El progresismo es una ideología difusa, pero inconfundible, cuyo postulado básico podría resumirse de la siguiente manera: todos los males proceden del mercado y de la tradición; concepto este último en el que englobaríamos la moral judeocristiana, la familia convencional, la Iglesia católica, etc. Dentro de esta definición cabe un gran número de gradaciones, desde el marxismo doctrinario hasta posiciones anarcocapitalistas que consideran toda forma de constricción moral como su enemigo, no menos que el estado.
Pero dejando de lado las actitudes minoritarias, el progresismo predominante es una colección de tópicos anticapitalistas en gran medida prerreflexivos (más que una defensa positiva del socialismo, intelectualmente decrépito), anticlericalismo primario y consignas sesentayochistas de liberación sexual.
El problema del progresismo es que sus soluciones nos hacen más pobres y menos libres. Básicamente, sus propuestas pasan siempre (excepto en el caso de las ensoñaciones anarquistas de todo pelaje) por un incremento del intervencionismo y del poder estatales. Esto tiene como consecuencia una suplantación del orden espontáneo de la sociedad, que es el que permite la autocorrección de errores y la adaptación a las situaciones nuevas. O dicho más claramente, la concentración de la toma de decisiones en una élite arrogante, que como no está integrada por seres sobrehumanos, cometerá los más lamentables despropósitos.
Los resultados del progresismo, cuando se ha aplicado sistemáticamente, son por ello catastróficos. Las peores hambrunas del siglo XX se han producido en países dominados por regímenes marxistas. Pero en las sociedades democráticas sus efectos también se hacen notar, en la forma de reducción del crecimiento económico (lo que significa enquistamiento o incremento de la pobreza), erosión de la familia y de la educación, así como abortos masivos, poniendo en peligro los cimientos mismos de la civilización cristiano-clásica.
George Lakoff, en su conocido breviario de combate contra los conservadores de Estados Unidos, No pienses en un elefante, empieza por preguntarse cuál es la conexión lógica entre temas tan dispares como los impuestos, el aborto o la política exterior. Es decir, por qué un conservador estadounidense es contrario al aborto, a los impuestos altos y al desarme unilateral de su país; y un progresista, al revés. Lakoff encuentra una forma de explicarse dicha conexión a partir de dos concepciones básicas sobre la familia, que podrían traducirse como la del "padre estricto" (conservador) y el "padre protector" (progresista).
No entraré aquí a discutir esta tesis, sólo diré que tiene una gran parte de verdad, aunque en sí misma nos nos indica cuál de las dos cosmovisiones es la verdadera. Para Lakoff está claro que la segunda; pero sus argumentos son descaradamente circulares. Para el gurú americano, el padre estricto es a priori un cabroncete, si se me permite la expresión, mientras que el padre protector es el colega comprensivo que todo adolescente puede desear.
No obstante, la crítica intelectual del progresismo no es suficiente para librarse de su influjo. Una razón importantísima por la cual persistimos en nuestras convicciones es de tipo social. Para entendernos, imaginemos que Pablo Iglesias (el vivo) se desengaña mañana de sus ideas ultraizquierdistas y se convence de la bondad del liberalismo. ¿Qué le diría a su novia, a su familia, a sus amigos, a sus camaradas políticos? Y sobre todo, ¿qué le diría a los gobiernos de Irán y Venezuela? "No quiero recibir más vuestro dinero manchado de sangre". Se comprende que lo más heroico es romper con el entorno. Un hombre solitario no tendría tantas dificultades para rectificar y cambiar de ideas.
Ahora bien, lo más cercano a ese arquetipo robinsoniano, a ese pensador liberado de condicionantes sociales, es un lector. La lectura requiere cierta soledad y calma interior; como mínimo desde que, en la Antigüedad tardía (como descubrimos en las Confesiones de San Agustín) algunos hombres aprendieron a dejar de leer en voz alta, a convertirlo en un acto estrictamente individual.
Por esta razón he elaborado una lista de quince libros que pueden ser muy útiles para tratarse de la manía progresista, como lo fueron para quien escribe. Es una selección personal, aunque no intransferible. Faltarán, seguro, obras fundamentales que no he leído o que ni siquiera conozco; y de algunos autores tendría que haber incluido más de uno, aunque los elegidos sirvan como introducción o muestra. Que cada cual añada o reste los que le parezcan oportunos.
Paso a enumerarlos por orden cronológico de su edición original:
1) Adam Smith, La riqueza de las naciones (1776)
La famosa "mano invisible", que prefigura el concepto de "orden espontáneo" de Hayek, es crucial para comprender por qué la sociedad debe salvaguardarse del estado. Smith se pregunta no por la causa de la pobreza, sino de la riqueza, algo mucho más fecundo que las posteriores teorizaciones socialistas, que tanto han contribuido a la producción artificial de escasez, al pretender suplantar el papel del mercado.
2) Herbert Spencer, El hombre contra el estado (1884)
Para comprender cómo se pervirtió la idea de libertad en los mismos inicios del liberalismo. Una premonición extraordinariamente profética del totalitarismo socialista.
3) Aldous Huxley, Un mundo feliz (1932)
Magnífica novela, teñida de amarga ironía, que nos lleva a formularnos una pregunta inquietante: si son correctas las ideas progresistas, ¿qué tendría de malo un mundo donde el estado hubiera erradicado la infelicidad mediante la eugenesia sistemática y la farmacología?
4) Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre (1944)
La planificación económica conduce necesariamente a una dictadura totalitaria, como la comunista o la nacional-socialista. Expone lúcidamente la coincidencia básica de ambas ideologías, en contra de la errónea concepción según la cual serían antitéticas.
5) Bertrand de Jouvenel, Sobre el poder (1944)
Frente al extendido tópico del estado como un guardián del orden establecido, nos muestra su auténtica naturaleza revolucionaria. El poder ve toda institución, toda tradición y toda desigualdad como un obstáculo orográfico que se interpone en su expansión.
6) George Orwell, 1984 (1948)
Crítica descarnada del comunismo, recurriendo a una ficción distópica en la que ese sistema domina el mundo. Un régimen de pesadilla en el que no existe vida personal fuera del estado, y en el cual se recrea incesantemente la realidad, mediante el control total de la información y del propio lenguaje. El poder expuesto como una pulsión de dominación primaria, supeditada a cualquier lógica económica.
7) Emil Cioran, Breviario de podredumbre (1949)
Una reflexión tan categórica como literariamente genial contra las ideologías, los colectivismos y las utopías. En toda idea se encuentra el germen de la matanza. Y todo aquel que emplea el pronombre nosotros es un impostor.
8) Ludwig von Mises, La acción humana (1949)
Demostración de la imposibilidad a priori del socialismo. Se trata de un monumento del pensamiento humano, por su potencia deductiva. (Reconozco que es el único libro de esta lista que no he leído entero: supera las 1.200 páginas.)
9) Alexander Soljenitsin, Archipiélago Gulag (1973)
Descripción inolvidable de la represión y el sistema penitenciario soviéticos. Pese a la dureza del tema, se trata de una preciosa obra de la literatura universal, en la que no faltan la ironía y una secreta corriente de fe en la irreductible dignidad humana.
10) Jean-François Revel, El conocimiento inútil (1988)
Análisis demoledor de las mentiras y estratagemas que en las democracias tratan de encubrir la naturaleza totalitaria del comunismo y su fracaso, incluso tras condenas de trámite que no impiden poner constantemente en la picota... al capitalismo. Aunque publicado justo antes de la caída del muro de Berlín, sigue siendo -por desgracia- plenamente actual.
11) Pío Moa, Los mitos de la guerra civil (2003)
Se desmontan con rigor las mentiras propagandísticas de la izquierda acerca de nuestra contienda fraticida, que sigue explotando con gran rendimiento, sin apenas contestación. La guerra civil la provocó la izquierda en 1934; y la sublevación militar del 36 no fue contra un régimen democrático, el cual prácticamente ya había sido destruido por el Frente Popular.
12) Martín Alonso, Doce de septiembre. La guerra civil occidental (2006)
Análisis implacable del carácter autodestructivo (antioccidental y anticristiano) del pensamiento de izquierdas que domina en la clase intelectual, el sistema educativo y los medios de comunicación.
13) Miquel Porta Perales, La tentación liberal. Una defensa del orden establecido (2009)
Brillante ensayo contra las ideologías emancipatorias, que en realidad se caracterizan por su antiliberalismo: socialismo, ideología de género, ecologismo y antiimperialismo.
14) Roger Scruton, Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza (2010)
El progresismo como un "optimismo sin escrúpulos", que desactiva las más elementales cautelas del sentido común y la experiencia, y que hunde sus raíces en rutinas de pensamiento paleolíticas, auténticas rémoras para el hombre civilizado.
15) Thomas Sowell, Economía básica. Un manual de economía escrito desde el sentido común (2011)
Un completo y didáctico manual para librarse de una vez por todas de los tópicos y supersticiones del socialismo, el populismo y el intervencionismo.
Quince libros no se leen en quince días. Para empezar, yo recomendaría cuatro, los de Soljenitsin (9), Revel (10), Moa (11) y Sowell (15).
El primero, Archipiélago Gulag, imprescindible para un joven, al que en la escuela no le van a explicar qué fue verdaderamente el socialismo real.
Revel, para desquitarse del bombardeo diario de mentiras mediáticas, con sus análisis irreprochablemente lógicos y elegantemente irónicos. Sus libros posteriores son también magníficos y reparadores.
Moa, para aquellos que siguen anclados en la fábula de la República democrática, truncada trágicamente por una conspiración de terratenientes, curas y militares; quizás el mayor éxito propagandístico de la izquierda. Hay que leer también sus demás libros, algunos de ellos muy ambiciosos, como su deslumbrante Nueva historia de España.
Y Sowell, porque si no desempolvamos nuestras nociones económicas, e incluso aunque hubiéramos asimilado los libros anteriores, nos volverán a engañar, una y otra vez, prometiéndonos bienestar a cambio de reducir nuestra libertad y nuestra dignidad.