sábado, 31 de marzo de 2012

El relato feminista

La crítica al feminismo, incluyendo la de quien escribe, a menudo lo adjetiva como radical. Pero si el feminismo no es radical, ¿en qué consiste? Afirmar que las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres es una trivial constatación, que solo discuten clérigos islámicos. La palabra feminismo no es de gran utilidad si resulta que todos somos feministas. Cuando el anterior presidente de gobierno se definía a sí mismo como feminista, es evidente que no se limitaba a defender la igualdad jurídica de la mujer.

El feminismo es una ideología basada en un relato, como todas las ideologías. Relato, cuento, fábula, llamémoslo como queramos. Más o menos se podría explicar así: Durante miles de años, los hombres han sometido a las mujeres, confinándolas a la crianza de los hijos y a las tareas domésticas. Hace aproximadamente un siglo que se inició el lento proceso de liberación de la mujer, el cual todavía prosigue, consistente en derribar las barreras institucionales y los prejuicios que se oponen a la total igualdad entre los dos sexos.

Basta contar así esta historia para percibir su carencia de verosimilitud. Si aproximadamente existe igual número de mujeres que hombres, y si en conjunto los dos sexos tienen parecida inteligencia, es muy difícil sostener que una mera especificidad muscular haya bastado para mantener a las mujeres sometidas durante miles de años. Contraejemplo de ello es que ya desde la Antigüedad no han sido tan raros los ejemplos de mujeres con poder político, desde Nefertiti hasta Isabel la Católica, por no hablar de los tiempos modernos.

La realidad es que durante milenios ha existido una división del trabajo entre los dos sexos, basada en razones biológicas. Las mujeres del paleolítico, condicionadas por los períodos de gestación y lactancia, tendieron a especializarse en la crianza de los hijos, en tareas de recolección y de administración doméstica. Los hombres pudieron especializarse en la caza y en la defensa (u hostilidad) frente a otros grupos. Sería absurdo pretender que alguna de las dos funciones era más importante o satisfactoria que la otra. Que las mujeres se vieron contra su voluntad relegadas a las labores de crianza y elaboración de alimentos o vestidos.

Ahora bien, en tiempos recentísimos se ha producido una revolución innegable. El aumento de la riqueza económica ha permitido prolongar el período de educación, durante la infancia y la juventud, con lo cual también las mujeres han tenido acceso a la misma formación que los varones. El acceso de las mujeres a los estudios superiores no ha sido consecuencia de ninguna lucha por la igualdad, más allá de casos anecdóticos, sino que más bien la ideología feminista ha sido la consecuencia de lo primero. En las aulas se produce una apariencia de igualdad de hecho entre chicos y chicas, que luego en la vida real no es tal. De ahí la tentación, inherente a toda ideología, de transformar la realidad para amoldarla a modelos ideales, que surgen con facilidad en ámbitos académicos o laborales.

En cuanto dejamos de creer en el relato feminista, el predominio masculino en puestos de responsabilidad deja de ser efecto de una injusticia histórica. Lo que subyacen son diferentes escalas de valores. A los hombres nos atraen más los puestos de relumbrón, el prestigio, los uniformes y las medallas, mientras que las mujeres se sienten más a gusto en tareas de cooperación no jerarquizada. Es innegable que en el pasado, la mujer que se salía de estos parámetros lo tenía mucho más difícil, pero las presiones o barreras con que se encontraba procedían tanto de los hombres como de las demás mujeres. Esto es lo único que ha cambiado en los últimos decenios. La mujer occidental, como individuo, si decide no incorporarse al trabajo remunerado y dedicarse al cuidado de la familia lo hace porque opta libremente por su propia escala de valores, distinta de la de los hombres... ¡y de las feministas!

Como ha señalado Miquel Porta Perales, "quien sostiene que la permanencia de la mujer en el hogar, con el objeto de dedicarse al trabajo doméstico, es una condena, suele ser la mujer con trabajo gratificante, socialmente considerado y bien remunerado (...) [E]stas mujeres privilegiadas no deberían imponer, casi por decreto ideológico, su modelo de liberación a las económicamente no privilegiadas." (La tentación liberal, 2009, pág. 258.) El feminismo, como las demás ideologías emancipatorias que componen la visión izquierdista de la sociedad, es un lujo de determinadas élites que tratan de imponer sus particulares preferencias al común de los mortales, generando una frustración artificial, cuando no algo peor, un sentimiento de remordimiento o vergüenza ante los propios sentimientos naturales.

La otra característica de las ideologías, compartida por el feminismo, es el razonamiento circular. Si alguien argumenta que las diferencias sexuales en el mercado laboral son debidas a que las mujeres, por lo general, valoran más los empleos y cargos que se pueden conciliar más fácilmente con la vida familiar, aun a costa de unas menores retribuciones o responsabilidades, replicará que eso es debido a una educación machista que les ha inculcado un sentimiento de culpabilidad por no dedicar suficiente tiempo a los hijos. Así, el feminismo, al igual que ocurre con el marxismo, es de imposible refutación. Incluso si las mujeres o los obreros no comparten las línea política de los intelectuales y dirigentes progresistas, es porque están alienados. Suerte que tenemos precisamente a estos intelectuales y dirigentes que saben mejor que el pueblo lo que le conviene.