jueves, 24 de marzo de 2011

Independentistas y tocapelotas

Salvador Sostres posiblemente sea el mejor columnista actual. Escribe admirablemente. Para mí escribir bien es decir las cosas de manera que si cambiáramos algún adjetivo, añadiéramos o quitáramos cualquier palabra, no mejoraríamos el texto. Ello implica claridad, concisión y prescindir de todo eufemismo falsamente caritativo. Incluso aunque a veces se incurra en un lenguaje poco delicado. Además, aunque esto es subjetivo, comparto casi siempre sus opiniones. Del casi hablo a continuación.

Por supuesto, Sostres tiene defectos, son perfectamente conocidos. Es amigo de Joan Laporta, con lo cual está dicho todo. Pero por si esto no fuera suficiente, él ya se ha encargado de dejar las cosas claras en algunos de sus escritos. En uno, titulado "Parlar espanyol és de pobres", empezaba afirmando que él solo hablaba español con la criada y con algunos empleados. (Es de suponer que ahora también lo hará con su jefe Pedro J.) Y concluía: "El independentismo en Cataluña está justificado, aunque solo sea para huir de la caspa y el polvo, de la tristeza de ser español."

Aunque este artículo causó un gran revuelo, fue más explícito, si cabe, en otro titulado "La cosa hispana". Allí no dejaba lugar a dudas sobre su pensamiento racista. No es que él piense que los catalanes somos superiores, es que piensa que los hispanos en general son una raza inferior. Bueno, acabo de utilizar la primera persona, porque soy catalán, pero no sé si un descendiente de castellanos y de murcianos (como eran mis abuelos maternos y paternos, respectivamente) se puede considerar catalán de pura raza, según las concepciones de Sostres. Pero a lo que iba. Dice en ese artículo, que vierto al castellano:

"Hay un gen español, un gen hispano si se quiere, que habría que dar el Premio Nobel a quien consiguiese aislarlo. Es un gen que lleva esta información: 'Soy nieto de Sancho Panza y no me adapto ni pa Dios. Coño.' [En castellano en el original.] El segundo Premio Nobel debería darse, sin duda, a quien, una vez aislado este gen, consiguiese erradicarlo. (...) Por allá donde van, los españoles y los hispanos son siempre la miseria. En los Estados Unidos son chusma los hispanos, cuestan a la administración mucho más dinero del que aportan o ayudan a crear; y no hace falta decir qué son los españoles en Cataluña, lo que nos cuestan y cuáles son sus nefastas aportaciones: Montilla, por ejemplo. La pasta que nos han costado y encima Montilla." (Blog de Salvador Sostres, entrada 1-IX-2007.)

Samuel P. Huntington, el célebre autor de El choque de civilizaciones, manifestaba, en un lenguaje más académico, parecidas opiniones. En su libro ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense, venía a decir lo mismo que Sostres, que los Estados Unidos eran una nación culturalmente anglosajona, y que la inmigración hispana suponía una amenaza para los valores y virtudes en los que se cimentaba dicha nación. Ya entonces, mientras leía este libro, unos dos o tres años antes del citado post de Sostres, me llamaron la atención los paralelismos de sus argumentaciones con las de nacionalistas catalanes como Jordi Pujol o Heribert Barrera, que bordeaban o entraban de lleno en el puro racismo cultural, e incluso el biológico.

No creo que valga la pena detenerse demasiado a refutar estos argumentos. En todos los países donde a los inmigrantes no se les regala nada, sino que no tienen más remedio que trabajar duro y asimilarse (sin que ello suponga necesariamente olvidar su propia cultura) estos terminan confundiéndose con el paisaje cultural, y enriqueciéndolo. Es lo que ha pasado con los mejicano-tejanos, irlandeses, polacos, italianos, chinos, cubanos, etc, en los Estados Unidos; y con murcianos, andaluces o extremeños instalados en Cataluña en el siglo pasado. Yo trabajé ocho años para un empresario nacido en Almería, que de niño vivió en una chabola en Tarragona. Ya mayor, tras ganar dinero en los sesenta como fontanero, su empresa llegó a tener más de veinte trabajadores. Decir que "los españoles" como este le han costado algo a Cataluña es una idiotez y una mezquindad de tal calibre que se refuta por sí sola.

En cambio, desde el momento en que los inmigrantes llegan a un país sin trabajo, o lo pierden al poco de llegar, y las administraciones les ofrecen, sin contrapartida alguna, ayudas a las que ni siquiera los nativos tienen acceso, además de todas las prestaciones sociales que estos costean con sus impuestos, entonces evidentemente los inmigrantes serán un problema, y producirán una subcultura victimista que todavía les dificultará más integrarse. Es lo que pasa con los musulmanes del norte de África o de Asia en Europa. Si a ello añadimos que los nativos ni siquiera valoren su propia cultura, que renieguen de su tradición moral y religiosa y de su historia ¿cómo podemos pretender que los recién llegados las respeten?

Los magrebíes que llegan a Cataluña viven esto todavía con más intensidad. Aquí se les enseña que ser español es una desgracia, una vergüenza. No hace falta que sepan quién es Sostres, sencillamente basta con que vean TV3 o sus hijos vayan a la escuela, donde ni siquiera se pronuncia la palabra "España", sino "Estat espanyol". Ahora bien, pronto descubren que la diferencia entre un español y un catalán es solo una de las dos lenguas románicas que habla en ocasiones el segundo, y que aquí untamos el pan con tomate. O sea, unas diferencias ridículas, absolutamente superficiales. Conclusión, que para aquellos extranjeros que deciden adoptar una identidad catalana, se trata de una forma engañosamente cortés de declinar el menor esfuerzo de asimilarse. Bastará que chapurreen el catalán y digan que son del Barça (como ya lo son muchos marroquíes que ni siquiera han pisado nuestro suelo) para que aquí se sientan puerilmente halagados; pero todo es una burla, una coartada para odiar tras una sonrisa la cultura que les acoge. Porque nuestra identidad, que es una identidad hispanocatalana, forjada en la Reconquista (desde Jaime I hasta Fernando el Católico, ambos reyes de Aragón y condes de Barcelona) nos la hemos cargado nosotros solitos hace tiempo. Si los catalanes siguen empeñados en odiar a España (o sea, a una parte esencial de sí mismos, sin la cual son incomprensibles), será más fácil que Cataluña acabe siendo islámica, que no al revés.

Recientemente, Sostres ha escrito otro artículo sobre el nacionalismo que yo mismo firmaría, sin cambiar una coma. Se titula Jodemos nosotros, "president". Se refiere a las palabras de Jordi Pujol, quien hace poco se nos ha confesado independentista (qué sorpresa), porque España "va a jodernos". Sostres replica que quienes están todo el día jodiendo son los catalanes:

"Estamos todo el día jodiendo, todo el día tocando las narices, todo el día quejándonos de todo, todo el día reclamando esto y lo otro pero al final, cuando llega la hora de la verdad, cuando es hora de tomar una decisión política seria, todo se desvanece y nunca damos un paso al frente... (...) El catalanismo político es demasiado cobarde para hablar en serio y se conforma tocando los huevos (...). Si quiere la independencia, luche por ella, muera por ella, pero sino [sic] no joda la marrana porque es evidente que mientras esto sea España no puede haber provincias de excepción (...)."

El artículo hay que leerlo entero, es inapelable, y divertido, como suelen ser los suyos. Pero el autor no entra a desarrollar la alternativa que implícitamente propone: En lugar de exigir a España ningún reconocimiento ni trato diferencial, la independencia ya, ahora mismo. Sencillamente la separación. Con una sinceridad y lucidez que pocos nacionalistas demuestran, Sostres admite que no tiene sentido que ninguna nación deba reconocer que en alguna parte de su territorio no se pueda estudiar en su lengua oficial. La única solución es que Cataluña deje de pertenecer a España.

Ahora bien, ya que hablamos en serio ¿qué ganamos realmente los catalanes separándonos, aparte de dejar de tocar las narices? Su respuesta se encuentra en los artículos arriba citados. Los españoles son una raza fracasada, de la que conviene alejarse. No busquen más hondura intelectual, esto es lo que hay. Tanta inteligencia que despliega hablando de otros temas... Pero cuando se trata de Cataluña Sostres pierde el oremus, se transforma en un Alfred Rosenberg. Quizás no entienda raza en un sentido biológico, pero lo expresa de manera que lo parezca. Los chistes racistas son chistes, y son racistas. Dada la franqueza con la cual gusta habitualmente de expresarse, no tenemos derecho a dulcificar sus ideas.

Si proferir exabruptos semejantes no es tocar los huevos a base de bien, no sé qué será. Tiene gracia que quien ha escrito majaderías como que el español es de pobres, o que habría que erradicar el gen de la hispanidad, califique al viejo president como un tocapelotas.

Seguro que Sostres no es partidario de que se le declare la guerra a España desde el balcón de la Generalidad, aunque solo sea porque es fácil imaginar quién la perdería. Entre otras cosas, no parece que los follones convengan mucho a la empresa de alimentación selecta de su familia, que tiene entre sus clientes al rey. No en vano, desaconsejó a su amigo Laporta que se presentara a las últimas elecciones autonómicas, porque no era el momento de aventuras. Sostres cree en el día después de la independencia, pero no en el conflicto que conduce a ella, ahorrándonos la gota malaya nacionalista, y asumiendo los catalanes los costes políticos, económicos y personales que sean menester. Definitivamente, él no está dispuesto a dar ejemplo de lo que predica: Morir por la independencia o callarse de una puta vez.