Este fin de semana se han celebrado el referéndum de Irlanda sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y las elecciones locales y autonómicas de España. Para los que creemos en determinados valores (la vida, la familia, la economía libre, el imperio de la ley), los resultados no pueden ser más adversos. Los irlandeses han votado mayoritariamente a favor del matrimonio gay, y los españoles han optado con claridad por formaciones de izquierda y extrema izquierda. Especialmente preocupante es el ascenso del populismo de corte bolivariano, que probablemente gobernará en el ayuntamiento de Madrid y en Barcelona (aunque en esta, con mucha menos facilidad). Un partido como Vox, la única opción liberal-conservadora creíble que se presentaba en estos comicios, ha obtenido unos resultados míseros. Su cabeza de lista más carismático, Santiago Abascal, se ha quedado en menos de 40.000 votos, sin obtener representación.
Supongo que hay tres reacciones posibles ante semejante varapalo.
La primera es el derrotismo. Es la posición de quienes, definitivamente desanimados, resuelven quedarse en su casa en lo sucesivo, y desistir de seguir defendiendo sus creencias y sus ideas, guardándoselas para sí.
La segunda reacción se desprende de la concepción romántica de la democracia, para la cual el pueblo tiene siempre la razón, y por tanto, quienes se han quedado en minoría deben reflexionar y revisar sus propios postulados. Es la posición de quienes sostienen que no se puede ir contra el sentido de la historia, la de quienes sostienen que la Iglesia debe adaptarse a los tiempos modernos. Esta posición se encuentra, como es sabido, dentro de sectores de la propia Iglesia. Las declaraciones del arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, parecen ir en esa dirección, o al menos así se han interpretado. En el plano político, tal actitud se reconoce en aquellos que demandan al principal partido de centroderecha español, el PP, que siga desplazándose hacia el centro o el centroizquierda, asumiendo plenamente los dogmas dominantes de la socialdemocracia y la ideología de género. Por supuesto, también aquí los hay que sostienen este discurso desde dentro del Partido Popular.
La tercera posición es la que yo defiendo desde los tiempos del zapaterismo: la resistencia. El primer deber de quienes se encuentran en minoría es ante todo sobrevivir, es decir, seguir siendo como mínimo una minoría, y no una nada. Ello implica, como mínimo, la reposición siquiera demográfica de los miembros de dicha minoría. En este caso, como es lógico, esta reposición no se puede lograr meramente por reproducción biológica, pues incluso aunque los hijos "heredaran" las ideas de los padres (cosa para nada asegurada), el principal medio de transmisión de las creencias y las ideas es la palabra. Así que todo aquel que crea en la vida, en la libertad y en la ley, debe tratar de propagar, en la medida de sus posibilidades, dichas creencias y valores, contra viento y marea. En mi caso esto incluye, entre otras cosas, seguir apoyando al partido Vox, mientras exista y permanezca fiel a sus valores fundacionales, y a sus actuales dirigentes, Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros y los demás, mientras no pierdan los ánimos para seguir. Desde las catacumbas, si es preciso: no podemos hacer menos, ante el ejemplo heroico de los cristianos perseguidos y martirizados de Oriente Medio y otros lugares del mundo.
Supongo que hay tres reacciones posibles ante semejante varapalo.
La primera es el derrotismo. Es la posición de quienes, definitivamente desanimados, resuelven quedarse en su casa en lo sucesivo, y desistir de seguir defendiendo sus creencias y sus ideas, guardándoselas para sí.
La segunda reacción se desprende de la concepción romántica de la democracia, para la cual el pueblo tiene siempre la razón, y por tanto, quienes se han quedado en minoría deben reflexionar y revisar sus propios postulados. Es la posición de quienes sostienen que no se puede ir contra el sentido de la historia, la de quienes sostienen que la Iglesia debe adaptarse a los tiempos modernos. Esta posición se encuentra, como es sabido, dentro de sectores de la propia Iglesia. Las declaraciones del arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, parecen ir en esa dirección, o al menos así se han interpretado. En el plano político, tal actitud se reconoce en aquellos que demandan al principal partido de centroderecha español, el PP, que siga desplazándose hacia el centro o el centroizquierda, asumiendo plenamente los dogmas dominantes de la socialdemocracia y la ideología de género. Por supuesto, también aquí los hay que sostienen este discurso desde dentro del Partido Popular.
La tercera posición es la que yo defiendo desde los tiempos del zapaterismo: la resistencia. El primer deber de quienes se encuentran en minoría es ante todo sobrevivir, es decir, seguir siendo como mínimo una minoría, y no una nada. Ello implica, como mínimo, la reposición siquiera demográfica de los miembros de dicha minoría. En este caso, como es lógico, esta reposición no se puede lograr meramente por reproducción biológica, pues incluso aunque los hijos "heredaran" las ideas de los padres (cosa para nada asegurada), el principal medio de transmisión de las creencias y las ideas es la palabra. Así que todo aquel que crea en la vida, en la libertad y en la ley, debe tratar de propagar, en la medida de sus posibilidades, dichas creencias y valores, contra viento y marea. En mi caso esto incluye, entre otras cosas, seguir apoyando al partido Vox, mientras exista y permanezca fiel a sus valores fundacionales, y a sus actuales dirigentes, Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros y los demás, mientras no pierdan los ánimos para seguir. Desde las catacumbas, si es preciso: no podemos hacer menos, ante el ejemplo heroico de los cristianos perseguidos y martirizados de Oriente Medio y otros lugares del mundo.