Por lo visto había un debate
entre el feminismo diferencialista (FD) y el feminismo universalista (FU), y yo
sin enterarme. El primero incide en las diferencias entre hombres y mujeres, y
propugna feminizar el mundo, o al menos que exista un equilibrio justo entre la
mitad femenina de la humanidad y la otra mitad. El segundo niega esas
diferencias entre sexos, niega que exista el instinto maternal, en el más
amplio sentido de la palabra: algo así como una forma de hacer típicamente
femenina más dialogante y empática. El FD es partidario de los métodos
naturales de crianza, de la lactancia materna, del contacto prolongado de la
madre con el hijo. El FU, por el contrario, ve en el biberón un gran liberador
de la mujer, pues lo mismo puede darlo el padre que la madre. Y es partidario
decidido de los anticonceptivos, de la anestesia en el parto y del aborto. Es
decir, de todo lo que anula o neutraliza, hasta cierto punto, las diferencias
biológicas entre mujeres y hombres. Para el FU, “el separatismo entre sexos tiene que terminar, o la paz entre hombres y mujeres nunca llegará” (Élisabeth
Badinter). Es decir, que hay una guerra entre los sexos (y yo con estos pelos)
que sólo terminará cuando las diferencias entre ellas y ellos sean puramente
anatómicas; o cuando ni siquiera queden estas, si confiamos en el avance
imparable de la biotecnología.
En un artículo en El Mundo, Berta González se muestra
partidaria de la Badinter y califica de “feminismo machista” al FD, lo que
viene a colación del comentario de una representante política malagueña, acerca
de la conducta de algunas jóvenes, en uno de esos festejos estivales típicos de
nuestro país. Sí, seguro que se habrán enterado: aquello tan edificante de las
chicas que van durante las fiestas con las bragas en la mano para secarlas. El
caso es que no tardaron otros políticos en rasgarse un poquito las vestiduras
por una supuesta ofensa a la dignidad de la mujer. Muy atinadamente, Berta
González se queja de este victimismo que trata de hiperproteger a las mujeres
como si fueran menores de edad, y observa que las primeras en sabotear su
propia dignidad son esas aludidas que van lo suficientemente borrachas para perder
la más elemental noción del pudor. Pero Berta se equivoca cuando apunta al
sujeto de su crítica. No es principalmente el feminismo diferencialista el que
ve agravios y opresión del patriarcado por doquier. Es el feminismo en su
conjunto. Culpar al “feminismo machista” (o sea, al machismo, después de todo)
de que muchas mujeres hayan caído en la trampa de sentirse antes que nada
víctimas me parece tan retorcido como aquello tan viejo de llamar “capitalismo
de Estado” al comunismo soviético, para así poder culpar nuevamente de todos
los males al capitalismo, dejando a los “verdaderos” comunistas como santos
varones que jamás han fusilado a nadie y ni siquiera han roto un plato.
Es verdad que el feminismo no
fusila, pero sí que promueve el aborto, que es una práctica mucho más brutal
que el fusilamiento. (En internet hay cumplida información sobre los métodos
empleados por algunos matarifes, que se hacen llamar médicos, para acabar con
la vida de seres humanos en el útero materno. Les advierto que no es para
estómagos delicados.) Por supuesto, habrá feministas (tanto hombres como mujeres) contrarios al aborto, pero
casi nadie, salvo ellos mismos, los consideraría feministas. No sé si el
feminismo diferencialista tiene su propia posición en este tema, pero en
general no me parece ni más ni menos victimista y paranoico que el
universalista. Quizás sólo un poco más realista, pero eso no compensa su error
de partida; sólo lo enmascara.
A mí el biberón no me parece una
conquista de la mujer, pero sí un gran invento del género humano, que además
nunca ha sido incompatible con la lactancia materna. Creo que hay excesivos
histerismo y charlatanería sobre los métodos naturales de crianza, o más bien
sobre los métodos supuestamente naturales aplicados a cualquier cosa. Aquí,
algo de razón le daría a la señora Badinter. En cambio, está en lo cierto el FD
cuando reconoce la existencia de diferencias genéticas (y no meramente
culturales) entre las psicologías femenina y la masculina. Pero ambas variantes
del feminismo sostienen lo mismo, que las mujeres necesitan ser liberadas,
salvadas colectivamente. Uno es de los que piensan que, en todo caso, si algo
nos libera es salirnos del colectivo, del rebaño. Quizá por eso no soy
feminista de ninguna clase.