La ONG Survival International ha publicado un informe titulado "El progreso puede matar". En él se denuncia el grave deterioro de la salud física y psíquica que sufren los pueblos indígenas de todos los rincones del planeta al entrar en contacto con la civilización occidental. Las causas principales que apunta la organización son el contagio de enfermedades, la usurpación de sus tierras y la desintegración de las estructuras y las tradiciones tribales.
Todo esto es absolutamente cierto, pero en el informe se deslizan también ciertos prejuicios ideológicos que conviene poner al descubierto.
El primero, como no podía ser menos, es el prejuicio contra el mercado. En la primera página se cita un estudio según el cual los grupos de maasai que han escapado a la colonización y que han "evitado en gran parte la economía de mercado" alcanzan niveles mensurables de felicidad comparables a los 400 estadounidenses más ricos de la lista Forbes. Más adelante (pág. 14) se hace una observación similar sobre dos grupos indígenas indonesios. Los que se han mantenido "en gran parte independientes del gobierno y de la mayoritaria economía de mercado" disfrutan -se nos dice- de niveles de bienestar físico y mental superiores a los que se han mostrado más permeables a las influencias foráneas.
Estas afirmaciones son un ejemplo nítido de la falacia de amalgamiento. A los atropellos que sufren los pueblos indígenas de todo el mundo a manos de los gobiernos (violación de sus derechos de propiedad de la tierra, deportaciones, secuestro de los hijos, etc) se añade gratuitamente la economía de mercado, para de esta forma hacerla también responsable de las desdichas que aquejan a estas sociedades, cuando el mercado es por definición la ausencia de coacción en los tratos entre individuos.
Sin la connivencia de estructuras políticas corruptas, las grandes multinacionales que invaden las tierras indígenas para explotar sus recursos naturales no podrían actuar impunemente. Culpar al mercado de las prácticas de compañías que precisamente lo que hacen es eludir el mercado recurriendo a coacciones amparadas por funcionarios, es sencillamente un contrasentido.
El segundo prejuicio que late en el informe es conocido como el mito del Buen Salvaje. Los autores describen correctamente las consecuencias perniciosas de la destrucción de los vínculos tribales, la pérdida del respeto a los ancianos y el olvido de las tradiciones culturales. Los individuos desconectados de su tradición se convierten en seres desorientados y dependientes de las "ayudas" estatales, es decir, pierden su libertad e incluso las ganas de vivir.
Pero a partir de ahí pasan a pintarnos un cuadro poco menos que idílico de la culturas indígenas, en las cuales, hasta la llegada del malvado hombre blanco, apenas se conocería la enfermedad, la infelicidad o la injusticia. Ante la previsible incredulidad del lector, los autores se limitan a señalar que la esperanza de vida y la mortalidad infantil de estas poblaciones son a fin de cuentas comparables a las que existían en Europa "hace algunos siglos". Claro, total ¿qué son unos cuantos siglos más o menos?
Nadie mínimamente informado cree aún en los paradisiacos samoanos que retrató la antropóloga Margaret Mead en estudios cuyas dotes imaginativas eclipsaban gran parte del valor científico que pudieran tener. Bueno, nadie, excepto los profesionales en explotar la mala conciencia occidental. Nótese que el término "indígena" por sí solo no deja de ser un eufemismo políticamente correcto con el cual se eluden términos como "salvajes", "primitivos", etc. En efecto, etimológicamente, indígena podría ser calificado cualquier pueblo, sea cual sea su grado de desarrollo, que lleve residiendo en el mismo territorio un número determinado de generaciones. Pero hablar de que unos pueblos puedan estar más atrasados que otros es considerado "racista" por Survival International.
La función de esta negación del concepto de progreso es patente. Se trata primero de ignorar o relativizar cualquier desigualdad material entre la civilización occidental y las culturas primitivas (perdón, indígenas), para a continuación mostrarnos a estas últimas como más puras y nobles que no la pérfida cultura capitalista de Occidente. Friedrich Engels, el compadre de Karl Marx, ya apuntó esta línea argumental en su conocida obra El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, en la cual describía la sociedad primitiva como una forma de comunismo, y especulaba con la idea de que la civilización (basada en la propiedad privada y el Estado) era un breve paréntesis de la evolución humana que no tardaría en ser superado dialécticamente por una vuelta al comunismo, aunque en una forma históricamente mucho más avanzada.
Pese a que la obra de Engels (inspirada en los trabajos del antropólogo L. H. Morgan sobre las tribus iroquesas) está hoy en día muy superada, en un cierto sentido encierra una importante verdad, y es que involuntariamente desvela el carácter profundamente atávico, de nostalgia inconsciente de una mítica Edad Dorada, que late en las aspiraciones comunistas y colectivistas en general.
El multiculturalismo que hoy domina en la izquierda y en buena parte de los movimientos asociativos como Survival, se relaciona estrechamente con este tipo de discurso. La mitificación de los pueblos primitivos es una forma de condenar nuestra civilización por contraste, como ya hiciera en el siglo XVIII Rousseau, dando origen a muchas de las fantasías románticas posteriores contra la sociedad industrial.
Ello no significa que los indígenas de todos los rincones del globo no hayan sufrido efectivamente las injusticias y abusos flagrantes que con toda razón se denuncian en el citado informe. Pero lo que me parece más cuestionable es que la forma de ayudarles sea tratar de preservar sus culturas como en un museo. El progreso, como afirma Survival, puede matar, no lo niego, pero la solución no es fingir que el progreso no existe, poner la medicina occidental al mismo nivel que el curanderismo ni tratar de aislarse de la economía de mercado.
Un yanomami, citado en el informe, asegura que "nosotros no necesitamos dinero o posesiones. Lo que nosotros necesitamos es respeto: respeto por nuestra cultura y respeto por nuestros derechos territoriales." Conmovedor, pero esos derechos territoriales de que habla (y que hace bien en defender) no son más que otra forma de denominar un tipo de "posesiones". Y si se cierran al uso del dinero, es decir, al comercio con el resto del mundo, su cultura inevitablemente languidecerá y se extinguirá. Decir que no se necesita dinero ni posesiones es una soberana tontería romántica, que seguramente los occidentales contribuyen a poner en su boca. Y lo mismo cabe decir del discurso revanchista instrumentalizado por el populismo sudamericano. Creo que no sería mucho pedir que organizaciones como Survival -que a diferencia de otras, sí es una verdadera ONG, pues no recibe subvenciones gubernamentales- fuesen más cautas antes de hacerse eco de los tópicos del progresismo biempensante al uso.