El escepticismo antiguo, de Pirrón a Sexto Empírico, era una tradición de pensamiento que defendía la suspensión del juicio, evitando decantarse por ninguna teoría o concepción del mundo. El precedente más ilustre de las escuelas escépticas fue probablemente Sócrates, con su célebre sentencia: "Sólo sé que no sé nada." En nuestros días, el término suele tener un sentido muy distinto. Se autodenominan escépticos, con cierto aire de superioridad, quienes en lugar de ideas religiosas o teístas, sostienen principios de tipo materialista o naturalista, que suelen identificar abusivamente con el conocimiento científico. Estos falsos escépticos, que creen en unas cosas y descreen de otras (es decir, que son en esto como todo el mundo) en ocasiones también sostienen una concepción materialista o supuestamente "realista" de la historia, más o menos cercana al marxismo, que ve causas económicas en todos los fenómenos sociales, en las guerras, revoluciones, etc.
Bien es verdad que el escepticismo más radical es por naturaleza autocontradictorio, porque quien afirma que nada puede saberse con seguridad, está con ello afirmando que sabe esto mismo. Lo que no obsta para que una cierta actitud crítica, o de razonable escepticismo, sea imprescindible con el fin de evitar en lo posible el error y el engaño. Pese a ello, y en contra de lo que proclama incesantemente la pedagogía actual, dicha actitud no se enseña en nuestras escuelas. Se considera que determinados temas son "críticos" en sí mismos, cuando la crítica no es una cualidad de algunas afirmaciones, sino su cuestionamiento o análisis, que puede llevarnos a confirmarlas -provisionalmente, al menos- o a rechazarlas. Denunciar la pobreza o la discriminación no es ser crítico, por muy bienintencionado que sea. Crítico es aquel, por ejemplo, que se pregunta si determinadas explicaciones de la pobreza que casi todo el mundo da por supuestas son, después de todo, acertadas.
A continuación, enumero ciertas reglas, la mayoría obvias, que pueden servir de guía para un escepticismo razonable.
1) No hay que prestar credibilidad inmediata a lo que afirma ninguna fuente (ni oral, ni escrita, ni audiovisual), ni tampoco descartarlo a priori.
2) Las opiniones políticas, sociales o religiosas de un especialista en otras cuestiones pueden ser tan insensatas como las que más. No nos dejemos impresionar por los currículos de abajofirmantes de ningún tipo.
3) Las opiniones políticas, sociales o religiosas de un especialista en estos mismos temas tienen mayor valor argumentativo, pero eso no garantiza que no sean a la postre erróneas. Con frecuencia ni siquiera son originales. Un estudio puede tener un aspecto irreprochablemente científico, y a pesar de ello ser una auténtica basura que confunde premisas y conclusiones.
4) Sin perjuicio de 1, no todas las fuentes son iguales. Por ejemplo, los medios de comunicación de regímenes dictatoriales son mucho menos creíbles que los de países democráticos. Pero es muy importante tratar de rastrear la fuente originaria. Una buena intoxicación no aparece por vez primera en un medio cuyo partidismo o dependencia de un gobierno es demasiado obvia.
5) "El peor enemigo de la información es el testigo ocular..." (Revel.) Los corresponsales que informan desde conflictos o países no democráticos pueden estar presionados para favorecer una determinada versión. Incluso en condiciones mucho más plácidas, sus prejuicios ideológicos pueden conducirles a ver sólo lo que quieren ver. La cobertura del conflicto de Gaza que ha ofrecido la televisión pública española es un claro ejemplo de ello; pero también es habitual que muchos periodistas, desde países como Estados Unidos, donde la libertad informativa es total, nos ilustren más de sus propias filias y fobias que de lo que realmente está ocurriendo allí.
6) Hay que desconfiar de los consensos científicos o intelectuales. A menudo, ni siquiera es verdad que exista un consenso académico; pero incluso si es así, puede estar contaminado de ideología, intereses corporativos o políticos, o simplemente ser erróneo. Alerta sobre todo ante la consabida expresión "según los expertos...". Un buen ejemplo lo constituye la mayor parte de lo publicado sobre el cambio climático.
7) Hay que habituarse a distinguir, de manera casi refleja, entre opinión e información, que suelen estar negligentemente mezcladas. Muchos titulares ni siquiera contienen información objetiva. Por ejemplo: "Nuevo gesto de Francisco en favor de la teología de la liberación". (El País digital de ayer.) La noticia se refiere a la rehabilitación de un sacerdote, pero el titular no nos informa del hecho, sino que directamente nos ofrece una interpretación, que puede ser acertada o errónea.
8) La experiencia personal es siempre parcial, por lo que hay que ser prudente antes de lanzarse a cualquier generalización a partir de ella. Aquello de que "el nacionalismo se cura viajando" sobreestima seguramente la capacidad de aprender del ser humano. Hay tontos en siete idiomas, y las ideas fijas pueden ser inmunes a cualquier vivencia.
9) El peor enemigo del espíritu crítico no son las informaciones erróneas o sesgadas, sino los tópicos interiorizados, que ni siquiera recordamos cuándo los aprendimos. Y hay que estar especialmente en guardia con aquellos que contradicen a otros tópicos más antiguos; la novedad no es garantía de verdad.
10) Sostener que algo es imposible porque no lo permiten las leyes de la naturaleza es tautológico. Equivale simplemente a afirmar "x es imposible porque es imposible". No podemos decir a priori que todos los fenómenos supuestamente sobrenaturales son necesariamente fraudes, fantasías o errores de observación. La prudencia aconseja recelar de cualquier relato extraordinario, pero un espíritu crítico estará dispuesto al examen y abierto a la verdad, por sorprendente o incómoda que sea.