sábado, 2 de marzo de 2013

La prueba de la existencia de Dios (y 2)

Dice Steenberghen: "Pues que algo existe, algo existe por sí [es necesario]". Y lo razona del siguiente modo: "La afirmación 'nada existe' no solamente es falsa, por desconocer el dato más evidente de todos, sino que implica una contradicción ejercida, ya que 'afirmar' que nada existe, supone necesariamente que algo existe." (Págs. 155 y 156, ref. en entrada anterior.)

El razonamiento es erróneo. "Nada existe" se contradice ciertamente con la realidad, porque el mero hecho de afirmarlo ya implica que existe al menos algo, es decir, la propia afirmación. Pero la proposición no es internamente contradictoria, es decir, aunque obviamente no sea el caso, no existe ninguna contradicción  en la posibilidad de que no existiera nada.

No se puede demostrar, por tanto, que existe un Ser necesario. Pero esto no significa que no exista. Más aún, creo que es absolutamente razonable pensar que existe, aunque formalmente sea imposible de probar. Todas las pretendidas pruebas de la existencia de Dios observan esta estructura:

P,
luego Dios existe.

Cuando en realidad, lo único (pero es mucho) que puede dejarse establecido es:

Si P,
Dios existe.

O dicho de otra forma, que puede resultar mucho más impactante, psicológicamente:

Si Dios no existe,
no P.

Es decir, creer en Dios no es una cuestión de o no, sino una cuestión de esto o lo otro. Se trata de un dilema. Uno puede decidir no creer en Dios, pero entonces deberá aceptar las consecuencias. ¿Y cuáles son estas? Lo explicaré brevemente en lo que queda de esta entrada.

Si no existe un Ser necesario de carácter personal, que crea el mundo por un acto libre de su voluntad y lo dota de un orden deliberado, tenemos dos opciones. O bien el universo es en sí mismo necesario y no podía haber sido de otra manera; o bien el universo es completamente "gratuito" (Sartre), existe porque sí, de manera totalmente inmotivada, y además podía haber sido parcial o totalmente distinto de como es, sin que exista tampoco ninguna explicación para su forma actual. Ahora bien, acabamos de ver que la primera opción es insostenible, pues nada impide pensar que nada hubiera existido; todo cuanto entra dentro de lo observable es contingente, y además arbitrario (no hay necesidad absoluta de que sea como es). Por tanto, si Dios no existe, todo es arbitrario, sin sentido.

¿Prueba esto apodícticamente que Dios existe? No. Solo prueba que si Dios no existe, podemos olvidarnos de la racionalidad última de lo real. Significaría que cualquier estado de cosas lógicamente posible puede darse en cualquier instante. Y en efecto, algunos cosmólogos han llegado exactamente a esta conclusión, conocida como tesis del multiverso, según la cual, en su formulación más radical, existen infinitos universos que contemplan todas las posibilidades. Algunos de ellos consisten en ligeras variaciones del nuestro, en las que una buena mañana, por ejemplo, el Sol se muestra en traje de campaña, como en el chiste de Eugenio. Y no tenemos ninguna razón para sostener que nuestro universo, aparentemente tan cuerdo, no vaya a convertirse en el siguiente minuto en un escenario propio de un cuento de Julio Cortázar o Pere Calders. (Ver David Lewis y su metafísica del realismo modal, o Max Tegmark y su hipótesis del universo matemático, en Dios y las cosmologías modernas, de F. J. Soler Gil [ed.], BAC, Madrid, 2005, págs. 112 y 302.)

Podemos desarrollar este razonamiento haciendo ver que el mismo dilema se nos plantea con el carácter personal de Dios. Si el Ser necesario no es un ser personal, deberemos admitir que se trata de una fuerza ciega, que por tanto no es esencialmente distinguible de cualquier otra fuerza conocida del universo, y es asimismo contingente y arbitraria, llamémosla "materia", "energía", "destino", "voluntad" (Schopenhauer) o como queramos. Solo una Inteligencia fundamental puede trascender lo contingente y lo arbitrario, solo de la inteligencia puede manar la inteligibilidad. Cuando hablamos del Dios personal, no estamos tratando de racionalizar un bello mito que nos resistimos a abandonar, sino reconociendo la única opción posible frente al irracionalismo metafísico, estamos admitiendo el carácter fundacional del hecho personal, la esencia irreductible de la persona. No hay más explicación última que una Inteligencia libre, creadora del orden; de lo contrario todo orden es ilusorio, es mera contingencia y arbitrariedad ciega.

Espero que se entienda ahora la impaciencia, mezclada de irritación, que me producen los agnósticos (la mayoría de ellos) que van de racionalistas por la vida, cuando precisamente, si fueran consecuentes, deberían empezar por admitir que su posición entraña un radical irracionalismo metafísico. Sean ustedes ateos o agnósticos, pero sean consecuentes con ello, al menos.