Vaya por delante que quien escribe no es nadie para dar consejos a Vox. Simplemente, expreso mis opiniones, desde mi simpatía con un proyecto político nuevo, que está encontrando más dificultades de las esperadas.
Vox no ha conseguido hasta ahora sus mínimos objetivos iniciales, que eran obtener representación en el parlamento europeo, y posteriormente en algún parlamento autonómico, o en algún municipio importante. Incluso podría decirse que en su corta vida ha venido a menos, pues en las elecciones del pasado domingo ha recabado sólo la tercera parte de los votos de las europeas. Sin embargo, este dato es menos malo de lo que aparenta, porque Vox no se presentaba en toda España, ni mucho menos. (Sin ir más lejos, yo no pude votarles esta vez, porque no había lista de Vox en Tarragona.) Teniendo en cuenta esto, sigue siendo factible obtener representación en las elecciones generales que se celebrarán (si no se adelantan) en seis o siete meses.
Ahora bien, para que los votantes se decidan por Vox, se necesita algo más que apelar a su conciencia. Es preciso ilusionarles con un objetivo realista, asequible y ambicioso a la vez. Tratemos de precisarlo. Está claro que Vox no va a ganar las próximas elecciones generales. Tampoco es probable que vaya a obtener un número de diputados suficiente para hacerse con la llave de la gobernabilidad, aunque esto nunca se sabe. En un Congreso muy fragmentado, un sólo diputado puede llegar a ser decisivo. Pero dejando de lado estos imponderables, Vox por ahora sólo puede aspirar a influir, a que se escuche su voz en las Cortes y a que se debatan sus propuestas o enmiendas. Para ello se requeriría tener Grupo Parlamentario propio, es decir, que contara con cinco diputados y un 5 % de representación. Un millón y medio de votos, para entendernos.
Estamos hablando de multiplicar por seis sus mejores resultados, los 250.000 votos de las pasadas elecciones europeas. ¿Es descabellado? No diría tanto, aunque sí sumamente difícil. Sin embargo, creo que plantear el objetivo del "millón y medio" puede ser útil. Con frecuencia es necesario proponerse una meta ambiciosa, aunque sólo sea para obtener unos resultados más modestos. Si Vox entra en el Congreso, ya será un éxito, pero probablemente no se pueda conseguir si no aspira a algo más.
Por supuesto, no bastará con decirle a la gente: "necesitamos un millón y medio de votos", danos el tuyo. En mi humilde opinión, Vox tiene que encontrar un gancho dialéctico que lo identifique claramente, que penetre no sólo en los simpatizantes más concienciados, sino que pueda abrir una brecha (una pequeña fisura sería suficiente) en la cerrada mentalidad socialdemócrata de los españoles. Y no me refiero a vídeos virales, que pueden estar muy bien elaborados, pero que llegan a mucha menos gente de la que se cree. Como decía el otro día un tertuliano, el taxista no se entera del trending topic. Pensar que se pueden ganar elecciones con las redes sociales me parece (por el momento) fantasioso, porque en dichas redes están todos, los que aparecen en la televisión y los que no; y adivinen quiénes poseen la ventaja decisiva.
Ese gancho dialéctico o leitmotiv podría ser algo así como "recortemos a los políticos". Nótese, no al Estado, que mucha gente identifica con algo "suyo", la Seguridad Social, las pensiones, los hospitales. Los políticos. Esto no tiene nada que ver con el viejo discurso ultraderechista de "fuera todos los políticos" (¿y a quién ponemos? ¿a los militares?), ni tampoco con la demagogia de Podemos contra "la casta", que en realidad pretende aumentar aún más el peso de la política en la vida de los ciudadanos, esto es, desplazar a la casta actual para instaurar una mucho más onerosa y opresiva. Lo que defiende Vox es una reducción de carácter permanente, estructural, del número de políticos (especialmente en las administraciones autonómicas, cuyo objetivo último es eliminar) y, por tanto, del dinero que manejan, su desmedido intervencionismo y las casi irresistibles tentaciones de corrupción que ambas cosas conllevan.
Que Vox dé una cifra concreta del número de políticos que tendrían que irse a sus casas; esto podría tener mucho más impacto que hablar de millones de euros de ahorro (¿quién no se pierde con tantos ceros?) o incluso de porcentajes del PIB, que se perciben como excesivamente tecnocráticos. No es fácil calcular con precisión cuántos cargos políticos hay en España y por tanto de cuántos podría prescindirse. En una rápida investigación en la web, te encuentras con estimaciones que van de los 100.000 a más de 400.000. Si nos limitamos a la administración autonómica, el sociólogo Ferran Martínez (nada sospechoso de "neoliberal") ofrece un cálculo "a ojo" de 65.000 cargos, entre diputados, consejeros, secretarios y directores generales, asesores y enchufados varios. Ferran, perezosamente, calcula 150 diputados por cada uno de los diecisiete parlamentos autonómicos, 2.550. En realidad, esta es la cifra más fácil de averiguar, y si mis cuentas no me fallan, son "sólo" 1.222. También creo que exagera (tal vez soy un ingenuo) con el número de cinco asesores por cada diputado, cuando él mismo asegura que son los grupos parlamentarios los que tienen asesores. Por otra parte, es posible que el autor no haya tenido en cuenta los escalafones territoriales de muchos gobiernos regionales (consejos comarcales, etc.), que pueden multiplicar pavorosamente los organigramas de la administración. En fin, tratando de hacer una estimación lo más prudente posible, para que no podamos ser acusados de demagogos, creo que podríamos hablar de 40.000 políticos autonómicos.
Una campaña sin estridencias de mal gusto, pero contundente, en que se explique que se pretende echar a 40.000 políticos (la cifra, por cierto, transmite unas resonancias alibabescas no desdeñables), dejando claro que no es para sustituirlos por otros, sino para sacudirnos de una vez por todas esa pesada carga. Podría funcionar. Recordemos que no se trata de cambiar en seis meses la mentalidad estatista de los españoles. Nos basta un 5 % y cinco diputados. Y si se consiguiera uno solo, no sería ya un fracaso.
Un último consejo, ya puestos. Amigos de Vox, olvidaos de una vez del PP, de querer atraer a los "desencantados" del Partido Popular. Cada vez tengo más claro que este es un mensaje de perdedores. Por el contrario, el mensaje de que sobran 40.000 políticos (o el número que se determine, sus doctores tendrá Vox) es perfectamente transversal, puede llegar incluso a votantes de IU. No es ninguna tontería. Creo que es más fácil, para un partido rompedor como Vox (en el buen sentido del término) atraer a un votante de Izquierda Unida (y más ahora, que está en caída libre, lo que suele acelerar las "deserciones" en todas direcciones) que a uno del PSOE, sin descartar esto último. Es un fenómeno que suele darse en Europa con la extrema derecha, aunque Vox evidentemente no lo sea, porque en sus principios fundacionales está la defensa del Estado de Derecho y el mercado libre. (Los programas económicos de la ultraderecha suelen ser indistinguibles del de Podemos.)
Vox es un niño aún, pero tendrá que hacerse mayor aceleradamente, si quiere sobrevivir. Ello significa olvidarse de las circunstancias en que surgió, para reforzar lo esencial, que era la falta en España de una formación de centroderecha sincera, defensora de la vida, de la libertad y patriótica. Visto en perspectiva, ahora nos damos cuenta de que fue una suerte que Vidal-Quadras no consiguiera su escaño y terminara abandonando Vox. Aunque Alejo no carece en absoluto de virtudes, estaba demasiado asociado al pasado. Era una figura del establishment, que podía ser muy crítica con la partidocracia, pero llevaba demasiado tiempo instalado confortablemente en ella. Le brillaban demasiado los anillos.
Creo que ha sido Santiago Abascal quien ha dicho que Vox debe ser el Podemos de la derecha, o algo parecido. Lo suscribo totalmente, y para ello no está de más fijarse en una de las claves del éxito de la terminal chavista en España. Ellos no se han dirigido a los desencantados del PSOE o de IU, sino a los de todos los partidos. Seguramente, la mayor parte de sus votos proceden de la izquierda, pero ellos no los han conseguido presentándose como la verdadera izquierda, no le han sugerido a sus votantes que podían tener un conflicto emocional por dejar de votar a quien sea. Simplemente, se lo han puesto fácil, han sabido presentarse como algo nuevo, pese a ser su mensaje tan viejo como el mausoleo de Lenin. Pero en cierto modo sí que son algo nuevo (peligrosamente nuevo) en nuestra historia democrática. Y esta, como digo, es la lección. Porque Vox también es algo nuevo, algo que no había existido hasta ahora: la defensa organizada de unos valores que muchos ya daban por enterrados. Ahora toca demostrar que se habían equivocado.
Vox no ha conseguido hasta ahora sus mínimos objetivos iniciales, que eran obtener representación en el parlamento europeo, y posteriormente en algún parlamento autonómico, o en algún municipio importante. Incluso podría decirse que en su corta vida ha venido a menos, pues en las elecciones del pasado domingo ha recabado sólo la tercera parte de los votos de las europeas. Sin embargo, este dato es menos malo de lo que aparenta, porque Vox no se presentaba en toda España, ni mucho menos. (Sin ir más lejos, yo no pude votarles esta vez, porque no había lista de Vox en Tarragona.) Teniendo en cuenta esto, sigue siendo factible obtener representación en las elecciones generales que se celebrarán (si no se adelantan) en seis o siete meses.
Ahora bien, para que los votantes se decidan por Vox, se necesita algo más que apelar a su conciencia. Es preciso ilusionarles con un objetivo realista, asequible y ambicioso a la vez. Tratemos de precisarlo. Está claro que Vox no va a ganar las próximas elecciones generales. Tampoco es probable que vaya a obtener un número de diputados suficiente para hacerse con la llave de la gobernabilidad, aunque esto nunca se sabe. En un Congreso muy fragmentado, un sólo diputado puede llegar a ser decisivo. Pero dejando de lado estos imponderables, Vox por ahora sólo puede aspirar a influir, a que se escuche su voz en las Cortes y a que se debatan sus propuestas o enmiendas. Para ello se requeriría tener Grupo Parlamentario propio, es decir, que contara con cinco diputados y un 5 % de representación. Un millón y medio de votos, para entendernos.
Estamos hablando de multiplicar por seis sus mejores resultados, los 250.000 votos de las pasadas elecciones europeas. ¿Es descabellado? No diría tanto, aunque sí sumamente difícil. Sin embargo, creo que plantear el objetivo del "millón y medio" puede ser útil. Con frecuencia es necesario proponerse una meta ambiciosa, aunque sólo sea para obtener unos resultados más modestos. Si Vox entra en el Congreso, ya será un éxito, pero probablemente no se pueda conseguir si no aspira a algo más.
Por supuesto, no bastará con decirle a la gente: "necesitamos un millón y medio de votos", danos el tuyo. En mi humilde opinión, Vox tiene que encontrar un gancho dialéctico que lo identifique claramente, que penetre no sólo en los simpatizantes más concienciados, sino que pueda abrir una brecha (una pequeña fisura sería suficiente) en la cerrada mentalidad socialdemócrata de los españoles. Y no me refiero a vídeos virales, que pueden estar muy bien elaborados, pero que llegan a mucha menos gente de la que se cree. Como decía el otro día un tertuliano, el taxista no se entera del trending topic. Pensar que se pueden ganar elecciones con las redes sociales me parece (por el momento) fantasioso, porque en dichas redes están todos, los que aparecen en la televisión y los que no; y adivinen quiénes poseen la ventaja decisiva.
Ese gancho dialéctico o leitmotiv podría ser algo así como "recortemos a los políticos". Nótese, no al Estado, que mucha gente identifica con algo "suyo", la Seguridad Social, las pensiones, los hospitales. Los políticos. Esto no tiene nada que ver con el viejo discurso ultraderechista de "fuera todos los políticos" (¿y a quién ponemos? ¿a los militares?), ni tampoco con la demagogia de Podemos contra "la casta", que en realidad pretende aumentar aún más el peso de la política en la vida de los ciudadanos, esto es, desplazar a la casta actual para instaurar una mucho más onerosa y opresiva. Lo que defiende Vox es una reducción de carácter permanente, estructural, del número de políticos (especialmente en las administraciones autonómicas, cuyo objetivo último es eliminar) y, por tanto, del dinero que manejan, su desmedido intervencionismo y las casi irresistibles tentaciones de corrupción que ambas cosas conllevan.
Que Vox dé una cifra concreta del número de políticos que tendrían que irse a sus casas; esto podría tener mucho más impacto que hablar de millones de euros de ahorro (¿quién no se pierde con tantos ceros?) o incluso de porcentajes del PIB, que se perciben como excesivamente tecnocráticos. No es fácil calcular con precisión cuántos cargos políticos hay en España y por tanto de cuántos podría prescindirse. En una rápida investigación en la web, te encuentras con estimaciones que van de los 100.000 a más de 400.000. Si nos limitamos a la administración autonómica, el sociólogo Ferran Martínez (nada sospechoso de "neoliberal") ofrece un cálculo "a ojo" de 65.000 cargos, entre diputados, consejeros, secretarios y directores generales, asesores y enchufados varios. Ferran, perezosamente, calcula 150 diputados por cada uno de los diecisiete parlamentos autonómicos, 2.550. En realidad, esta es la cifra más fácil de averiguar, y si mis cuentas no me fallan, son "sólo" 1.222. También creo que exagera (tal vez soy un ingenuo) con el número de cinco asesores por cada diputado, cuando él mismo asegura que son los grupos parlamentarios los que tienen asesores. Por otra parte, es posible que el autor no haya tenido en cuenta los escalafones territoriales de muchos gobiernos regionales (consejos comarcales, etc.), que pueden multiplicar pavorosamente los organigramas de la administración. En fin, tratando de hacer una estimación lo más prudente posible, para que no podamos ser acusados de demagogos, creo que podríamos hablar de 40.000 políticos autonómicos.
Una campaña sin estridencias de mal gusto, pero contundente, en que se explique que se pretende echar a 40.000 políticos (la cifra, por cierto, transmite unas resonancias alibabescas no desdeñables), dejando claro que no es para sustituirlos por otros, sino para sacudirnos de una vez por todas esa pesada carga. Podría funcionar. Recordemos que no se trata de cambiar en seis meses la mentalidad estatista de los españoles. Nos basta un 5 % y cinco diputados. Y si se consiguiera uno solo, no sería ya un fracaso.
Un último consejo, ya puestos. Amigos de Vox, olvidaos de una vez del PP, de querer atraer a los "desencantados" del Partido Popular. Cada vez tengo más claro que este es un mensaje de perdedores. Por el contrario, el mensaje de que sobran 40.000 políticos (o el número que se determine, sus doctores tendrá Vox) es perfectamente transversal, puede llegar incluso a votantes de IU. No es ninguna tontería. Creo que es más fácil, para un partido rompedor como Vox (en el buen sentido del término) atraer a un votante de Izquierda Unida (y más ahora, que está en caída libre, lo que suele acelerar las "deserciones" en todas direcciones) que a uno del PSOE, sin descartar esto último. Es un fenómeno que suele darse en Europa con la extrema derecha, aunque Vox evidentemente no lo sea, porque en sus principios fundacionales está la defensa del Estado de Derecho y el mercado libre. (Los programas económicos de la ultraderecha suelen ser indistinguibles del de Podemos.)
Vox es un niño aún, pero tendrá que hacerse mayor aceleradamente, si quiere sobrevivir. Ello significa olvidarse de las circunstancias en que surgió, para reforzar lo esencial, que era la falta en España de una formación de centroderecha sincera, defensora de la vida, de la libertad y patriótica. Visto en perspectiva, ahora nos damos cuenta de que fue una suerte que Vidal-Quadras no consiguiera su escaño y terminara abandonando Vox. Aunque Alejo no carece en absoluto de virtudes, estaba demasiado asociado al pasado. Era una figura del establishment, que podía ser muy crítica con la partidocracia, pero llevaba demasiado tiempo instalado confortablemente en ella. Le brillaban demasiado los anillos.
Creo que ha sido Santiago Abascal quien ha dicho que Vox debe ser el Podemos de la derecha, o algo parecido. Lo suscribo totalmente, y para ello no está de más fijarse en una de las claves del éxito de la terminal chavista en España. Ellos no se han dirigido a los desencantados del PSOE o de IU, sino a los de todos los partidos. Seguramente, la mayor parte de sus votos proceden de la izquierda, pero ellos no los han conseguido presentándose como la verdadera izquierda, no le han sugerido a sus votantes que podían tener un conflicto emocional por dejar de votar a quien sea. Simplemente, se lo han puesto fácil, han sabido presentarse como algo nuevo, pese a ser su mensaje tan viejo como el mausoleo de Lenin. Pero en cierto modo sí que son algo nuevo (peligrosamente nuevo) en nuestra historia democrática. Y esta, como digo, es la lección. Porque Vox también es algo nuevo, algo que no había existido hasta ahora: la defensa organizada de unos valores que muchos ya daban por enterrados. Ahora toca demostrar que se habían equivocado.