XV, ni siquiera que en el siglo XV antes de Cristo. Subyugados por “el espejismo de que las llamadas leyes de la naturaleza son las explicaciones de los fenómenos de la naturaleza” (Wittgenstein, Tractatus, 6.371), hemos dado en la idea inconcebible (que nadie jamás ha presentado de manera inteligible) de que el universo se autoexplicaría. De ahí a suponer que somos autosuficientes, no hay más que un paso naturalmente lógico.

Tenemos un alto concepto de nosotros mismos en comparación con nuestros antepasados, pese a la legalización del aborto, a los millones de euros o dólares que mueven las drogas, la pornografía y los sucedáneos más descaradamente comerciales de la religión. Y los más engreídos de todos son los que van de escépticos y neoilustrados, los que creen saber realmente algo. Tan seudocientíficas son las especulaciones divulgativas sobre el origen del universo a partir de "fluctuaciones cuánticas de la nada" como la charlatanería new age de las “vibraciones de energía”.

Desde que la humildad ha quedado reducida a un concepto con el que juegan los entrenadores de fútbol y los formadores de equipos de ventas, no pasa un día sin que se acreciente nuestro narcisismo. Hoy Tomás de Kempis molestaría, suponiendo que siquiera se le comprendiese; se prefiere a un Paulo Coelho para que nos diga lo especiales y maravillosos que somos cada uno de nosotros. Desde luego, hay un innnegable progreso en ello: en la cuenta corriente del señor Coelho y, seguramente, en su autoestima.

domingo, 16 de marzo de 2014

Suicidio de Estado

El próximo 5 de abril se celebrará en Tarragona la II Asamblea General Ordinaria de la organización ANC (Asamblea Nacional Catalana), teledirigida por ERC y fuertemente infiltrada por los bolivarianos y filoetarras de la CUP. En la propia web de ANC está colgada la ponencia que se presentará ese día, titulada "Hoja de Ruta 2014-2015". (Es significativo que los catalanes se diferencien tan poco del resto de españoles a la hora de comerse con patatas anglicismos tan estúpidamente innecesarios como, entre muchos otros, "hoja de ruta".) Algunos han señalado que en este texto tenemos por fin la confesión del carácter francamente golpista del proceso separatista. Concretamente, en las líneas 621-634 (que han tenido a bien numerar), tras anunciar la declaración unilateral de independencia para el 23 de abril de 2015, no se deja ningún lugar a dudas (las negritas son mías):

"La Declaración de independencia debe ir seguida de actos de ejercicio de soberanía que, en la práctica, hagan visible un funcionamiento plenamente independiente, soberano. Estos actos y el control efectivo del país nos facilitarán el reconocimiento internacional."

(...)

"La visualización pública de que el país funciona por sí solo (...) debe concretarse en elementos como el control de las grandes infraestructuras y fronteras -puertos, aeropuertos...-, la seguridad pública, las comunicaciones, etc. El elemento clave será el comportamiento de la ciudadanía, cuando deba hacer frente al pago periódico de impuestos y elija, mayoritariamente, ingresarlos en la administración del nuevo estado."

¿Tenemos derecho a sorprendernos? La secesión era esto, a fin de cuentas: la ruptura de la legalidad, el desacato a las órdenes de los poderes ejecutivo y judicial y el desalojo de los funcionarios españoles.

Sin embargo, no deberíamos interpretar la "hoja de ruta" de los separatistas como si hubieran decidido quitarse de una vez por todas sus pieles de corderos. Todavía no estamos en esta fase. Ellos son demasiado pacíficos, demasiado demócratas para todo eso. Aún pretenden hacernos creer que el traspaso de poderes puede realizarse de manera totalmente incruenta, sin disparar un solo tiro ni derramar un sola gota de sangre. "Cuando se tome el control de la administración española ¿nos dispararán? (...) ¿matarán catalanes?" se pregunta un comentarista del digital Tot Tarragona (comentario del 12/03/14 a las 10:16).

Digámoslo claramente, los separatistas (al menos las masas no dirigentes) todavía confían en que España tal vez se entregará sin luchar; en que ningún policía nacional, ningún guardia civil ofrecerá resistencia, en que ningún agente de la autoridad obedecerá órdenes que vengan de Madrid, o de algún juez decente que pretenda hacer cumplir la legalidad vigente. Su ideal no es un golpe de estado, sino un suicidio de estado.

Y hay que reconocerlo: llevamos treinta años dándoles a los separatistas motivos para que crean (o hagan creer a la masa de sus seguidores) que tal suicidio es posible. Hemos hecho lo indecible para que piensen que ellos tienen derecho a decidir democráticamente, pero el resto de españoles no. No se oponen, ciertamente, a que se realice una reforma constitucional que permita legalizar sus exigencias, pero dan a entender claramente que eso es un problema del gobierno español: que por la vía legal o la ilegal, consultando o no a todos los españoles, ellos declararán la independencia. Eso sí, si España se suicida sin alharacas, mejor; todo será más fácil.

En cierto modo, España lleva décadas dejándose morir. Cuando yo tenía catorce años, a principios de los ochenta, no sabía lo que significaba "facha". Lo descubrí un día que un compañero de clase me dijo, señalando a una chica que se sentaba delante: "¿Has visto? Es facha." La chica lucía una pulsera con los colores de la bandera española. Efectivamente, una nación que se avergüenza de su bandera, de su himno y de su pasado, una nación que cede sus competencias de Educación a administraciones que nunca han ocultado su deslealtad, una nación que cambia el nombre de su Instituto Nacional de Meteorología por Agencia Estatal, una nación que llama a su selección de fútbol "la Roja", eludiendo adjetivos como nacional o española, es una nación que se ha ido abandonando lentamente. 

Quizás estamos a tiempo de reaccionar, de negarnos a la eutanasia nacional. Pero no me cabe duda de que los dirigentes de la sedición separatista han previsto esta posibilidad de reacción in extremis y que están absolutamente dispuestos a que se produzca una tragedia, de la cual por supuesto culparían al gobierno español.

Habría que actuar mucho antes. Si por desgracia ha de haber forcejeos y algún tiro, es mejor que se produzcan antes de la declaración de independencia y antes del referéndum o de las elecciones plebiscitarias, en aplicación de la ley, y preferiblemente por sorpresa. No hay que esperar a que la situación alcance el máximo dramatismo; esto sólo favorece los planes y la propaganda secesionista. En todo caso, si alguien debe entregarse sin luchar, que sean los cabecillas secesionistas. Y si ha de producirse un suicidio (Dios no lo quiera), que sea, con dignidad, el de quien ha iniciado este proceso diabólico; en su despacho y cercado por las fuerzas de seguridad. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

El progresismo realmente existente

Si progresar es, tal y como reza el diccionario, “avanzar, mejorar, hacer adelantos en determinada materia”, prácticamente no habrá nadie que no sea partidario del progreso en un sentido u otro. Si no queremos que el término progresismo sea trivialmente amplio deberá contener, además de una aprobación del progreso, una idea más o menos precisa acerca de qué debemos entender por tal cosa. Y por ello cabe imaginar en principio que podría haber distintas formas de ser progresista (distintas ideas de cómo mejorar el mundo), por mucho que sólo una de ellas sea culturalmente dominante e incluso haya conseguido presentarse como la única existente.
En un primer acercamiento, entendemos habitualmente el progreso como un proceso de lucha de la razón contra las fuerzas irracionales de lo fáctico, lo establecido, la fuerza bruta, los intereses creados, la superstición y la costumbre. Esta definición sigue siendo en gran medida demasiado genérica, pues salvo una minoría nihilista, apenas nadie en nuestras sociedades occidentales se pronuncia deliberadamente a favor del irracionalismo, o considera que sus posiciones no son argumentables racionalmente, coincidan o no accidentalmente con situaciones de hecho.
Quienes defienden ciertas costumbres o instituciones inveteradas no se limitan por lo general a apegarse ciegamente a lo acostumbrado, sino que, acertada o equivocadamente, argumentan que es precisamente una razón profunda, aunque no siempre comprendida o recordada, la que explica el arraigo de determinadas prácticas, creencias o normas.
No obstante, resulta revelador que ya en este nivel previo nos veamos movidos a circunscribirnos a Occidente. No tenemos claro, en efecto, que nuestra idea de la racionalidad en lucha contra fuerzas telúricas haya surgido independientemente en otras civilizaciones. Digámoslo sin ambages: el progresismo, tal como acabamos de definirlo, es una concepción inconfundiblemente judeocristiana, al menos en su origen. El dualismo agonístico entre el espíritu y las pasiones, entre la razón y el instinto, impregna de tal modo nuestra cultura que pervive incluso en las teorizaciones biologistas de la naturaleza humana. Los autores más decididamente materialistas suelen ser mayoritariamente progresistas: es decir, por lo pronto, siguen creyendo que aunque la mente humana sea un proceso puramente molecular, le es posible reordenar el mundo, subyugar hasta cierto punto a la materia. No carece de cierta ironía que quienes frecuentemente condenan la moral judeocristiana como una rémora del pasado, sean al mismo tiempo tan fieles a su más profunda esencia dualista.
Tampoco ha faltado quien, admitiendo lo anterior, ha llegado a la conclusión de que la filiación teísta del racionalismo, antes que a una reconsideración más amigable del legado judeocristiano, nos debería llevar a romper radicalmente con él, rechazando toda reedición del represor “dualismo bestia-ángel” y explorando una nueva epistemología que supere la brecha entre lo racional y lo emocional[1]. Confesamos no comprender en qué se diferenciaría esto de una regresión o concesión al irracionalismo. Más bien se parece mucho a la actitud de quien prefiere volcar el tablero de juego antes de admitir que algunas de sus ideas favoritas han sufrido un revés.
Puede afirmarse que esta es una reacción clásica de parte del progresismo. Es conocida la deriva hacia el relativismo y el multiculturalismo que ha llevado a cierta intelectualidad a defender todo tipo de prácticas manifiestamente irracionales de culturas distintas de la occidental, como por ejemplo el burka. Ahora bien, el hecho es que muchos de estos intelectuales no consideran estar renegando del progresismo y mantienen en otros temas muchas de las reivindicaciones tradicionales de la izquierda. No nos basta el fácil expediente de que ya no se trataría en ningún caso de auténticos progresistas, sino de desertores que se han pasado al lado oscuro, quizás por una pataleta de enfants terribles, contrariados porque la realidad no se ajusta a sus esquemas, como ha sostenido Sebreli[2]. Lo único que podemos afirmar sin ningún género de dudas es que el progresismo realmente existente, en cualquiera de sus variantes, no es necesariamente la defensa de la racionalidad sino la defensa de lo que algunos creen que es la racionalidad.
Excuso decir que la cuestión de si los progresistas tienen buenas intenciones no es lo decisivo. Estas deben darse por supuestas en un debate intelectual civilizado, salvo pruebas flagrantes en contra. La cuestión es si los medios que defendemos son los adecuados para los fines que pregonamos. Para saberlo no hay métodos infalibles, pero al menos se requieren dos cosas: la contrastación con los hechos y la conducción del análisis lógico hasta sus últimas consecuencias. Tal vez si aplicáramos ambos métodos a algunas soluciones consideradas progresistas, concluiríamos que el calificativo es infundado, pues no supondrían un verdadero mejoramiento de la sociedad.
Estamos, pues, de acuerdo, en que cualquier persona racional cree que el mundo es mejorable, y en que el camino para ello es someter la naturaleza a la razón. Ahora bien, el progresismo estándar se caracteriza por tener una concepción de la razón inmanentista. Es decir, considera que la razón procede de la naturaleza, y no al revés, como sostiene el judeocristianismo.
No importa que muchos progresistas sean creyentes: aquí sostengo que no pueden ser ambas cosas coherentemente, y que las creencias religiosas que declaran no son compatibles con los principios ideológicos que defienden. No es casual que estos creyentes progresistas suelan abanderar posiciones heréticas respecto al catolicismo, so pretexto de “adaptar la Iglesia a los tiempos modernos”.
La concepción inmanentista de la razón sustituye el radical dualismo entre el Creador y las criaturas por el dualismo mucho más débil entre el hombre y la naturaleza. Y digo que es un dualismo mucho más débil porque, al eliminar a Dios de nuestras ecuaciones, el hombre queda reducido sólo a ser una parte de la naturaleza. De aquí se desprende que el concepto de culpa es absurdo, pues no existe una voluntad trascendente que elija entre el bien y el mal, sino determinados procesos impersonales que son las causas del bien y del mal.
El progresista ha sustituído el mito hebreo del Pecado Original por el mito moderno del Buen Salvaje. El dualismo entre la naturaleza caída y la gracia redentora, en el cual la voluntad humana juega un papel insustituible, se reconvierte en una polaridad entre el individuo, considerado originalmente inocente, y la sociedad, la cultura o las condiciones materiales, responsables de todos los males.
Sostengo que esta desresponsabilización del individuo es el error fundamental del progresismo. Para razonar esta afirmación debemos analizar las consecuencias lógicas y empíricas de los principios progresistas, aunque por supuesto el progresista también recurre a un repertorio selectivo de hechos, estadísticas y anécdotas. Es comprensible que la realidad, tan compleja, no sea unívocamente interpretable. Si no fuera así, no existiría el debate ideológico y todos estaríamos de acuerdo en lo esencial. No obstante, ya sería un avance mostrar que quienes discrepamos del progresismo hegemónico no somos en cualquier caso retrógrados, mercenarios de intereses creados ni integristas, sino personas que vemos las cosas de otra manera, y que tenemos nuestros propios argumentos.
Las soluciones progresistas concretas pueden resumirse en torno a una serie de ideas-fuerza como son la igualdad, la libertad, la democracia, la paz y el ecologismo. Resumámoslas rápidamente:
1) Igualdad. Para el progresista típico, la igualdad de hecho (no meramente la igualdad en derechos) es un valor que debe ser conseguido en todos los ámbitos, especialmente el económico y el sexual, mediante una decidida intervención del Estado que actúe como redistribuidor de la riqueza a través de los impuestos y las prestaciones sociales, regulando los comportamientos individuales (por ejemplo, imponiendo cuotas de sexo, raza, e incluso orientación sexual) y transformando las concepciones de la sociedad mediante una educación dirigida.
El resultado de estas ideas, cuando se llevan a la práctica, son la desincentivación del mérito y del esfuerzo, el fomento del clientelismo, la burocracia y el empobrecimiento en general. Y por supuesto, la restricción de las libertades individuales.
2) Libertad. El progresismo concibe la libertad como poder: somos más libres cuanto más podemos hacer, más poderosos somos, por lo que tiende a prestar su aprobación moral a todo tipo de actos realizado con el consentimiento de terceros, o que no afecte a estos, al tiempo que, paradójicamente, y como acabamos de ver, cree lícito limitar la libertad de elección individual, si se puede justificar con un supuesto aumento del poder del individuo.
Entre las consecuencias más importantes de este principio se halla que todo lo que suponga desvincular la sexualidad de la reproducción se considera un triunfo de la humanización. Esto conduce incluso a la reivindicación del aborto como última válvula de seguridad ante los embarazos no deseados, y también a la defensa de la eutanasia.
3) Democracia. El progresista tiene una visión esencialista de la democracia, es decir, en lugar de considerarla un método para elegir a los gobernantes pacíficamente, cree que es posible realmente un autogobierno del pueblo, identificado normalmente con una asamblea representativa.
Esto, que aparentemente es loable, conduce a supeditar principios esenciales del Estado de Derecho (como por ejemplo, la separación de poderes) a una metafísica voluntad popular que empíricamente acaba siendo indistinguible de la del gobernante. Asimismo, desde el progresismo son prácticamente irresistibles las demandas de nacionalismos irredentos, que invariablemente se justifican por esa apelación esencialista a la democracia.
4) Pacifismo. El progresismo entiende que todo conflicto se origina en las desigualdades e injusticias. Por tanto, su “pacifismo” es asimétrico: simpatiza con las partes que él considera débiles o víctimas de una injusticia, incluso cuando estas recurren al terrorismo, y condena con la mayor dureza cualquier intervención militar de naciones como los Estados Unidos o Israel, o de las fuerzas del orden.
5) Ecologismo. El progresismo concibe la riqueza como un sistema de suma cero, en el que la magnitud total es invariable, y sólo cambian sus concentraciones locales. Las implicaciones son obvias para sus políticas igualitarias, que como hemos visto inciden sólo en el reparto de la riqueza, olvidando los procesos por los cuales se crea. Y también implica entender los recursos naturales como una magnitud fija, que no pueden hacer otra cosa que ir menguando por la acción del hombre, lo que supone una omisión flagrante del factor tecnológico.
Esto proporciona por cierto una excelente justificación complementaria para la defensa del intervencionismo estatal, con el fin de evitar las dramáticas consecuencias de un supuesto agotamiento de los recursos, o de un cambio climático atribuido a la acción antrópica.
A esta somera caracterización del progresismo podemos añadir el caso particular del progresismo español, que al aplicar los principios anteriores tiende inevitablemente a interiorizar una visión autoflagelante y acomplejada de la historia de España.
Así, se relativiza la importancia de la Reconquista cristiana, e incluso se deplora la pérdida de un supuesto paraíso de convivencia de las culturas islámica, judía y cristiana, que en realidad jamás existió.
Se considera el descubrimiento de América como poco más que un genocidio y a los descendientes de los indígenas supervivientes como sujetos de una liberación aún pendiente, pese a que fue el Imperio español el único que podía haberlos protegido contra los abusos de las oligarquías locales.
Se idealiza la República de los años treinta como un régimen de libertades y de avances sociales y culturales, pese a todos los datos objetivos en contra (censura, cierre de periódicos, violencia consentida por el Estado, pésima gestión económica, etc.), y contra los cuales se alzaron las oscuras fuerzas de la reacción.
Por último, y coherentemente con lo anterior, se demoniza sin matices todo el período de la dictadura franquista, desde 1939 hasta 1975, pese al progreso económico sin precedentes y los índices de anomia social (delincuencia, abortos, familias desestructuradas, etc.) muy inferiores a los actuales. Ello implica una visión hagiográfica del antifranquismo, al cual se atribuye la recuperación de la democracia, pese a que la única oposición seria al franquismo (comunistas y terroristas de ETA) no tuvo nada de democrática.
El progresismo español tiende a ser guerravicilista, en el sentido de que incluso ya bien entrado el siglo XXI, todavía identifica las posiciones de progresistas y conservadores con los bandos frentepopulista y franquista, respectivamente, de la guerra civil. Esta correspondencia le beneficia debido a su idealización propagandística del bando izquierdista, del cual se omiten sus crímenes y en particular su persecución contra los católicos, con miles de asesinatos.
Podríamos tener la tentación de decir que los verdaderos progresistas somos algunos de los que disentimos del progresismo oficialista, pero no vale la pena molestarse en pelear por los derechos terminológicos. Cedamos gustosamente la denominación a quienes se complacen en reconocerse en ella, porque un término lastrado con las connotaciones descritas difícilmente es recuperable. (En contextos más informales puede ser útil el término despectivo “progre”, despojado de la connotación aprobatoria de la palabra “progresista”.) En justa contrapartida, deberá aceptarse que, con idéntico criterio subjetivo, consideremos también como progresistas al régimen chavista de Venezuela o al terrorismo separatista vasco, pues así se ven ellos mismos. Llamar fascista a ETA, como acostumbran algunos, aunque sea con la buena intención de descalificar a esta organización, supone dudar implícitamente de que sus métodos criminales y totalitarios puedan estar inspirados en una ideología nacionalista y socialista, como si el nacionalismo y el socialismo, juntos o por separado, no hubieran sembrado el mundo de cadáveres.



[1] Richard Webster, Por qué Freud estaba equivocado. Pecado, ciencia y psicoanálisis, Destino, Barcelona, 2002, especialmente pp. 416 y ss.
[2] Juan José Sebreli, El asedio a la modernidad, Random House Mondadori, Barcelona, 2013, p. 13.

martes, 11 de marzo de 2014

11-M: no nos conformamos

En el año 2011, a los diez años del 11-S, un comando de fuerzas de élite de los Estados Unidos consiguió abatir a Osama Ben Laden, el principal responsable del atentado que marcó trágicamente el inicio del siglo XXI.

Hoy, a los diez años de los atentados de Madrid de 2004, ¿qué podemos decir los españoles? Que nos retiramos de Iraq, y que poco después iniciamos una negociación con nuestros terroristas locales de ETA, como resultado de la cual los criminales separatistas gobiernan una provincia española y decenas de municipios de dos regiones autónomas.

Siento vergüenza, sencillamente. Hace dos años que ha vuelto al gobierno el partido que perdió las elecciones aquel 2004, como consecuencia del atentado, y nada ha cambiado. Nada absolutamente. Parece que el PP está totalmente dispuesto a conformarse con la penúltima versión de los atentados, según la cual fueron planeados por Al-Qaida como venganza por las detenciones de islamistas en España, durante el gobierno de Aznar. Sugestiva pero incompleta tesis de Fernando Reinares expuesta en su libro ¡Matadlos! Quién estuvo detrás del 11-M y por qué se atentó en España, recién publicado por Galaxia Gutenberg. Con ello, se eliminaría el "argumento" de "Aznar asesino", que nos metió en la guerra ilegal de Iraq y bla bla bla. Y al mismo tiempo se contentaría a los progres y a la derecha obediente, que no han cesado de repetir el mantra de la "verdad judicial" sobre una trama islamista sin conexiones con servicios secretos ni nada que se le parezca. Así que todos contentos, y viva el consenso socialdemócrata.

Por supuesto, el autor no habla para nada en su libro de la mochila de Vallecas. Su interesante teoría se sostiene en esotéricas fuentes de inteligencia y en la premisa de que las pruebas aportadas por la policía en el juicio del 11-M no fueron manipuladas, destruidas ni inventadas. Preguntado sobre las irregularidades policiales y judiciales por el director de El Mundo, Casimiro García-Abadillo (en el programa de Antonio Jiménez en 13TV, hace pocos días), Reinares despreció los datos que le ofrecía el periodista, y prácticamente acto seguido confesó, más o menos textualmente, que "no soy competente en los aspectos periciales". Entonces ¿por qué descarta a priori las informaciones reveladas por autores como Luis del Pino, José María de Pablo o el perito Antonio Iglesias? ¿Cómo se puede desdeñar lo que se desconoce, por mucho que uno sea un experto en otros aspectos? Precisamente lo que se espera de un experto en cualquier materia es que se pronuncie con prudencia sobre aquello que se sale de su especialidad.

La única esperanza que nos queda de que algún día sepamos lo que ocurrió realmente el 11-M es que somos muchos los españoles (más de los que creen nuestros dirigentes políticos y los tres o cuatro grupos mediáticos que dominan el cotarro) que no queremos que se cierren las investigaciones. Seguimos queriendo saber, y no tenemos las prisas impostadas que manifestaron algunos, a golpe de mensajería móvil, antes de las elecciones del 14 de marzo de 2004, y que súbitamente se esfumaron en cuanto se confirmó la victoria del Partido Socialista. Tenemos, por el contrario, mucha paciencia.

Y puede que incluso tengamos también, por fin, una opción política, llamada Vox, que celebró su primera asamblea nacional el pasado sábado, pese a que los principales medios de comunicación se empeñen en que tal acto no se produjo, que Vox no existe y que Alejo Vidal-Quadras, Santiago Abascal y José Antonio Ortega Lara son ectoplasmas del ultramundo. En esa asamblea se pudo escuchar un vibrante discurso de Santiago, el recién elegido secretario general de Vox, en el cual manifestó su inconformismo con la versión oficial del 11-M.

Efectivamente, han pasado diez años; pero muchos seguimos siendo unos inconformistas.


Algunas entradas que he publicado sobre el tema:

2009: El golpe de Estado del 11 de marzo

2011: ¿Quién colocó la mochila de Vallecas?

2012: Lecciones de conspiranoia

jueves, 6 de marzo de 2014

Quiénes se han creído que son

El texto que sigue está escrito en caliente, por lo que ruego al lector que disculpe el lenguaje utilizado.

Llego a casa con tiempo justo para comer y en un informativo regional de TVE me encuentro de sopetón con la noticia: que la Generalidad está estudiando un impuesto sobre los coches "privados" con el fin de reducir la contaminación (sic). Luego he sabido que la información proviene de una entrevista de la televisión autonómica al consejero Santiago Vila.

No puedo evitar exclamar qué hijos de puta, pese a que tengo delante a mi hijo de diez años. No es sólo que me reviente pagar más impuestos (y me revienta mucho). No es sólo que ya pague el impuesto municipal sobre vehículos de tracción mecánica. No es sólo que en lugar de reducir sus coches oficiales tengan el cinismo de decirnos que los demás vayamos en autobús o que apoquinemos. Lo que me subleva es, en primer lugar, la arbitrariedad, la impunidad, la chulería barata de quienes se creen legitimados para inventarse cada día el impuesto que les salga de la polla, y que encima nos pretendan mantener en vilo diciendo que no hay nada decidido todavía.

Y en segundo lugar, lo que termina de ponerme de mala leche es que se nos meen en la cara, que nos tomen por subnormales y que en vez de reconocer que necesitan más dinero para financiar su estadito catalán de mierda, nos digan que la finalidad del impuesto es "reducir la contaminación". Que ni siquiera se molesten en elaborar la burla un poco más.

En esto que aparece en pantalla el consejero Homs, lo que me faltaba; no lo puedo tragar. Los exabruptos que me han salido del alma no pueden ser reproducidos aquí sin incurrir en delito. Supongo que el tío habrá eructado alguno de sus habituales sarcasmos sin gracia contra España, nación que unos delincuentes mediocres y resentidos con carnés de CiU y de ERC han decidido destruir, si es que les dejamos. Pero no me ha dado la gana de calentarme más la sangre y le he dicho a mi hijo que pusiera su canal de dibujos animados.

Malos tiempos estamos viviendo. Deberíamos tomar ejemplo del pueblo venezolano, antes de que las cosas lleguen a ponerse tan mal como en el país caribeño.