Los dirigentes de Podemos practican un modo de argumentar que elude el debate sobre lo esencial, esto es, si las medidas de tipo socialista (nacionalizaciones, impuestos confiscatorios a los ricos, gasto público, etc.) funcionan mejor que las de tipo liberal (privatizaciones, reducción de impuestos, austeridad presupuestaria). Y algo no menos importante: si pueden aplicarse sin conculcar los derechos humanos básicos, como el de propiedad y otros. La primera razón por la que, en general, eluden el debate académico sobre sus propuestas (ellos, que tanto gustan de recordar que son profesores) es evidente: no les hace ninguna falta, porque intuitivamente una gran mayoría de españoles sigue creyendo que "el liberalismo es pecado", aunque seguramente por motivos distintos a los de Juan Manuel de Prada. (Incidentalmente, esto explica también por qué, aparte motivos de medro personal, tantos falangistas se reconvirtieron en progresistas sin despeinarse.) La segunda razón es que tampoco les conviene, porque debatir sobre el socialismo supondría aceptar, implícitamente, que no es un dogma de fe, que existen argumentos a favor y en contra.
En lugar de tratar de argumentar sus propuestas, Podemos utiliza básicamente las siguientes tácticas retóricas:
1) La descalificación. Cualquiera que discrepe de Podemos será tachado de "casta", a veces también de "neoliberal" (que en los ambientes es un insulto terrible). Juan Carlos Monedero es además un virtuoso en el recurso de achacar a su adversario errores elementales, a fin de sembrar dudas sobre su solvencia intelectual; en contraste, no hay que decirlo, con su currículo supuestamente apabullante.
2) Cambiar de tema. En esto, tanto Iglesias como Monedero son consumados maestros. Ante cualquier argumento en contra, ellos vuelven siempre a lo suyo, a la denuncia de la corrupción y de la situación de las personas que atraviesan mayores dificultades. Con ello, además de conseguir esquivar cualquier crítica a sus propuestas, consiguen más minutos de televisión hablando de lo que les beneficia (que es enardecer a la gente aún más de lo que está) y además de algún modo tratan de monopolizar esa denuncia, sugiriendo que a sus interlocutores no les preocupan tanto los desahucios ni la pobreza como a ellos.
3) Ridiculizar las acusaciones que les relacionan con el chavismo. Aunque esto puede considerarse como una variante del punto 1, es de suma importancia. Pues lo que resulta crucial, tratándose de Podemos, es que sus dirigentes son una élite de tipo leninista, entrenada en Venezuela en las técnicas para la toma revolucionaria del poder, aprovechando las facilidades que les ofrece la democracia. Y este es su punto electoralmente más débil, en la medida en que se conozca suficientemente. Para contrarrestarlo, intentan adoptar una apariencia de socialdemócratas escandinavos y, sobre todo, se burlan de quienes, según ellos, sacan a pasear el fantasma de Chávez.
Unas notas rápidas de cómo hay que argumentar con Podemos.
1) Hay que señalar y denunciar sus inconsecuencias personales, los casos de corrupción y de conducta poco ética en los que están mezclados. Pero debe hacerse como de pasada, sin pretender que el debate gire únicamente en torno a un tema en el que ellos tienen más que ganar. La gente está harta, con razón, del "y tú más" o el "y tú lo mismo", como principal argumento empleado cuando se habla de la corrupción.
2) Llevarles al terreno del debate entre socialismo y liberalismo, recordando la experiencia de Venezuela y otros países que aplican medidas socialistas, con resultados conocidos. No hay que caer en un error recurrente, consistente en decir "yo comparto vuestro diagnóstico, no vuestras soluciones". Las soluciones equivocadas proceden de diagnósticos equivocados. Y señalar ciertos síntomas (la corrupción, el paro, la pobreza) no es todavía hacer un diagnóstico en absoluto, ni acertado ni erróneo.
3) Hay que detectar y poner de manifiesto las tres tácticas discursivas enumeradas arriba, cada vez que las utilicen, y así deshacer el efecto hipnótico que pretenden. Cada vez que descalifican ("tú eres casta"), cambian de tema ("la prioridad es la gente que no tiene para pagar la hipoteca o la luz") o sonríen ante quienes les recuerdan sus vínculos bolivarianos ("no sabéis hablar de otra cosa, nuestro modelo es Suecia"), debe mostrarse el carácter puramente instrumental de su discurso, lo evidente y con frecuencia burdo de sus tácticas.
Los dirigentes de Podemos no muerden, intelectualmente hablando. Tratan de intimidar con sus currículos supuestamente brillantes, pero saben que no les conviene realmente el debate de altura, sino el juego sucio: en ello son auténticos catedráticos.