martes, 27 de mayo de 2008

De Red Liberal a Siracusa, pasando por Génova

Pues sí, me temo que me voy a entregar al enésimo ejercicio de ombliguismo. Si en el mundo de las ideas todo fuera simple y diáfano, no tendría mucho sentido andar repitiendo y precisando ciertas cosas, pero por suerte o por desgracia, no es así.

El entendimiento humano es débil, todos estamos sujetos a error, y el lenguaje nos juega frecuentes malas pasadas. Pero en la práctica el mundo progresa, enfermedades que hace cien años diezmaban a la población, hoy han sido erradicadas o se curan tomando Amoxicilina cada 8 horas. Naciones que estaban en guerra total hace pocas décadas, hoy son firmes aliadas. Comunicaciones que se retrasaban semanas hace escasos años, ahora son instantáneas... Si estos problemas o desafíos hubieran sido afrontados desde un punto de vista exclusivamente intelectual, seguramente estarían pendientes de solución. En la teoría no existen conclusiones definitivas y absolutas sobre casi nada; en la práctica las cosas son -afortunadamente- distintas.

Si se quisiera definir previamente, más allá de toda discusión, en qué consiste el credo liberal, probablemente Red Liberal no existiría.

Ahora bien, dejando de lado a los tontos útiles del seudoprogresismo que califican a Red Liberal como una especie de nido de fachas más o menos encubierto, con los cuales no vale la pena perder el tiempo, existe una crítica que sí vale la pena estudiar. Es la que se realiza principalmente desde algunos blogs englobados bajo Siracusa 2.0, que se plantean explícitamente como una alternativa a RL, aunque otros como Nairu o Kantor no ven incompatibilidad alguna en pertenecer a ambos agregadores.

Dicha crítica consiste en tachar de fusionismo a una parte de RL. El fusionismo es un concepto elaborado hace décadas por el pensamiento de derechas nortemericano, y que podría resumirse como el intento de fusión entre el ideario liberal y el conservador de tradición judeocristiana. No me parece un término afortunado, porque en sí mismo parece sugerir que liberalismo y conservadurismo serían dos ideologías sin relación entre sí, y que los intentos de unión entre ambas son mera estrategia política, sin base intelectual.

Sin embargo, no es así. Muchos liberales vemos en determinadas instituciones (la familia, las iglesias, determinadas tradiciones, etc) una alternativa, cuando no un dique, al intervencionismo estatal, al tiempo que muchos conservadores ven en el Estado una amenaza a esas instituciones. Aunque pongan el énfasis en cosas distintas, es evidente que sus objetivos confluyen. Unos tienden a hablar más de libertad, los otros de responsabilidad, pero ambas son las dos caras de una misma moneda. Unos ven en el crecimiento del Estado un peligro para las libertades, mientras que los otros observan cómo la creciente dependencia de la administración va minando las virtudes tradicionales basadas en el esfuerzo, el mérito, etc. Las cuales a su vez, mientras no decaigan, actúan como raíces que evitan los efectos erosivos del estatismo sobre la sociedad.

Un ejemplo paradigmático es la controversia originada por la Eduación para la Ciudadanía promovida por Zapatero. Muchos criticaron el excesivo protagonismo de los católicos en las protestas contra esta asignatura, como si no tuvieran perfecto derecho a manifestarse, exactamente igual que todo el mundo, pero sobre todo como si su crítica del intervencionismo gubernamental fuera intrínsecamente insincera, persiguiera otros fines inconfesables (algo así como imponer su propio adoctrinamiento). Posiblemente no todos los que rechazan esa asignatura son liberales, pero si los liberales rechazamos torpemente su compañía, lo único que lograremos es que además se deslicen hacia el antiliberalismo.

Por supuesto, existe un conservadurismo estatista y autoritario, y existe un liberalismo radical que defiende la legalización de las drogas, el aborto y la eutanasia. En mi opinión, son posturas erróneas, porque ambas acaban favoreciendo efectos contrarios a los que pretenden. Los conservadores que se entregan a los brazos del Estado para que este imponga su visión del mundo, serán barridos en cuanto el poder se sienta lo suficientemente fuerte como para prescindir de ineficaces autolimitaciones de orden moral. Por su parte, los libertarios que parecen dispuestos a abolir todos los "prejuicios" morales se pueden encontrar con que han disuelto buena parte de las ligaduras de tipo tradicional que permiten un considerable grado de autonomía de la sociedad frente a la administración, cuya avasalladora presencia tanto detestan.

Curiosamente, en el manifiesto de Siracusa 2.0, así como en numerosos textos de uno de sus mejores blogs, el de Eduardo Robredo, existen indicios de que no están tan lejos de este fusionismo, y será la última vez que lo llamaré así. Cuando afirman que "el tirano moderno es el ídolo de la razón, sea cual sea su forma", están apuntando un principio en el que pueden coincidir tanto liberales como conservadores. ¿Cuánto no se ha fortalecido el poder del Estado, a lo largo de los dos últimos siglos, bajo el pretexto de la modernización? ¿Cuánto sufrimiento no han causado los intentos de reorganizar la sociedad sobre principios supuestamente racionales, que ignoraban fatalmente la experiencia?

En el mismo sentido, la importancia central concedida por Robredo al paradigma evolucionista en las ciencias sociales, que comparto, nos presenta a la naturaleza humana como mucho más falible y débil de lo que lo hace el temerario utopismo de la izquierda, y constituye una advertencia contra éste. Y por cierto, que el paralelismo con la concepción judeocristiana del hombre como pecador, sin que deba ser llevado excesivamente lejos, no es nada desdeñable. Lástima que el tic anticlerical le haga despreciar una parte tan valiosa de nuestra cultura, máxime cuando en estos momentos dirige la Iglesia un hombre como Ratzinger, que es quizá el Papa que más bien ha comprendido el importante papel que puede jugar cierta intelectualidad que, aunque de tendencia agnóstica, ve en la tradición judeocrisitana un legado que no estamos en condiciones de dilapidar.

Pero el anticlericalismo simplón caracteriza también a ciertos blogs de RL. Quizá la diferencia más notable entre los siracusanos y RL, es que los primeros parecen más abiertos a posiciones socialistas, lo cual no deja de asombrarme en quienes acusan a la segunda de falta de coherencia con el ideario liberal.

Rápidamente, y relacionando todo lo dicho con el tema de la crisis del PP, ahora sí conviene hablar de estrategia política:
  • Creo que el PP debe reforzar mucho más su lado liberal, sin que ello implique ganarse la desafección de su alma más conservadora, sino todo lo contrario, haciendo pedagogía sobre estos seguidores que parecen corresponderse más con la imagen convencional de la derecha tradicional, para que comprendan que el liberalismo no va contra ellos, sino que es su mejor aliado, siempre y cuando no se enroquen en posturas reaccionarias anacrónicas.
  • Para nada hay que aproximarse al socialismo. Cuando la izquierda más inteligente, desde Blair a Lula, ha aprendido a copiar la política económica de la derecha, apropiándose de sus exitosos resultados, el giro al centro de la derecha sólo puede calificarse de estupidez monumental, de miopía trágica. La globalización avanza imparable, y de lo que se trata es de que la gente comprenda que como mejor podemos progresar es desde las formaciones políticas cuyo ideario no se contradice con su actuación, y por tanto no la entorpecen, como inevitablemente le acaba ocurriendo a la izquierda. Alguno dirá: Pues no parece Rajoy el hombre capaz de aplicar estos planteamientos. En fin, ¿qué decir, salvo que a mí tampoco me lo parece?
  • Quien tiene que cambiar realmente su base ideológica es la izquierda más retrógrada, como la que representa el zapaterismo, aunque se vista de todo lo contrario. No la derecha. La izquierda política debería parecerse más a... ¿Siracusa 2.0?