Hay frases que son estúpidas. Y hay frases que además de estúpidas, son peligrosas. El conseller de Cultura de la Generalitat catalana ha dicho en un programa de radio lo siguiente:
"Estamos acostumbrados a ver como violencia sólo la física, pero también hay violencia simbólica; cuando se intenta convencer a amplios colectivos de cosas que son falsas al servicio de determinados intereses políticos, es una forma de violencia simbólica."
Se estaba refiriendo al Manifiesto por la Lengua Común, pero esto es lo de menos ahora. Podría haber estado aludiendo a cualquier otra bestia negra de los nacionalistas, como la COPE. Lo grave aquí es que se equipare la difusión de determinadas ideas y opiniones a la violencia. Esto supone, veladamente, justificar, o "comprender" la eventual violencia física que podría emplearse contra quienes manifiestan esas ideas u opiniones.
Es la misma psicología de quienes no ven mal que Jiménez Losantos sufriera un atentado de Terra Lliure, por haber sucrito en los ochenta otro manifiesto en defensa de los derechos lingüísticos. Es también la mentalidad de quienes han llegado a comparar a la COPE con la Radio de las Mil Colinas de Ruanda.
La mente humana está hecha de tal manera que para actuar violentamente contra alguien, primero tienes que odiarlo. Y no hay nada para sentir odio como recibir una agresión: real o imaginaria.
Quienes tanto protestan contra la catalanofobia tienen un objetivo claro: cultivar la hispanofobia. Necesitan sentirse agredidos para quizás algún día poder justificar sus propias agresiones. Es lo que lleva ocurriendo en el País Vasco desde hace décadas, y a algunos parece que les gustaría importar el modelo.
No existe, por definición, tal cosa como la "violencia simbólica". En todo caso existe la amenaza de usar la violencia. Que alguien hable de violencia simbólica es señal innegable de que carece de mejores argumentos para atizar el odio, que es lo que a fin de cuentas acaba conduciendo muchas veces a la verdadera violencia.