El gobierno británico ha anunciado que reformará la legislación para que los padres que no besen ni abracen a sus hijos puedan enfrentarse a penas de hasta diez años de cárcel. La "Ley Cenicienta", como la ha llamado alguna lumbrera, crea así el nuevo delito de la "crueldad emocional".
La periodista por cuyo texto me he informado de esta noticia se muestra satisfecha. "Los cambios legales permitirán a la policía intervenir de manera precoz y evitar que el niño sufra una situación de desarraigo", nos cuenta. Bien, no sabemos cómo evitarán eso, si simplemente meten al padre, a la madre o a ambos en la cárcel. ¿Contempla la ley proporcionar al menor una asistente social que le suministre el mínimo de abrazos estipulados?
El artículo manifiesta todas las características del subgénero que, a falta de que se me ocurra una denominación más breve, denominaré "Por fin se moderniza la ley para que el Estado pueda inmiscuirse sin obstáculos en otra faceta más de la vida, y ya van quedando pocas." Por supuesto, cita a "expertos" favorables que no son más que dirigentes de ONGés a las que generalmente les sobra la N. Y concluye mostrando su adhesión sin rubor alguno, pues la causa lo justifica todo: "la legislación británica por fin contempla la necesidad de que los niños crezcan en un entorno de afecto, donde haya apego emocional, amor y dedicación, para desarrollarse plenamente."
En efecto, uno no sabe cómo podían hasta ahora desarrollarse, sin una ley que los protegiera de padres negligentes o severos. Verán cómo cambiará ahora la cosa, los raudales de cariño que manarán de progenitores mirando con el rabillo del ojo al funcionario que les vigila. ¿Y el desarrollo pleno y armonioso que experimentarán los pequeños? Con la autoestima y la creatividad que se promueven en la escuela, y las caricias preceptivas que reciban en casa, quizás no lleguen a adquirir una gran comprensión lectora, ni una espectacular destreza matemática, ni unos mínimos conocimientos humanísticos y científicos, pero lo felices que van a ser ¿qué?
No pretendo ser insensible ante la triste realidad de que algunos niños no reciben amor de sus padres o cuidadores, o peor aún, son maltratados físicamente. Pero en la mayoría de casos se trata de niños que viven con la madre y un novio de esta, u otra situación distinta de la familia natural, como demuestran estudios empíricos serios, no los que expelen los gabinetes ideológicos estatales o paraestatales (1). Y este es un problema que los gobiernos han contribuido a crear con sus políticas de subsidios y campañas a favor de los "otros modelos de familia", surgidos del divorcio fácil y la revolución sexual.
Como ha señalado el filósofo inglés Roger Scruton: "El abuso infantil no es un desorden social universal, para el que la burocracia estatal y sus expertos son la cura. Es el resultado directo de la deslegitimación de la familia. Y el papel del Estado en la disolución del vínculo matrimonial ha sido de connivencia, al fomentar con los planes de bienestar social los arreglos familiares (incluso los que incluyen tener un novio o varios en casa) que ponen en peligro a los niños." (2)
Ahora bien, como siquiera mencionar este tema es tabú, pues va contra la corrección política, de manera absolutamente típica nos encontramos con que un error continuado del gobierno acaba justificando una extensión de las atribuciones del gobierno. A menos moral -desprestigiada por activistas y políticos liberadores- más policía. Y así vamos de ley intervencionista en ley intervencionista hasta que, cuando nos queramos dar cuenta, nos veamos en un estado totalitario que creerá justificado espiarnos para asegurarse de que atendemos a los hijos (si es que queda alguien que se aventure a tenerlos), separamos el plástico y el vidrio, declaramos a Hacienda la donación de orégano del vecino y no contamos chistes xenófobos en la intimidad. Todo sea por el bien de los niños.
(1) Según el estudio de R. Whelan, citado por Roger Scruton, Usos del pesimismo, Ariel, Barcelona, 2010, p. 165, un niño tiene 33 veces más posibilidades de sufrir abusos graves y 73 veces más de sufrir un abuso mortal en un hogar donde la madre convive con una pareja distinta del padre que en la familia biológica original. Esto no es criminalizar a los padrastros, es simplemente estadística.
(2) Ob. cit., pág. 166.