miércoles, 10 de septiembre de 2008

Hay que volver a Hume

Le dije que a Escocia yo la quería personalmente
por el amor de Stevenson y de Hume.

Borges, El libro de arena


Generalmente suele pensarse que la ética presupone la libertad. Así, ayer mismo, sin ir más lejos, Albert Esplugas, decía en su blog que "si no somos la causa de nuestras propias acciones la distinción entre acciones éticamente ilegítimas y acciones legítimas pierde su sentido." En realidad, creo que esto obedece a una confusión entre dos significados distintos de la palabra libertad. Por un lado, tenemos la libertad en el sentido de libre albedrío (libertad metafísica) y por otro tenemos la libertad política, que es no estar sometido a la voluntad de otros.

Así, cuando adquiero un determinado artículo en un supermercado, obviamente estoy obligado a pagar al pasar por caja, pero no estoy sometido a la voluntad de la cajera, porque nadie me obligaba a adquirir ese artículo ni ningún otro, y además la norma de pagar al pasar por caja es de tipo impersonal y general, no se debe a ningún particular capricho de la cajera o del dueño del supermercado. Aquí las consideraciones metafísicas acerca de si el ser humano es libre, o por el contrario, está sometido rígidamente a la ley de la causalidad al igual que el resto de la naturaleza, parecen fuera de lugar.

Y sin embargo, creo que la cuestión metafísica sí es decisiva, pero en un sentido diametralmente opuesto al que presupone la concepción ejemplificada en las palabras de Esplugas.

David Hume, en su Tratado de la naturaleza humana (1739), ya razonó que si la conducta humana no fuera previsible, la moral carecería de sentido. Pues si las acciones de un individuo no tuvieran relación alguna con su naturaleza y sus circunstancias, es decir, fueran metafísicamente libres, cualquier intento de influir en su conducta sería inútil. Más aún, si la acción humana no estuviera sometida a determinadas leyes naturales, ni siquiera la civilización (incluyendo la libertad política, evidentemente) sería posible. Sólo porque sabemos que los seres humanos, en determinadas circunstancias, se comportarán de manera muy aproximadamente previsible, podemos realizar planes a corto, medio y largo plazo, que son consustanciales a nuestra naturaleza.

Por tanto, podemos decir que en realidad es la libertad la que presupone la ética, y no al revés. Sólo admitiendo la existencia previa de unos principios morales universales y atemporales, podemos hablar de libertad política, y no meramente de la lucha por la realización de nuestros deseos, sin importar cuáles sean. Ni la libertad ni ningún otro valor pueden sostenerse por sí mismos, como si dijéramos, por su mera enunciación.

No se me escapa obviamente que el planteamiento de un sistema de valores universales está profundamente desprestigiado en el mundo intelectual, dominado por las concepciones positivistas y relativistas. Y en gran parte es responsable de ello el propio Hume, quien en mi opinión destruyó para siempre la ilusión de una moral fundamentada racionalmente, por muchas prestidigitaciones conceptuales que ensayara el idealismo alemán para esquivar la tozuda verdad. Pero tiende a olvidarse que Hume no dijo que la moral no pudiera fundamentarse, sólo negó que lo fuera recurriendo a la mera razón analítica.

En efecto, de nuevo aquí nos encontramos con otra confusión, esta vez entre los conceptos de universalidad y racionalidad. Es evidente que la verdad es universal (2 +3 = 5 vale para todos los lugares y épocas), pero no necesariamente todo lo que es universal debe ser racional.

El pensamiento moderno ha tendido a prescindir de Dios, en la confianza de que la razón podía perfectamente sustituir su función legislativa, por así decirlo. El problema es que se le exige a la razón lo que esta jamás podrá ofrecer. Juan José Sebreli, desde su posición de humanismo laico, ha reconocido la dificultad del problema, que el optimismo ilustrado obvió con demasiada ligereza:

"La fundamentación objetiva de los valores es un problema difícil de solucionar en una sociedad democrática y laica que desecha legitimarse por lo trascendente o por una esencia humana idiosincrásica prefijada y, a la vez, no acepta el relativismo esencial de los valores negadores de la universalidad de la razón y la objetividad de lo verdadero y lo justo." (El olvido de la razón, Ed. Sudamericana, 2007, pág. 381.)

Modestamente, mi opinión es que el problema, planteado en estos términos, no es difícil de solucionar: es imposible. O fundamos los valores sobre la trascendencia, o bien sobre la realidad empírica de la naturaleza humana -y no creo que ambas opciones sean incompatibles. La alternativa, como a regañadientes admite Sebreli, es el relativismo multicultural, que no es más que la derrota de los valores occidentales de libertad individual, igualdad entre hombre y mujer, etc., que pasan a ser rechazados como "etnocéntricos".

Sin embargo, la experiencia indica que esos valores sólo por razones históricas contingentes se han desarrollado en Occidente, y que en realidad coinciden con las aspiraciones más elementales de los seres humanos de todo el mundo. El argumento de índole escéptica consistente en que, ante las desconcertantes diferencias culturales que existen, la libertad de decisión individual podría ser un criterio válido, oculta en realidad un complejo ideológico -precisamente el temor a que nos señalen a los occidentales como "etnocéntricos". Berta García Faet, en un artículo titulado "El problema de la ética marxista", propone este argumento, poniendo como ejemplo la polémica sobre el uso del velo. Olvida que precisamente libertad de decisión individual es de lo que carecen las mujeres en el mundo islámico, y parece dar por sentado que todas o la mayoría, están contentas con esa situación. Pues yo no lo creo, al contrario, estoy convencido de que existen muchas más mujeres de cultura musulmana que secretamente envidian a las occidentales (y no sólo por la manera de vestir, que si se quiere es lo más anecdótico) que no al revés.

Así pues, podemos fundar la libertad o bien en lo que sabemos por experiencia de nuestra propia naturaleza, o bien en la creencia en unos "derechos inalienables conferidos por el Creador" -o en ambas cosas. El racionalismo de estirpe hegeliano-marxista es un camino equivocado, que al final acaba conduciendo -por implosión o por desengaño- al irracionalismo relativista.

Dicho de otro modo, no estoy de acuerdo en que que la ética marxista esté pendiente de refutación formal. Todo lo contrario, quien no ha sido refutado ha sido Hume, y por ello, uno de los más conspicuos representantes de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse, carga contra el filósofo escocés desde las primeras páginas de su libro Razón y Revolución. "Si se aceptase a Hume -decía Marcuse- tendría que rechazarse la exigencia de la razón de organizar la realidad." Organizar la realidad equivale, obviamente, a la famosa tesis marxista de "transformar el mundo" que ha servido de justificación a las dictaduras más siniestras de la Historia.

Por el contrario, el pensamiento de David Hume (a quien Friedrich Hayek calificó de "constante compañero y sapiente guía") es la mejor antitoxina contra las teorías que hacen caso omiso de la experiencia a fin de sostener sus peligrosas ilusiones utópicas, y también contra algunos debates que pueden acabar sembrando innecesaria confusión.