viernes, 28 de marzo de 2014

Falso conflicto

Según Santiago Navajas, existen dos posiciones minoritarias y opuestas sobre el aborto que son la del cardenal Rouco Varela y la de Izquierda Unida. El primero sostiene que una vida humana debe protegerse desde el instante de la fecundación, mientras que para la formación neocomunista, debería permitirse su eliminación hasta el noveno mes de embarazo. Navajas cree que ambas posturas son maximalismos del "todo o nada", pues no comprenden que hay un conflicto entre el derecho de la mujer "a elegir qué hacer con su propio cuerpo" y el derecho a la vida del "individuo no nacido", ambos igualmente legítimos.

En realidad, tal conflicto no existe, porque por definición, desde el momento que reconocemos que hay un derecho a la vida del no nacido, estamos admitiendo que es algo distinto del cuerpo de la embarazada. Un principio básico del liberalismo es que mi libertad termina donde empieza la de los demás. Por ejemplo, es falso, como se dice a veces, que el derecho de los jóvenes a divertirse practicando botellón a altas horas de la noche entra en conflicto con el derecho de los vecinos a descansar. Desde el momento que mi "diversión" impide dormir a una persona a las dos de la madrugada, mi derecho se ha terminado, por lo que dentro de esas circunstancias sólo queda un derecho en pie, que es a dormir por la noche. Que en esta sociedad haya quienes pretendan encontrar la manera de "conciliar" ambos derechos, equiparando el valor del coma etílico voluntario al descanso de quienes deben ir a trabajar a la mañana siguiente, es sólo un síntoma de lo bajo que hemos caído, moral e intelectualmente.

Del mismo modo, que una mujer pueda disponer de su cuerpo como quiera, es un derecho que se termina en cuanto afecta a una tercera persona, se pueda esta valer o no por sí misma, o sea cual sea su grado de consciencia. Sólo faltaría que las personas dependientes o mentalmente disminuidas no tuvieran derecho a vivir. Otro ejemplo: yo tengo derecho a conducir vehículos de tracción mecánica, pero no tengo ningún derecho a pasar delante de una escuela a cien kilómetros por hora. No hay conflicto alguno entre mi derecho a la conducción y el derecho a la seguridad de los escolares, incluso aunque fueran equiparables, porque el derecho del conductor sencillamente no existe en esas circunstancias. Los derechos humanos encuentran sus limitaciones naturales en la medida en que su ejercicio perjudica directamente a los demás, lo cual hace que realmente no tenga sentido hablar de conflictos, sino de violaciones que se disfrazan de derechos.

La cantinela del conflicto beneficia sobre todo a quienes tratan de restringir derechos más allá de sus límites naturales, como sucede en el supuesto conflicto entre el derecho a la vivienda y la propiedad privada, que permite a gobernantes demagogos imponer tasas confiscatorias a los propietarios de casas, o incluso expropiarles.

El único conflicto auténtico es el que se produce entre la moral y el ansia del poder por conseguir votos a cualquier precio. Los políticos que explotan los conflictos reales o imaginarios suelen decantarse por la parte que les va a reportar más votos. En el caso del aborto, el cálculo es sencillo, porque los seres humanos en edad de gestación no votan, y ni siquiera protestan.

No es coherente presentarse frente a los "maximalistas" como la persona abierta de mente que no cierra los ojos ante la existencia de un conflicto de derechos, y sostener luego que en realidad no hay derecho a la vida antes del nacimiento, o antes de la viabilidad extrauterina, o antes de la sensibilidad nerviosa al dolor; es decir, que no habría objetivamente tal conflicto.

Lo realmente abierto de mente sería admitir que hay otra forma de cuestionar la existencia de ese conflicto, que es negar el derecho de una mujer embarazada a eliminar a la criatura que porta en su seno, por muchas incomodidades que eso pueda acarrearle. Cualquier persona que no se deje condicionar por sus intereses (por ejemplo, los padres de una adolescente que temen que esta les llegue un día a casa preñada) o por algo mucho peor, que son las ideas abstractas, admitirá que no se pueden poner al mismo nivel el bienestar subjetivo de una mujer y la vida de un ser humano.

Dicho sea de pasada, yo soy renuente a llamar a esta equiparación liberalismo. Es significativo que Santiago Navajas acuda a libertarios extremistas como Ayn Rand y Walter Block (este, defensor de los contratos de esclavitud), y al mismo tiempo a un socialdemócrata como John Rawls (que niega que la libertad de mercado sea una "libertad básica"; véase A Theory of Justice, 1999, cap. 11, 2). Pero no discutiré sobre etiquetas. Lo importante no es si el aborto encaja o no con nuestra ideología favorita, o si más o menos países lo admiten legalmente, sino si es moralmente defendible.

Roger Scruton ha señalado que una de las estrategias habituales de los defensores del aborto consiste en trasladar la carga de la prueba a quienes se oponen a él. Es decir, somos quienes defendemos la vida quienes debemos demostrar que hay un mal mayor en el aborto que el provocado en la salud mental de las mujeres a las que se les prohíbe. Naturalmente, esto es imposible. "Si se retira -dice Scruton- el sentido común y la costumbre se podrá demostrar cualquier cosa y ninguna (...) Por supuesto, nada puede ser demostrado anticipadamente; incluso de manera retrospectiva, después de ser testigos de la escala genocida que están tomando los abortos en Estados Unidos [y en Europa] (...), es tentador señalar que no era necesaria ninguna prueba." (Usos del pesimismo, Ariel, Barcelona, 2010, pág. 161.)

No se puede demostrar que un embrión humano tenga alma, pero tampoco que la tenga un ser humano plenamente desarrollado. Quienes exigen argumentos para salvaguardar la vida de "un conjunto de células" olvidan imprudentemente que todos somos un conjunto de células. Y todo por resolver un conflicto que nunca ha existido más que en su imaginación.