domingo, 27 de febrero de 2011

El gobierno prohíbe las medianas de cerveza

Otra prohibición más, a estas alturas, ya no puede sorprendernos. Ni tampoco los pretextos sanitarios de Leire Pajín, con sus consideraciones semianalfabetas sobre los índices de alcoholismo, cirrosis hepática y barriga cervecera. ¿No estuvieron a punto de criminalizar el consumo del vino, con una etiqueta disuasiva? ¡En el país de los Rioja, Ribera de Duero, Priorato! (Los franceses todavía se lamentan de que la medida no prosperase.)

El contenido de la medida en sí, como ya he dicho recientemente, es lo de menos. A mí, como me sucede con la ley antitabaco, me afecta poco. En casa siempre tengo un pack o dos de los de media docena de quintos y fuera, la verdad es que bebo poco, y me decanto generalmente por la cerveza de barril. Podrían perfectamente haber optado por prohibir los quintos, en lugar de las medianas, con justificaciones sobre el ahorro del vidrio (ahora se consumirá más por la misma cantidad de cerveza). Pero ya digo, el contenido de la prohibición no es lo importante. Lo que les apasiona a esta panda de indocumentados con ínfulas de Soviet Supremo es mandar, meterse en nuestras vidas. ¡Y cómo disfrutan con los debates que generan! Se regocijan con el juego de opiniones contrapuestas de editorialistas y columnistas, con que no hagamos otra cosa que hablar de ellos.

Lo que sí me sigue desconcertando (aunque tampoco demasiado, no crean) es que, pese a todo, todavía encuentren tantos defensores. Estoy esperando a ver el reportaje de mañana de El País sobre los costes económicos de las enfermedades asociadas al alcohol, con recuadros dedicados a resumir dramáticas historias personales de vidas rotas por esta droga legal. Por supuesto, no faltará en el mismo periódico la columna de algún "friki anarcoide" (Blanco dixit) cagándose en todo el consejo de ministros, que nunca está de más poner una vela a Dios, por si acaso. Y tampoco me extrañaría algún editorial criticando al gobierno por la timorata insuficiencia de la medida.

Por supuesto, debemos organizarnos resueltamente contra esta enésima prohibición, no importa si es más o menos grave, si es o no la puntilla para el sector de la hostelería. Ni siquiera importa si he echado mano de una "mentira factual para decir una verdad moral", según las ilimitadas posibilidades de manipulación que nos ha descubierto (al menos, a los que no somos de izquierdas) la doctrina de Javier Cercas. Si los habitantes católicos de Cloppenburg (región de Münster), en los años treinta, fueron capaces de hacer rectificar a los propios nazis la ordenanza que imponía retirar los crucifijos de los colegios*, los españoles de 2011 no vamos a ser menos. Claro que los socialistas jamás llegarían a los extremos del nacional-socialismo.
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*Stefania Falasca, Un obispo contra Hitler, Ed. Palabra, Madrid, 2008, pag. 130, nota 8.