martes, 23 de septiembre de 2008

¡Viva Darwin!














La teoría de la evolución, como toda teoría científica, no es definitiva. Pero determinados hechos han quedado tan sólidamente establecidos que difícilmente pueden ser negados. Entre ellos destacaría los tres siguientes:
  1. El ser humano desciende de "un tipo de organización inferior" (Darwin). O lo que es lo mismo, somos una especie animal más.
  2. Nuestro pasado como cazadores-recolectores, muchísimo más prolongado que el breve periodo civilizado (desde aproximadamente 8.000 a. C.) sigue pesando de manera notable en nuestra naturaleza actual.
  3. "Conforman todas las razas -por citar de nuevo las palabras de Darwin- en puntos tan esenciales de estructura y en tantas particularidades mentales, que sólo pueden hallar explicación procediendo todas de un progenitor común, al que, por poseer esos caracteres, hay que considerarlo dentro del rango humano." (El origen del hombre, EDAF, 1989, pág. 511)
El último punto con frecuencia ha sido poco atendido. Quienes acusan al darwinismo de prestar argumentos al nazismo, basándose en la jerga seudobiológica que empleó para intentar justificar el genocidio y el expansionismo alemán, olvidan la posición clara de Darwin en una época en la cual todavía muchos eminentes profesores discutían si los europeos y los negros pertenecían a especies diferentes. Vale la pena reproducir otro fragmento significativo de El origen del hombre:

"Existen evidentes pruebas de que el antecesor común de la humanidad no ha transmitido a sus descendientes el arte de tirar con flechas y arcos, y, sin embargo, las puntas de piedra de las flechas procedentes de las partes más opuestas del globo, y construidas en los tiempos más remotos, son casi idénticas. (...) La única explicación posible de este hecho es que las diversas razas poseen una misma inventiva semejante, o sea, las mismas facultades mentales." (pág. 176)

Insisto: Todo ese discurso delirante de razas superiores e inferiores, y de supervivencia de los más fuertes -entendida como la suspensión de todo principio jurídico-moral cuando se interpone en los objetivos políticos y militares propios- se basa en una profunda ignorancia de las teorías del naturalista inglés, y afirmar lo contrario supone incurrir en una excesiva sobrevaloración de la altura intelectual del nazismo.

Aclarado esto, vayamos al punto 1. Muchos afirman que el darwinismo "reduce" al hombre a la categoría de animal, con lo cual toda concepción moral quedaría en entredicho. En primer lugar, hay que decir que la ciencia en sí no es reduccionista ni lo contrario. El reduccionismo está sólo en la imaginación de quienes interpretan los resultados de la ciencia, sean los propios científicos o -lo que es más frecuente- los profanos. También podría decirse que la física socava la moral, al "reducirlo" todo a partículas subatómicas. O que Galileo, al afirmar que la Tierra es sólo un planeta entre otros, y en consecuencia no ocupa ninguna posición privilegiada en el Universo, cuestionó la existencia de la divinidad y por tanto la validez de los preceptos morales. El error que algunas personas religiosas cometen con Darwin es precisamente de la misma naturaleza que el cometido por la Iglesia Católica con el sabio italiano, según reconoció Juan Pablo II.

Hay que admitir que el reduccionismo ha causado un daño incalculable, en la medida que ha servido para los propósitos de sistemas totalitarios que lo han utilizado para triturar creencias, costumbres e instituciones que se veían como limitaciones a sus ansias de poder. Pero emprenderla contra la ciencia, sea cayendo en el misticismo, o sea prestándose al fraude de teorías supuestamente "alternativas", es una forma segura de reforzar aún más el reduccionismo, no de combatirlo.


En realidad, la idea de que pertenecemos al mismo grupo taxonómico que los chimpancés y los orangutanes nos debería hacer reflexionar en un sentido muy diferente del reduccionismo vulgar. Reconocer nuestra naturaleza animal nos obliga a meditar sobre nuestras debilidades y limitaciones, lo que traducido a la política significa recelar de los utopismos y los reformismos buenistas. Es en este sentido que en otro lugar he dicho que la teoría de la evolución, en realidad proporciona argumentos más a favor del conservadurismo que no lo contrario. Y quizás la mayor prueba de ello se halla en que el pensamiento "progresista", a pesar de que formalmente acepta el punto 1, generalmente se niega a admitir lo que se deduce de él en relación con nuestra naturaleza, y prácticamente considera anatema hacer referencia al punto 2.

Efectivamente, como ha expusto magistralmente el psicólogo evolucionista Steven Pinker en sus obras Cómo funciona la mente y, sobre todo, La tabla rasa, el pensamiento dominante en las ciencias sociales se ha basado durante años en negar que exista siquiera algo llamado "naturaleza humana", y en atribuir toda explicación de nuestra conducta a la cultura o al ambiente, tachando histéricamente cualquier discrepancia de "darwinismo social", cuando no de "fascismo". Así, hablar de las bases biológicas de la agresividad, por ejemplo, equivale según el seudoprogresismo a una justificación -por no decir exaltación- de la violencia.

Las consecuencias de dejar que los prejuicios interfieran en la actividad científica van por supuesto mucho más allá del ámbito académico. Cuando hablar de los genes en ciencias sociales se convierte en tabú, el resultado es que los "expertos" acaban colaborando con la arrogancia despótica de aquellos políticos que pretenden que está en nuestra mano cambiar la sociedad "transformando" al hombre. Se empieza por ejemplo con la afirmación de que la familia tradicional o los llamados roles sexuales son meras "construcciones" culturales, y se acaba aboliéndolos por decreto. Lo que no se cuestiona nunca, sino que evidentemente se reafirma, como es fácil de comprender, es el rol paternal del gobierno. Ahí está la trampa que ocultan las llamadas "ampliaciones de derechos" (Zapatero), que no son más que la profundización de nuestra dependencia del Estado que tan graciosamente nos "libera".

No es incompatible, sino todo lo contrario, que los mismos que desdeñan por políticamente incorrectos los condicionantes genéticos de la conducta, promuevan la experimentación con embriones humanos y presuman de su mentalidad "avanzada" frente a quienes manifiestan escrúpulos éticos y religiosos. Por cierto que Darwin, independientemente de que fuera creyente o no, estaba convencido de que la fe en "una divinidad omnisciente ha ejercido poderoso influjo en el progreso de la moral". Y la concepción de una moral trascendente siempre será uno de los mayores baluartes contra la expansión de la coacción arbitraria, es decir, el poder.

En suma, conviene no equivocarse. La reacción romántica y populista que confunde ciencia con cientifismo al atacar la primera, muchas veces bajo el pretexto de cuestionar la ciencia "oficial", no hace más que colaborar involuntariamente con los tecnócratas y sus voceros de pacotilla, que sustentan su poder precisamente sobre esa confusión, y pueden presentarse así como los guardianes de la modernidad y el progreso frente a la reacción oscurantista. Es como si los que recelamos de la hipótesis antropogénica del cambio climático nos empeñáramos en presentar como hipótesis alternativa que el clima está gobernado por Dios... No, por favor: ¡Entonces sí que Al Gore se acabaría creyendo la reencarnación de Galileo y Darwin a la vez!


ACTUALIZACIÓN:

Nada más publicar este post, he leído el de Desde el Exilio sobre el mismo tema. Imprescindible.