La moral cristiana es extraña al pensamiento progresista dominante. Ante esto, caben lógicamente cinco actitudes básicas, que enumero:
1) La actitud apostólica, u original, que consiste en predicar el Evangelio con la palabra y el ejemplo, a fin de que las creencias cristianas triunfen desde abajo.
2) La actitud teocrática, de quienes defienden imponer mediante el poder político la moral cristiana al conjunto de la sociedad.
3) La actitud modernista; la de quienes, al contrario que los integristas, opinan que es la Iglesia la que debería "adaptarse a los tiempos", relajando o incluso invirtiendo sus concepciones morales disonantes con la mentalidad mayoritaria.
4) La actitud de perfil bajo, como se dice ahora, consistente en eludir hablar demasiado de los temas conflictivos (el aborto, el divorcio, etc.) y centrarse más en aspectos litúrgicos u otros.
5) La actitud kumbayá, que trata de compensar o hacerse perdonar los elementos más incómodos del mensaje cristiano adoptando posiciones supuestamente "progresistas" en temas sociales.
Sobre las tres primeras actitudes posibles espero ocuparme en una próxima entrada. Sólo diré que, en mi opinión, la única válida para un cristiano es la 1.
La actitud 4, del perfil bajo, está muy extendida entre el clero. En los últimos años, cualquier católico de misa dominical, al menos en España y otros países europeos, puede contar con los dedos de una mano, y aún le sobrarían cuatro, las veces que el sermón del cura ha hecho una leve alusión al aborto u otros temas morales controvertidos.
Algo parecido puede decirse de la quinta actitud, que he denominado con deliberada caricatura kumbayá. No es en absoluto nada raro que los clérigos, sean cuales sean sus ideas políticas, manifiesten sus preocupaciones sociales recurriendo, con decepcionante pereza intelectual, al lenguaje del progresismo que domina en los medios de comunicación.
El perfil bajo y la fraseología izquierdoide son hoy evidentes incluso en el Vaticano. El papa Francisco despertó esperanzas, en los ambientes progres, de que podría iniciar un cambio de rumbo modernizador. No parece que sea este el caso. Sí que resulta innegable que a Bergoglio le chifla caer simpático a los medios, y para ello, nada como cultivar cierta ambigüedad desconcertante en temas controvertidos de la moral católica, así como halagar las pasiones anticapitalistas y antiimperialistas del periodista occidental típico.
Un ejemplo claro lo tenemos en la entrevista que recientemente ha concedido el papa a La Vanguardia. El periodista, Henrique Cymerman, le prepara el camino al pontífice y este se deja llevar. Así, cuando se le plantea el tema de "la violencia en nombre de Dios" en Oriente Medio, evitando pudorosamente mencionar al islam, Francisco reconoce inmediatamente las reglas del juego, e incluso va un poco más lejos que el entrevistador: "Las tres religiones tenemos nuestros grupos fundamentalistas, pequeños en relación a todo el resto", dice el papa argentino, con una mal entendida imparcialidad.
No importa que en Siria, en Iraq, en Afganistán y en muchos otros lugares los musulmanes se maten entre sí, y de paso masacren siempre que puedan a los cristianos que encuentran por el camino, mientras que estos hace siglos que dejaron de perseguir al prójimo por intolerancia religiosa. Por no hablar del empeño en borrar a Israel del mapa. No, lo que queda bien es sugerir que en todas partes cuecen habas y que la verdadera amenaza no es el terrorismo islamista, sino el paro juvenil o el cambio climático, en el más puro estilo Zapatero.
Esta forma de proceder se torna ya francamente impertinente cuando a Bergoglio le preguntan su opinión sobre el antisemitismo. Dice que "suele anidar mejor en las corrientes políticas de derecha que de izquierda". Podríamos discutir el aserto señalando el sesgo antiisraelí que domina en las principales redacciones occidentales, unido a todos los sesgos izquierdistas imaginables, aunque seguramente se nos replicaría que eso no hay que confundirlo con el racismo antisemita. Pero lo que resulta digno de nota es que, a escasas semanas del asesinato de cuatro ciudadanos judíos en Bruselas, por obra de un yijadista, el máximo líder católico se descuelgue con una observación tan trivial.
El momento culminante de la entrevista llega cuando Cymerman le pregunta al papa "¿qué puede hacer la Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre ricos y pobres?" Partiendo de esta falsa premisa (pues sencillamente no es verdad que la desigualdad haya crecido en el mundo en las últimas décadas), Bergoglio empieza a emitir sentencias más propias de un Miguel Ángel Revilla desatado en un show de Telecinco, o de un Pablo Iglesias en La Sexta, que de un dirigente espiritual serio. Reproduzco algunas de sus afirmaciones intercalando mis comentarios:
"Está probado que con la comida que sobra podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. (...) Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno."
Se puede jugar con las cifras todo lo que se quiera, para demostrar que el problema del hambre es una mera cuestión de mala administración, aunque lo cierto es que ninguna actividad económica es eficiente al 100 %. Pero se diga lo que se diga, para solucionar el hambre en el mundo de manera definitiva ante todo hay que producir más alimentos. Esto es lo que realmente está contribuyendo de manera sostenida, desde hace muchos años, a reducir el número de muertes por desnutrición. Seguramente podemos hacer que este proceso sea más rápido, disminuyendo trabas al comercio, a la propiedad privada de la tierra y a los cultivos transgénicos; pero esto es justo lo contrario de lo que pretenden quienes condenan el capitalismo global.
"Y ahora también está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación. (...) descartamos toda una generación por mantener un sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios (...) se fabrican y se venden armas, y con esto los balances de las economías idolátricas (...) que sacrifican al hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean."
El empleo de un término como descartar (análogamente al término exclusión), sugiere sutilmente la operación de agentes malignos que por alguna oscura razón obtienen algún beneficio del paro juvenil. En realidad, la principal causa comprobada de este problema se halla en legislaciones inspiradas en ideales protectores, como el salario mínimo y la imposición de cotizaciones sociales, que perjudican a los demandantes de empleo con menos experiencia, así como a los menos cualificados.
Pero en fin, sostener que el sistema económico mundial sólo sobrevive vendiendo armas en guerras provocadas a tal efecto supera ya lo intelectualmente admisible en un papa católico. ¿Insinúa Bergoglio que conflictos como los de Siria, Ucrania o Afganistán han sido encendidos por la industria armamentística? ¿Pretende que creamos que las exportaciones de armas son responsables de la mayor parte del crecimiento económico de los países desarrollados? Las chorradas de tal calibre están bien para una arenga de Nicolás Maduro, para una película de Oliver Stone, o para una tertulia de taberna, pero en absoluto son dignas de una autoridad religiosa.
Estamos acostumbrados a que artistas, científicos y escritores utilicen una retórica fantasiosa para condenar el neoliberalismo y el imperialismo. Pero del líder de los católicos yo espero mucha menos ligereza, incluso en temas que no son doctrinales. Para repetir los bulos ideológicos y los topicazos populistas que tenemos que soportar todos los días en los medios de comunicación no hace falta ninguna entrevista al papa. Cualquier perroflauta del montón se las apaña perfectamente.