martes, 17 de agosto de 2010

Zapatero es socialista, créanlo

Existen síntomas de que algunos artistas empiezan a percibir la cercanía a Zapatero, real o supuesta, como algo perjudicial para su popularidad. Primero fue Imanol Arias, que mostró su contrariedad por que se le identifique con "los de la ceja", en alusión al patético vídeo electoral en el que participaban Sabina, Serrat y unos cuantos más -y que a medida que pase el tiempo parecerá más increíble, más bochornoso, como la canción de Víctor Manuel dedicada a Franco. Y es que cuando las circunstancias políticas pasan a ser Historia, se impone con toda su fuerza el hecho esencial: El insondable servilismo de los seres más egocéntricos que existen, que son los artistas, con permiso de los políticos.

El siguiente actor en manifestar su antipatía -no sabemos si sobrevenida- por Zapatero, ha sido Luis Tosar, quien para que no quepa duda de su pedrigrí progresista (que ya demostró con su papel estelar en Nunca Máis) ha criticado al presidente del gobierno por no ser suficientemente de izquierdas. Exactamente ha dicho que "no tiene nada que ver con el socialismo". Hay que reconocer que esta crítica contra gobiernos nominalmente socialistas es muy habitual, no sólo desde la izquierda, sino también -lo cual es más grave- desde la derecha. Nada me parece más inepto que la derecha cuando critica a la izquierda por no ser suficientemente... de izquierdas.

En todo caso, aunque no creo que el señor Tosar sepa de la existencia de este blog, opino que es un deber de caridad sacarlo de su grave error. Y es que Zapatero no sólo no se aparta de lo que podemos esperar de un socialista, sino que es un ejemplo de los más paradigmáticos. Si ello además sirve para ilustrar a algún derechista despistado (muy despistado), me sentiré doblemente satisfecho.

Herbert Spencer, en su insuperado The Man versus the State, dividió las sociedades en dos clases fundamentales, las de tipo militar y las de tipo industrial. Las primeras son aquellas en las que la cooperación social se basa en la coacción de unos individuos sobre otros, así en el caso del esclavismo, el feudalismo o el socialismo de economía planificada. En Cuba, por ejemplo, el Estado decide dónde puede residir uno, dónde tiene que trabajar, lo que debe cobrar, los medios de comunicación a los que puede acceder, lo que puede comprar y vender (casi nada) e incluso si puede poseer un aparato de aire acondicionado en su vivienda, suponiendo que sus ingresos se lo permitan. En cambio, en la cercana Florida, a donde por algún motivo han emigrado miles de cubanos, el tipo de sociedad es básicamente industrial, que se funda en la cooperación voluntaria. El individuo decide dónde residir, trabajar, qué consumir, etc, en función de sus personales preferencias y los precios del mercado, que resultan de la libre interacción de todos los individuos, en la búsqueda de su provecho particular.

Por supuesto, este esquema es ideal. En el mundo real no existen sociedades industriales o militares puras. Incluso en el sistema más despótico se da una cierta actividad comercial, de intercambio voluntario, aunque sea clandestina. Y en todos los sistemas industriales actuales la intervención del Estado es muy superior a la que sería imprescindible para garantizar la seguridad frente a la delincuencia y las agresiones externas. Pero en todo caso, es evidente que la ideología socialista, en la medida en que defiende una mayor o menor limitación del mercado, tiende más al modelo militar que al industrial. Un socialista cree que los funcionarios saben mejor que los individuos lo que les conviene, de ahí que sea partidario de unos impuestos altos, a fin de poder decidir por los ciudadanos el uso que hacen de buena parte de sus ingresos.

Ahora bien, nótese -y esto es crucial- que un socialista no deja de serlo, ni lo es en menor grado, porque coyunturalmente considere que es conveniente una cierta disminución del gasto público o incluso una cierta liberalización de la economía. Todos los sistemas socialistas han tenido sus períodos de liberalización, empezando por el que implantó en su día, por breve tiempo, el propio Lenin y terminando por la China actual, sometida al partido político más poderoso del mundo. Pero porque el amo afloje temporalmente las cadenas del esclavo, o suavice sus condiciones de vida a fin de que rinda mejor, no deja éste de ser un esclavo. Lo que caracteriza a los sistemas socialistas es que, en cualquier momento, el gobierno puede decretar el fin del "período especial". Un socialista decide hoy bajar los impuestos, o incluso eliminar algunos. ¿Y qué? Mañana se le antojará subirlos, o inventar alguno nuevo. Bajo el socialismo la seguridad jurídica es una quimera, hay que estar a lo que el jefe ordene, según le convenga. Cuando toca decir que bajar los impuestos es de izquierdas, se dice. Otro día tocará decir que hay que subirlos, para tener "unos servicios públicos de primera" y para "homologarnos con Europa", o cualquier falacia por el estilo, no importa. La cuestión se reduce a tener los suficientes seguidores que aplaudan lo que digan los amos. En definitiva, que se sepa quién manda.

Zapatero en esto es un socialista de manual. Disfruta cambiando de idea para desorientar a todo el mundo, y poner en evidencia a sus más próximos, obligados a rectificar a un ritmo endiablado, impasible el ademán. Se trata del viejo método de selección de los más fieles; sólo sobrevive quien comprende que la única norma es lo que diga el jefe, y en caso de contradicción, lo más reciente que haya salido de sus labios. ¿Falta de ideología? Yo más bien diría que no hay mejor modo de poner en práctica la ideología socialista.