Juan Ramón Rallo, en su artículo Liberalismo contra conservadurismo: réplica a Pío Moa y Carlos López, ha expresado ciertas críticas a mi anterior entrada, críticas que por supuesto agradezco, aunque no me hayan convencido. Creo que mi artículo es lo suficientemente claro, así que no voy a entrar en una discusión pormenorizada de todas las afirmaciones de Rallo que a mi entender son erróneas, o desfiguran mis argumentos, máxime cuando él mismo ha renunciado a seguir contestando a las contrarréplicas. (¡No se lo echaré en cara si luego se desdice y sigue debatiendo!) Pero sí comentaré un párrafo que considero crucial, y que me permite aclarar mejor mi idea fundamental. Es el siguiente:
"No creo que nadie razonable y que acepte la igualdad moral entre las personas defienda la necesidad de imponerle por la fuerza unas creencias religiosas determinadas a otras personas sin creencias religiosas o con unas creencias religiosas diferentes. Por tanto, fundamentar el derecho humano en la religión es controvertido: no porque el derecho no pueda fundamentarse en la religión, sino porque no debe fundamentarse sólo en la religión (la justicia ha de ser objeto de lo que Rawls llamaba un “consenso entrecruzado amplio”, defendible desde concepciones filosóficas muy heterogéneas)."
En mi artículo, yo sostenía que tan fundamentalista me parece quien afirma que la vida es sagrada (como argumento básico contra la eutanasia) como quien afirma que no lo es, o pretende que vivamos como si no lo fuera. La réplica de Rallo es que quien quiere prohibir la eutanasia impone sus creencias incluso a quien no las comparte, mientras que quien desea legalizarla, no las impone a los demás.
Lo que yo sostengo es que el segundo... también las impone, incluso en una legislación exquisita con el derecho de objeción de conciencia (cosa que no siempre se cumple). Y me las impone, porque yo no afirmo simplemente que no quiero practicar una eutanasia o un aborto, sino que no debo mantenerme indiferente ante esas prácticas. Esto justifica desde el activismo político pacífico (por ejemplo, manifestándome frente a clínicas abortistas) hasta votar a partidos que en su programa incluyan la prohibición de la eutanasia y el aborto.
La contrarréplica a lo anterior de los "liberales integrales" como Rallo es que entonces debo estar dispuesto a admitir que otras concepciones morales extravagantes me puedan ser impuestas a mí. Y mi respuesta es que, en efecto, no lo puedo evitar. Lo que yo niego precisamente es que exista el "consenso entrecruzado amplio" rawlsiano. No hay un terreno común en el que podamos ponernos de acuerdo todos. Sí hay terrenos preferibles a otros (por ejemplo, yo prefiero la actual democracia liberal a cualquier otro sistema), pero eso no significa que se haya logrado que nos pongamos de acuerdo todos en todos los temas esenciales. Al menos, es evidente que esto no ha sucedido nunca.
Tal situación no significa que no sea posible el diálogo entre las distintas concepciones. Hay ciertos principios (verdaderos o falsos) que no son formalmente demostrables, y ante los cuales no existe neutralidad posible. Pero existe un amplísimo campo de debate sobre las consecuencias de estos principios, que permite mostrar posibles incoherencias o incluso iluminarlos hasta el punto de que algunas personas reconsideren si desean seguir manteniéndolos. (Yo mismo abandoné mi agnosticismo, no por una experiencia religiosa desencadenante, sino por un proceso en principio intelectual.)
Así por ejemplo, Rallo afirma que yo incurro en incoherencia cuando me opongo a la legalización de la eutanasia, pero no del suicidio o incluso de conductas de riesgo, basándome en el carácter sacro de la vida. Esto sería cierto si yo sólo sostuviera este principio. Pero en mi opinión, tanto la vida como la libertad son condiciones sine qua non para alcanzar los fines propios de la criatura humana, por lo que no creo pecar de incoherencia. En cambio, Rallo sí parece creer en un solo principio (la libertad) pues, si no le malentiendo, considera valiosa la vida sólo porque permite realizar proyectos vitales elegidos libremente, y no en sí misma. Sospecho que esta concepción tiene su origen en un cierto nominalismo antiesencialista; pero aquí lo dejaremos, por ahora.