¿Puede un profesor de Física Aplicada decir soberanas tonterías, incluso hablando de temas de su especialidad? No solo puede, sino que tenemos un ejemplo bien conocido en el calentólogo de guardia de El Mundo, Antonio Ruiz de Elvira. En la edición impresa del domingo se puede leer un breve artículo suyo titulado pomposamente "Camino del precipicio", al pie de un reportaje sobre el fracaso de la cumbre del clima en Durban. Personalmente, me alegro de que fracasen esta y cuantas cumbres se hagan sobre el cambio climático. Señal de que los políticos lo tendrán un poco más complicado para meternos la mano en los bolsillos e inmiscuirse en nuestras vidas. Pero vayamos al texto de Ruiz de Elvira, un modelo de ineptitud literaria y conceptual.
Desde el principio mezcla dos cosas distintas. Una es la teoría del cambio climático antropogénico, que sostiene con un dogmatismo cerril: "La subida actual de temperatura se debe, en exclusiva, al aumento de (...) CO2". (Las cursivas son mías.) No es que este hombre no pueda dudar ni por un instante sobre la correlación entre crecimiento del CO2 y la temperatura, es que niega a priori cualquier otro factor posible. ¿Esto es ciencia o superstición?
La otra es la monserga del derroche de los recursos. Nos recuerda que los combustibles fósiles "son los ahorros del planeta". Muy bien, pero ¿el problema no se halla en el acto de quemar compuestos de carbono? Según su teoría, debería ser una bendición que el petróleo se acabase, porque así se terminaría una de las fuentes principales de emisión de gases de efecto invernadero. Pero para su cuento de terror ("¡arrepentíos, pecadores, el fin del mundo se acerca!") todo alimenta.
Lo que ya es de risa es que atribuya este impulso derrochador de la especie humana a "la leyenda levantina del Paraíso, de la ilusión de que se puede vivir sin asumir responsabilidades." Qué fino pensador. Ahora la culpa de que, supuestamente, dilapidemos los recursos naturales cabe atribuirla al relato del Jardín del Edén, que como todo el mundo sabe, nos lleva a llenar compulsivamente el depósito de gasolina. Es leer la Biblia por la mañana, y ¡hala, a la gasolinera! Más allá de la estupidez que representa proferir semejante cosa, creo adivinar una pretensión sutil de culpar al cristianismo -para variar- de todos los males, como se estila en cualquier divulgador científico o cientificucho que se precie.
Por lo demás, se empeña Ruiz de Elvira en convertir un incremento de 0,7º más o menos demostrado en los últimos cien años, en una subida de 2 grados para la semana que viene, prácticamente. Lo cual no es más que un pronóstico harto dudoso. Pero ¿y el partido que se le puede sacar? "Huracanes, tifones, inundaciones, sequías, oleaje extremo [?] y destrucción de las costas". Todo esto, al mismo tiempo, nos asegura que será la consecuencia de un aumento de dos grados, que compara falazmente con una subida de temperatura equivalente del cuerpo humano, que evidentemente significaría fiebre de 38º. Todo lucubraciones gratuitas para asustar a los contribuyentes y a las empresas, a fin de que suelten la pasta, claro.
Claro que reconoce que a fin de cuentas, a la naturaleza no le pasa nada porque suba la temperatura un par de grados. El perjudicado es el hombre, que se ve obligado a traumáticas migraciones para adaptarse a los cambios climáticos, "como hacen las hormigas". Ahí le sale la vena a lo Paul Ehrlich, el majadero que lleva pronosticando la catástrofe demográfica desde hace décadas, catástrofe que como el fin del mundo en ciertas sectas, siempre se ve obligado a aplazar, porque no se produce. A todos estos totalitarios de bata blanca les encanta compararnos con los insectos. Ello les ayuda a justificar sus apologías de una organización política centralizada de la sociedad, en la cual imaginan tener un papel privilegiado. Cuando uno adopta esa perspectiva, la individualidad deja de percibirse, salvo como un prejuicio burgués que ha de ser sacrificado en aras de la supervivencia. Por el contrario, yo opino que si queremos que nuestra civilización sobreviva, una de las primeras cosas pasa por reírnos en la cara de personajes tan siniestros, sin compasión.