Fui uno de los 245.000 votantes de VOX en las pasadas elecciones europeas. No me afilié al partido porque creo, modestamente, que puedo ayudar más desde fuera, como un ciudadano que manifiesta sus opiniones con total independencia.
Al no formar parte de la organización, aunque tenga contacto con algunos militantes, no me entero de lo que pasa dentro, ni me he molestado mucho en enterarme, la verdad. Pero me ha llegado el rumor de marejadilla a través de Twitter, por las maneras agrias que utilizan ciertas cuentas no oficiales, que pretenden hablar en nombre de VOX.
Pío Moa y Blas Piñar Pinedo han tratado el tema con bastante sensatez en sus bitácoras respectivas. Véanse sus entradas respectivas, VOX, acosado y en la encrucijada y Sobre las movidas internas en VOX...
En un primer análisis, el diagnóstico parece claro. Al no obtener ningún eurodiputado en las pasadas elecciones, surgen los reproches, las impaciencias de quienes querían resultados tangibles inmediatos, y quienes aprovechan el malestar para tratar de controlar la joven formación. No es de descartar que haya elementos infiltrados del PP que intenten dinamitar el proyecto desde dentro.
Pero más allá de los personalismos mezquinos, el problema de fondo es siempre ideológico. Todo partido político es, inevitablemente, una suma de corrientes distintas, que convergen en torno a determinados elementos comunes. Es imposible, e indeseable, que todo el mundo esté de acuerdo en todo.
Los tres ejes de VOX son España, el liberalismo y las políticas conservadoras a favor de la familia. El primer tema parece que no es objeto de discusión. La propuesta estrella del nuevo partido, eliminar las autonomías -o por lo pronto, devolver al gobierno central competencias como las de Educación o Sanidad- lo distingue de cualquier otra formación, incluidas UPyD y Ciudadanos, que no cuestionan el Estado autonómico, o apuestan incluso por el federalismo.
Parece que el liberalismo -la idea de que hay que reducir drásticamente el peso del Estado, la defensa del libre mercado y la crítica a la partidocracia corrupta- tampoco ha sido cuestionado, aunque personalmente echo de menos mayores concreciones en el aspecto económico. Una defensa más explícita y pedagógica de ideas liberales como el cheque escolar y sanitario, una propuesta valiente de reforma del sistema de pensiones y del mercado laboral, etc.
En cuanto al tercer eje, la defensa conservadora de la familia, que implica una crítica desacomplejada del radicalismo igualitario y abortista -el cual pretende abolir cualquier diferencia entre hombre y mujer, y entre la heterosexualidad y otras "identidades"- no sólo ha sido insuficientemente desarrollado, sino que algunos de los fundadores de VOX lo han tratado con ambigüedades y aplazamientos, justificándose con la alusión a la democracia interna.
En mi opinión, la democracia interna sirve para elegir a los dirigentes del partido. Por tanto, estos deben dejar claras sus posiciones ideológicas (si es necesario, puntualizando que hablan a título personal), para que los afiliados puedan decantarse por unos u otros con conocimiento de causa. Esperar que la definición ideológica surja espontáneamente de las bases me parece una idea ingenua y estéril de democracia.
El artículo de Santiago Abascal publicado en Libertad Digital puede interpretarse como un intento de posicionamiento en el debate entre quienes entienden el liberalismo como algo poco compatible con el conservadurismo y quienes creemos que plantear tal incompatibilidad o antítesis reposa en un grave malentendido. Abascal acusa al actual gobierno de subir los impuestos, de mantener la ley de memoria histórica, de "cobardía ante el separatismo", de la "suelta de asesinos y violadores" y también de mantener la legislación zapaterista basada en "la ideología de género y las leyes discriminatorias de igualdad". Con ello está describiendo en negativo el ideario innegociable que debería sostener algún partido; por ejemplo, VOX.
Excuso decirlo: los políticos que se comprometan con estas ideas serán tachados automáticamente de ultraderechistas, y no en vano Abascal titula su artículo "Extrema derecha". Sin duda, esta es la piedra de toque, lo que distingue a quienes están dispuestos a ser tildados de fachas por defender lo que creen que es la verdad, de quienes están abiertos a las concesiones que sean necesarias para eludir el sambenito.
Un VOX cuyos dirigentes se contaran entre estos últimos sería absolutamente redundante. Para la sumisión lacayuna al imperio de la corrección política ya tenemos el Partido Popular, digno heredero en esto de la UCD.
VOX debería tomar distancia del PP y la UCD, a la que estuvieron ligados algunos de sus fundadores. Esos no son los modelos, sino más bien los antimodelos, formaciones claudicantes ante el monopensamiento progresista. Mientras se perciba a VOX como una escisión del PP, el voto útil lo condenará a la irrelevancia, con toda justicia.
Para que VOX sea percibido como un partido realmente nuevo, que viene a romper con el consenso socialdemócrata y el radicalismo igualitario, necesitará un líder que en su persona encarne los tres aspectos fundamentales: la defensa de España, de la familia y de la sociedad civil frente al estatismo clientelar y dirigista. Esto no sólo no es incompatible con la democracia interna, sino que es su lógica consecuencia. Un liderazgo potente, que no esté condicionado por el pensamiento progresista hegemónico, necesita de un claro respaldo de las bases de su partido. Y a su vez, estas sólo se mantendrán cohesionadas si surge una figura que concite la adhesión de una gran mayoría.
Creo que esta figura ya existe, y se llama Santiago Abascal. Si la democracia interna llega a funcionar verdaderamente en VOX, no tengo ninguna duda de que se convertirá en el líder político que necesita no sólo su partido, sino España.