domingo, 20 de julio de 2008

Cine y literatura

Seguramente todo el mundo estará de acuerdo en que la base para una buena película se encuentra en un buen guión. Luego son fundamentales, qué duda cabe, la dirección y la música, pero si el guión falla, nada puede salvar el producto que pueda salir.

Sin embargo, siendo esto cierto, es algo muy distinto de afirmar que, en el caso de las películas basadas en una obra literaria, la novela que sirve de inspiración también debe ser buena, por no hablar de aquel tópico, tantas veces refutado, de que "la novela siempre es mejor que la película". Naturalmente, si uno se empeña en hacer una película de una gran obra literaria, se pone un listón temerariamente alto. Por eso me atrevo a decir, no sin cierto ánimo polémico, que una buena película debe estar basada en una mala novela, mientras que se conocen pocos casos de grandes novelas guionizadas para una película que estuviese a la altura.

La razón, según creo, no es difícil de comprender. Cine y literatura son artes distintas, cada una con sus propias leyes. Hay autores de best-sellers que ya escriben sus obras pensando en la película que se rodará a partir de ellas, pero está claro que, sin dejar de reconocer sus virtudes técnicas, no se trata de aportaciones relevantes a la historia de la literatura. Lo malo es cuando el tipo de película que ya entrevé el novelista se corresponde con las convenciones más trilladas del género. Así ocurre por ejemplo con John Grisham, cuyas novelas acostumbran a tener unas cuatrocientas páginas, de las cuales las doscientas primeras suelen cautivar la atención del lector, mientras que las doscientas restantes, en las que lo esencial de la intriga ya ha sido desvelado, se limitan a relatar la carrera entre buenos y malos por salirse con la suya, con la victoria de los primeros como desenlace. Y análogamente puede decirse de las adaptaciones para el cine.

Otro autor de éxito cuyas novelas parecen escritas ex profeso para el cine es Frederick Forsyth. En general tanto las novelas como las películas son olvidables (aunque yo disfruté mucho de crío leyendo algunas como Chacal, La alternativa del diablo, Odessa, etc). De hecho, la primera adaptación cinematográfica de Chacal por Fred Zinnemann sí que es una película notable dentro del género, mucho mejor -una vez más- que la novela. No así, también hay que decirlo, la mamarrachada perpetrada entre Bruce Willis y Richard Gere un cuarto de siglo después. Pero incluso en el caso de una mala película, la ventaja sobre una mala novela es evidente: Pierdes sólo hora y media viéndola, mientras que cualquier novela de doscientas y pico páginas ya te ocupa una o dos tardes.

¿Por qué no puede haber una gran película basada en una gran obra literaria? Imposible no es, desde luego, pero está claro que el Ulises de Joyce no parece el texto más adecuado para inspirar un guión cinematográfico. Si algún día se rueda una buena película pretendidamente basada en la novela del escritor dublinés (ignoro si ya se ha hecho), seguramente no podrá ser muy "respetuosa", como suele decirse, con el texto de partida: Será necesariamente otra cosa. ¿No es entonces más fácil aprovechar el material de otro tipo de productos literarios, incluso aunque sean de calidad incomparablemente inferior?

Es lo que de hecho han preferido grandes maestros del cine, como Hitchcock y muchos otros, que se inspiraban en novelas mediocres que ya nadie recuerda. También existen novelas relativamente apreciables, aun siendo de valores literarios discretos, que han servido de base para películas muchísimo más interesantes que la obra literaria. Recuerdo en particular Fahrenheit 451, de Truffaut, película de ciencia-ficción que me impactó mucho, y que vi antes de leer la novela de Bradbury. Tiempo después, la lectura de ésta tampoco diré que me decepcionara, pero creo que perdurará mucho más el filme.