La administración Obama manifiesta su obsesión intervencionista en dos grandes líneas de acción: la sanidad y el cambio climático. Tras los clamorosos fracasos registrados en la primera, ahora pretende dar un nuevo impulso a la segunda, recurriendo al asesor de la Casa Blanca John Holdren, un demente totalitario que en los años 70, junto a Paul R. Ehrlich, ya profetizó que Estados Unidos se enfrentaba a un grave problema de superpoblación, para lo cual recomendaba abortos y esterilizaciones forzosos.
El diseño de la recepción en los medios del informe de Holdren es digno de ser incluido en cualquier antología de la propaganda. Se trata de redactados en los cuales se mezclan sin escrúpulos una única verdad (que la temperatura ha aumentado un grado desde que hay registros, hace más de un siglo) con explicaciones hipotéticas de fenómenos meteorológicos extremos (tornados, olas de calor, inundaciones, etc., que siempre han existido) y predicciones lo suficientemente imprecisas para que sea muy difícil contrastar su acierto antes de que nos hayamos olvidado del tema, dentro un par de décadas, como sucedió con la charlatanería acerca de la superpoblación.
La táctica es amalgamarlo todo, a fin de producir un efecto acumulativo, transmitiendo la falsa impresión de que existe una abrumadora cantidad de indicios. En realidad, lo único innegable es el incremento de temperaturas que muestran los registros a lo largo del siglo pasado. Un incremento que en el actual no se ha verificado; aunque este detalle, por supuesto, los profetas del clima se cuidan mucho de mencionarlo ante el gran público.
Lo demás son, estrictamente, suposiciones a partir de los datos registrales: que las catástrofes meteorológicas son consecuencia del calentamiento global y que este se mantendrá en el futuro, a un ritmo similar al del último tercio del siglo XX.
Así, por ejemplo, Telecino titula: "El cambio climático ya es una realidad". ¿Las pruebas? "Devastadores tornados, inundaciones que lo anegan todo, olas gigantes… Son algunos de los signos..." Esto es como si acusamos a Fulano de asesinato, y como "prueba" aducimos triunfalmente que hemos encontrado el cadáver de Mengano, aunque no sabemos la causa de su muerte ni qué relación exacta tiene con el sospechoso.
Para adornar el relato, estos "impactos" (el término ya es tendencioso, pues presupone que se trata de efectos de una causa conocida) se traducen en un aumento de las alergias, cosa que se presta fácilmente a cierto fatalismo popular, siempre dispuesto a dar por sentado que cada vez hay más alergias, más cáncer, más contaminación y más hambre en el mundo.
El carácter burdo de la manipulación es patente en este otro párrafo de un digital meteorológico:
"Otros impactos del cambio climático también se dejan notar en el incremento de los riesgos de transmisiones de enfermedades, en la calidad del aire y en un posible incremento de problemas de salud mental, según el informe."
Si hubiese un incremento comprobado de transmisión de enfermedades, aún quedaría por probar que es debido, indirectamente, al aumento de emisiones de gases de efecto invernadero. Pero el texto ni siquiera habla de esto, sino de "riesgos de transmisiones de enfermedades". Y un riesgo no puede observarse, salvo que nos estemos refiriendo a las condiciones que lo crean. Lo mismo puede decirse del "posible incremento de enfermedades mentales". Si hablamos de riesgos y de posibilidades, carece de sentido decir que "se dejan notar", salvo que pretendamos hacer pasar subliminalmente por hechos observacionales lo que no son más que deducciones de una hipótesis de la que todavía no hemos empezado por aportar ni una sola prueba.
Por lo demás, la predicción de un aumento de enfermedades mentales, en medio de este panorama apocalíptico que tratan de vendernos, tiene algo de cómica proyección del problema que quizá aqueja al "Zar científico de Obama", como dicen los americanos, refiriéndose a Holdren.
Toda esta charlatanería seudocientífica, acompañada de imágenes de inundaciones, incendios y campos agrietados por la sequía, consigue el efecto buscado de que quienes osamos cuestionar la endeblez de la hipótesis antropogénica del cambio climático aparezcamos como unos monstruos insensibles, incapaces de conmovernos ante el drama de millones de seres humanos amenazados por el hambre y obligados a emigrar masivamente a otras latitudes. Es decir, como "negacionistas" comparables a los chiflados que niegan la existencia de las cámaras de gas nazis.
En realidad, los verdaderos negacionistas son quienes cierran los ojos ante las terribles consecuencias que tendrían, para millones de habitantes de los países más pobres, que les obligáramos a reducir sus emisiones industriales.
Negacionistas son los majaras que se niegan a vacunar a sus hijos porque dicen que las vacunas producen autismo, con lo cual están favoreciendo la reaparición de enfermedades infecciosas que habían sido prácticamente erradicadas.
Negacionistas son quienes se oponen a los cultivos transgénicos, condenando al hambre a millones de seres humanos, que dependen de una agricultura mucho más eficaz.
Negacionistas son quienes se oponen a la fracturación hidráulica y a la energía nuclear, porque creen que podemos incrementar los costes de la energía y reducir el crecimiento económico mundial sin que aumente la miseria en el mundo.
Y por encima de todo, negacionistas (negadores de la vida) son quienes defienden que hay que reducir la natalidad, y que la total despenalización del aborto es una victoria del "progreso".
Son gente peligrosa, que debería estar alejada a más de un kilómetro de cualquier cargo público. Son la clase de gente de la cual gusta de rodearse Obama, el presidente de los Estados Unidos más nefasto que ha habido en mucho tiempo.