sábado, 21 de mayo de 2011

Indignados, pero no demócratas

Habitualmente utilizamos la palabra democracia en un sentido que incluye, además de la elección del gobierno por el pueblo, mediante el voto universal y secreto, una serie de elementos definitorios del liberalismo, como son, por ejemplo: la libertad de expresión, circulación y manifestación; la separación de poderes; la igualdad ante la ley; el habeas corpus; la inviolabilidad del domicilio sin autorización judicial, etc. Ningún país que conculque alguno de estos principios es considerado democrático, por mucho que el gobierno haya obtenido el respaldo mayoritario en unas elecciones.

Este uso del término democracia y sus derivados tiene una indudable ventaja: Ahorra palabras. Para referirnos al mismo tiempo al sistema parlamentario, al respeto de los derechos individuales y al imperio de la ley, no existe ninguna otra expresión compuesta de un solo vocablo. Por otra parte, no se trata solo de que necesitemos la palabra democracia porque, debido a una feliz casualidad, existan países en el mundo en los que se dan estas circunstancias simultáneamente. Es que sin el respeto a los derechos individuales, a la libertad de prensa, etc, no existen garantías de ningún proceso electoral limpio.

Ahora bien, el sustantivo democracia y el adjetivo democrático tienen también un grave inconveniente: la parte de su significado que alude a la legitimidad de un gobierno representativo, tiende con mucha frecuencia a eclipsar, a oscurecer el componente liberal. Y esto es así porque, aunque ambos aspectos estén íntimamente relacionados, no por ello dejan de ser cosas bien distintas, que incluso pueden entrar en contradicción. Así, por ejemplo, alguien podría decir que unos jueces nombrados directamente por una asamblea elegida por el pueblo, o unos medios de comunicación subordinados a esta, serían más "democráticos", porque responderían mejor a la "voluntad popular". Esta es básicamente la argumentación que emplea el chavismo en Venezuela, con unas u otras palabras, para cerrar medios de comunicación y todo tipo de abusos.

Este peligro inherente a la palabra democracia queda también ejemplificado en el movimiento "Democracia Real Ya", que inspira a los manifestantes indignados de Madrid, Barcelona y otras ciudades de España. Bien es verdad que en sus propuestas y lemas, entre los elementos socialistas y populistas, hay algunos inequívocamente liberales. Pero el mensaje que emerge como síntesis es que en la actualidad no vivimos en una verdadera democracia, que la "partitocracia" de algún modo ha secuestrado la democracia.

No han faltado los indignados que han afirmado que la soberanía popular reside en ellos, no en las Cortes. Y un inspirador ideológico de mucha de la retórica que se lee en las pancartas, José Luis Sampedro, en una entrevista donde presta su apoyo al movimiento, llega incluso a negar que exista democracia en España, Estados Unidos o Francia, porque según él la opinión pública de estos países está manipulada por unos medios de comunicación al servicio de los poderes económicos. (Cuba debe ser un oasis democrático.) Al respecto, es significativo que muchos indignados de la Puerta del Sol se hayan conducido, al menos los primeros días, con una cierta hostilidad hacia los periodistas, a los que de manera genérica han acusado de tergiversar la naturaleza del movimiento.

La idea de que la democracia no se puede limitar a votar cada cuatro años no va desencaminada, al menos en el sentido que apuntábamos al principio. También en Irán hay elecciones, y no por eso lo consideramos un país democrático. Pero una cosa es afirmar que el sufragio, desconectado de los principios liberales, se convierte en una farsa legitimadora del despotismo, y otra muy distinta es decir que si la gente vota a Bush, a Berlusconi, a Zapatero o a Rajoy, es porque no hay "auténtica" democracia.

Por supuesto que la manipulación existe. Ahí tenemos la que ejercieron el PSOE y sus medios afines en las elecciones de 2004. Fuimos millones los ciudadanos a los que el resultado decepcionó profundamente, y algunos además pensamos que los atentados del 11-M constituyeron, lisa y llanamente, un golpe de Estado. Pero no pudimos cuestionar la legitimidad de los resultados electorales porque, al fin y al cabo, cada cual votó libremente, pudo presentarse cualquier partido que no apoyara el terrorismo, y no se dieron irregularidades en el recuento de votos.

La democracia no excluye que la gente sea idiota; o dicho más finamente, manipulable e irracional. Los defectos de la democracia son los defectos propios de la naturaleza humana. Pensar que el problema es del "sistema", y no de las personas concretas, es característico del utopismo totalitario. Todas estas proclamas que tratan al pueblo como una víctima desvalida, que pretenden redimirlo trayéndole la "democracia real", a lo que suelen conducir es a cuestionar la modesta democracia sin adjetivos, la única que ha demostrado que es posible.

El mensaje supuestamente "transversal" de los indignados es que el partido que previsiblemente ganará las elecciones, tampoco solucionará nada. ¿Se hubiera gestado el movimiento en caso que las encuestas fueran favorables a la izquierda? Da la impresión que, para algunos, el juego democrático solo es válido cuando los suyos llevan las de ganar.