¿Debe reducirse el consumo para salir de una crisis económica? En realidad, la pregunta está mal planteada. El consumo se va a reducir de todos modos, queramos o no. Las empresas que ven disminuir sus ventas, los trabajadores que ven menguar sus ingresos, todos aquellos a quienes los bancos deniegan préstamos, por narices van a tener que reducir sus gastos. La reducción del consumo no es la solución a la crisis, es la crisis -al menos un aspecto de ella.
Otro tópico archirrepetido es el de la dependencia energética. Desde el punto de vista de la seguridad, posiblemente sería bueno contar con cierta autosuficiencia energética, y no sólo energética. Pero en términos estrictamente económicos, lo importante es tener acceso a energía, como a cualquier otra mercancía, lo más barata posible, no importa dónde se produzca, mientras nosotros podamos exportar los suficientes productos o servicios, los cuales podamos canjear por aquellos que otras naciones poseen o saben producir más eficazmente. Lógicamente, ello no implica que, si tenemos posibilidad de ser competitivos en la producción de, por ejemplo, electricidad de origen nuclear, nos debamos conformar con comprársela a Francia, en lugar de generarla nosotros mismos. Si por el contrario el coste de producir nuestra propia electricidad es mayor que el de adquirirla fuera, saldremos perdiendo.
Así pues, el plan de ahorro energético del ministro de Industria, Miguel Sebastián, es una perfecta tontería, que no sólo no sirve para poner remedio a la crisis, sino que posiblemente la exacerbará. Decir que "cuando cogemos el Metro en vez de usar el coche, creamos empleo" es una de las mayores estupideces que he oído en mucho tiempo -y eso que llevamos oyendo muchas en los últimos años. Crear empleo y crear riqueza en general es obtener mayor rendimiento de los recursos limitados de los que disponemos, es decir, producir más y por tanto consumir más. Reducir el consumo, como mucho, nos permite mantenernos estancados en nuestro actual nivel de vida -y en realidad, ni siquiera eso, porque en un mundo competitivo, si no mejoramos nuestra productividad, nuestras mercancías no podrán ser colocadas en el mercado, al ser desplazadas por otros productores más eficaces.
Una crisis económica, por definición implica un periodo de transición en el que la gente se estrecha el cinturón. Por culpa de las intervenciones políticas en el sistema financiero, la sociedad ha estado viviendo por encima de sus posibilidades, y el déficit resultante debe ser amortizado, lo que inevitablemente incluye sacrificios. Pero para salir de la crisis lo antes posible, y sobre todo prevenir su repetición, no existe otro camino que mejorar nuestra productividad, disminuyendo la fiscalidad, el gasto público y las regulaciones que restringen la libre iniciativa individual. Hay que crear riqueza, no repartir miseria mediante la aplicación de ridículas fórmulas precapitalistas.
Aunque claro, recomendarle esto a un socialista es como decirle que vaya contra su propia naturaleza.