jueves, 10 de abril de 2008

Por qué soy de derechas

Cuatro son las razones que me llevan a identificarme con la derecha. Las dos primeras quizás parezcan triviales, y las dos últimas me temo que le resultarán demasiado cínicas a más de un alma bella.

Por una parte, me considero de derechas por mi visión de las cosas, que podría sintetizarse en dos ideas básicas:

(1) Porque soy liberal, y eso implica entre otras cosas estar a favor del sistema capitalista, es decir, de un mercado libre de las intromisiones del poder político.

Por supuesto, en buena parte de la derecha también se ha dado históricamente un intervencionismo rampante, pero probad decirle a la mayoría de la gente que sois partidarios del capitalismo y que no sois de derechas, a ver qué os contestan.

(2) Porque creo que la libertad arraiga mejor allí donde se respetan los principios morales tradicionales, es decir, allí donde no es el Estado quien dictamina lo que está bien y lo que está mal, y que no es accidental que el liberalismo deba tanto al concepto judeocristiano de persona.

Pero por otra parte –que quizá sea más importante, como se verá– me proclamo de derechas por una razón política que enlaza con lo que acabo de decir en el segundo párrafo de (1), y que explico a continuación.


(3) Porque si niegas ser de derechas, lo que pensará todo el mundo es que lo eres. Entonces ¿para qué negarlo? ¿Se imagina alguien a Zapatero negando ser de derechas? En cambio, me temo que no sería difícil imaginarnos a Rajoy. Por eso mismo, la izquierda se complace una y otra vez en recordarle su nombre a la derecha, sabiendo que ésta responderá negándolo despavorida (o matizándolo, que no sé qué es peor) y por tanto abonando estúpidamente la opinión de que se trata de algo vergonzoso o cuando menos que debe ser atenuado o disimulado. Un progre como George Lakoff lo tiene perfectamente claro, cuando propone a sus alumnos el ejercicio que da título a su conocido libro, que he comentado hace poco, No pienses en un elefante. Basta que te lo propongas, para que no puedas evitarlo. Por eso cuando Nixon apareció en televisión, durante el caso Watergate, diciendo I’m not a crook, consiguió exactamente el efecto contrario al que pretendía, que todo el mundo pensara que lo era. Negar es evocar aquello que se niega. Por tanto, políticamente es un error. Y el discurso de que izquierda y derecha son conceptos “superados” (que significativamente es tan raro escuchar a la izquierda) es otra variante del mismo error, INCLUSO AUNQUE SEA VERDAD. A ver si lo entendemos de una vez, santo Dios.

(4) Porque, y esto deriva de lo anterior, pero conviene destacarlo todo lo posible, si nos proclamamos orgullosamente de derechas, desactivaremos la principal arma que tiene la izquierda antiliberal y relativista, que es precisamente abortar todo amago de debate intelectual echando mano del término derecha como si fuera un espantajo con el cual sus adversarios ya se ponen a temblar. “Pues sí, soy de derechas. Y ahora, si quieres, hablamos acerca de las diferencias entre socialismo y liberalismo.”

El día que aparezca un político capaz de dar esta respuesta a sus oponentes, será el principio del fin del imperio cultural de la izquierda. Que sí, que derecha e izquierda son conceptos demasiado imprecisos, excesivamente lastrados por connotaciones caducas. Todo eso es cierto, pero también es indiscutible la vigencia de su operatividad emocional. Y ante ello, algo hay que hacer.

Podemos empeñarnos en disquisiciones semánticas acerca del centro o del centroderecha, que no cambiarán para nada los usos lingüísticos establecidos, sino al contrario, los reforzarán, porque al vulgo le suenan a meras justificaciones, a peticiones de perdón por existir. Y la debilidad siempre inspira desprecio entre las masas.

O bien podemos intentar actuar sobre dichos usos, tomando la ofensiva dialéctica, asumiendo quienes somos antes de que nos lo lancen a la cara como si fuera una acusación. No creo que sea tan complicado.