La conocida periodista republicana, separatista y feminista Pilar Rahola me ha preguntado retóricamente en Twitter: "[¿]Te consideras caverna? Curioso." Le he respondido mandándole un dibujo de una caverna prehistórica, y en esta entrada me propongo explicarme sin la constricción de los 140 caracteres.
En un sentido puramente descriptivo, es bastante obvio por qué soy caverna. Para empezar, soy liberal, lo cual significa que creo en los derechos humanos, y que los gobiernos deben estar limitados por las leyes, y por jueces y periodistas independientes, y por la participación ciudadana mediante el sufragio universal.
Aparentemente, estas creencias no difieren sustancialmente de las que manifiesta la señora Rahola. Pero hay un aspecto fundamental que nos distingue: la coherencia. Seguro que nuestra periodista cree en los derechos humanos, y sin embargo, es una decidida partidaria del aborto, que atenta contra el derecho a la vida de los seres humanos en gestación. No me sorprendería que fuera también una entusiasta de la antiliberal discriminación positiva por razones de "género". Asimismo, sospecho que debe ser favorable a los impuestos altos y a amplias prerrogativas intervencionistas de los gobiernos, lo cual se contradice con el derecho a la propiedad privada y con el principio de limitación del poder. Por último, es una acérrima defensora de que Cataluña se separe de España rompiendo con la constitución, con lo cual demuestra, entre otras cosas, que ve el Estado de derecho más como un obstáculo engorroso al poder político que como el fundamento de las libertades.
Probablemente, Rahola replicaría a lo anterior hablando de los "derechos reproductivos" y de la opresión histórica sufrida por las mujeres; se extendería a continuación -supongo- acerca de la justicia social y de los niños que pasan hambre por culpa de los malvados mercados; y por último, me la imagino pronunciando un inflamado discurso sobre la democracia y el "derecho a decidir".
Llegados a este punto, un liberal-conservador como yo no puede hacer más que ahondar en su condición cavernícola. Porque confieso que, para mí, una mujer embarazada ya ha ejercido su libre derecho a reproducirse (salvo que haya sufrido una violación, causa de embarazo estadísticamente rara), y en ese momento lo que tiene es una enorme responsabilidad hacia el ser humano que alberga en su vientre.
Ni siquiera creo que hoy exista discriminación sexual en Occidente, lo que me sitúa a la derecha de este Partido Popular patéticamente ansioso de ser tolerado en los salones del progresismo. Todas esas monsergas de la "brecha salarial" o el "techo de cristal" son puras falacias, que presuponen sin ninguna base científica que si las mujeres no optan por igual que los hombres por cualquier profesión, por jornadas completas o por puestos de responsabilidad, es porque existe todavía una cultura machista que las condiciona. Y apoyándose en esta superstición ideológica, políticos y activistas se creen autorizados a conculcar la igualdad con medidas de discriminación positiva, o con leyes palmariamente injustas que castigan una agresión (incluso verbal) de modo distinto en función del sexo del agresor.
En realidad, si algo está condicionando hoy a muchas mujeres es la ideología feminista radical que desprestigia a las que optan por dedicarse sólo al cuidado de sus hijos, o a tratar de conciliarlo con la vida laboral, como si no fuera esa la ocupación más digna que pueda tener una mujer. También un hombre, sin duda, pero numerosos estudios empíricos serios confirman que la psicología femenina está especialmente orientada a las relaciones sociales y familiares. En todo el mundo, y especialmente en los países más igualitarios, como por ejemplo Noruega, las mujeres tienden a decantarse (con total libertad, insisto) más por profesiones como la enfermería o la enseñanza, con un alto grado de interactividad social y emocional, mientras que los hombres son proclives al trabajo con máquinas o sistemas de organización relativamente impersonales. Lo cual permite conjeturar muy razonablemente que se trata de características más genéticas que culturales.
Respecto a la justicia social, soy de los que creen que lo más justo es que todo el mundo tenga un empleo, y pueda así ganarse la vida honradamente con su esfuerzo y su talento. Que los subsidios deben reducirse todo lo posible para no desincentivar el trabajo, que los elevados impuestos y cotizaciones sociales actuales (que en la práctica son también impuestos) no hacen más que dificultar la creación de empleo, y que los servicios públicos no funcionan mejor porque los gestione la administración, ni es el Estado el único que puede garantizar su universalidad. Creo que una sociedad es más próspera y más justa si son los ciudadanos, y no los políticos y burócratas, quienes deciden qué hacer con la mayor parte de su dinero, y qué educación quieren que reciban sus hijos, sin interferencias de minorías activistas, pagando sólo los impuestos imprescindibles para el funcionamiento de un Estado que sea garante del cumplimiento de las leyes y de la seguridad, no de la felicidad impuesta desde arriba.
Y para acabar, sobre el "derecho a decidir", brevemente: uno tiene derecho a decidir muchas cosas, pero no cualquier cosa, evidentemente. En concreto, los catalanes no tenemos derecho a decidir de manera exclusiva lo que queremos que sea España. Ese es un derecho que pertenece a todos los españoles, y aún así con limitaciones. Para reformar la constitución, es legalmente obligado seguir los procedimientos detallados por los artículos 166 al 169, que por sí mismos no excluyen ninguna posibilidad, pero protegen a la constitución de que un gobierno pueda alterarla a capricho, de espaldas a la ciudadanía y a la oposición democrática. Incluso aunque todos los españoles apoyaran una revisión profunda de la Ley fundamental, esta no podría realizarse rompiendo abruptamente con esa misma Ley. Porque si decidimos que la democracia (reducida al ejercicio del voto) está por encima de la ley, como no se cansan de repetir los gerifaltes nacionalistas, entonces no habría nada que objetar a que un Iglesias Turrión, tras vencer hipotéticamente en unas futuras elecciones, iniciara un "proceso constituyente" que le permitiera instaurar un régimen autoritario y populista, siguiendo el manual de su maestro Chávez Frías.
Si a estas opiniones añadimos mi escepticismo acerca del cambio climático de origen humano, queda claro que soy un troglodita sin remedio. Lo que me pregunto a veces es si en las convicciones de los izquierdistas no late una nostalgia de la horda primitiva, aún más antigua que Atapuerca.