Ser de izquierdas es la forma socialmente aceptada de ser antiliberal. Con un par de ejemplos se me entenderá rápidamente. Si alguien dijera que apoya la dictadura castrista, que está a favor del sistema de partido único, de la represión política, del desastre de la economía cubana -naturalmente generaría rechazo. Pero si alguien condena el embargo de Estados Unidos, elogia los sistemas educativo y sanitario de la isla caribeña y se refiere con desprecio al exilio cubano en Florida, se le considera una persona "progresista", es decir, moralmente digna de admiración.
O supongamos que alguien dijera que no podemos confiar en la libre iniciativa individual, que el Estado debe limitar la libertad económica de los ciudadanos, poniendo trabas al comercio de determinados productos con el extranjero, dificultando con todo tipo de normativas y trámites la creación de un negocio, decidiendo por nosotros las condiciones laborales que podemos aceptar y la parte de nuestro salario que debemos destinar a la jubilación etc. Formulada de este modo, sin tapujos, no parece que sea una posición extraordinariamente defendible. ¿No es siempre preferible tener libertad a no tenerla? Pero el "progresista" no se expresará de manera tan directa. Nos hablará del capitalismo salvaje, de la protección de los trabajadores, la redistribución de la riqueza etc, lo cual ya suena mucho mejor a los desprevenidos oídos de la mayoría de la gente.
En definitiva, la izquierda se caracteriza por su habilidad para hacer emocionalmente aceptables mayores dosis de coacción estatal. Pero no debemos perder de vista la razón de su éxito: Que al contrario de lo que una consideración superficial llevaría a pensar, mucha gente, quizá la mayoría, no ama realmente la libertad, sino que está dispuesta a sacrificarla en aras de obtener una cierta sensación de seguridad, por precaria o ilusoria que sea. Esto es tan viejo como la humanidad, y los déspotas de todos los tiempos se han aprovechado de esa debilidad universal. Del mismo modo, no por comúnmente creída -y difundida por los interesados- deja de ser esencialmente falsa la idea de que los intelectuales son los principales apologistas de la libertad. Todo lo contrario; desde Platón al menos sabemos en qué medida se han sentido atraídos por el poder. Jean-François Revel se preguntaba "si lo que más les gusta en el fondo a una cantidad bastante grande de intelectuales no es la esclavitud". Una esclavitud dorada y confortablemente subvencionada, por supuesto.
La izquierda es, pues, el discurso mediante el cual el poder se legitima. Cumple exactamente la misma función que la religión ha desempeñado en épocas pasadas, pero de manera mucho más eficaz. La mayor prueba de que esto es así es que, instintivamente, cuando la derecha política se impacienta por alcanzar el poder, no falla: se aproxima a la retórica "progresista".
Por qué la gente es de izquierdas: Quizá sea una pregunta equivocada, como lo es por qué existe la pobreza (es más instructivo indagar por qué existe la riqueza). Por qué hay liberales en un mundo en el que la inmensa mayoría que no disfruta del poder, espera al menos beneficiarse de algún privilegio ("derechos", los llaman) otorgado o bendecido por él. Este es el verdadero enigma.